El mundo evangélico sería otro si tuviéramos la misma generosidad con aquellos con los que diferimos doctrinalmente.
¿Cuándo llega a ser uno “culpable por asociación”? No es una pregunta fácil de responder. Lo que para unos, es complicidad, para otros es fidelidad. El movimiento evangélico en la Iglesia de Inglaterra responde a una experiencia personal, pero también a una fidelidad a la base histórica de fe que constituyen los Treinta y Nueve Artículos, que John Stott (1921-2011) siempre definió como “la doctrina reformada” –no como una “tercera vía” entre Roma y el protestantismo, como a muchos anglicanos, les gusta presentarse–.
A partir del Congreso Nacional Evangélico de Keele en 1967, dirigentes de las llamadas “iglesias libres” –o sea independientes del anglicanismo– como el Dr. Martyn Lloyd-Jones (1899-1981), consideraron que había habido un cambio en el movimiento evangélico anglicano, que hizo imposible seguir colaborando con hombres como J. I. Packer (1926-2020). Según ellos la postura tradicional evangélica anglicana, que representaban predicadores como el primer obispo de Liverpool, J. C. Ryle (1816-1900) –conocido evangélico calvinista–, es que los evangélicos eran la verdadera Iglesia, frente a la apostasía de aquellos que no eran realmente Iglesia. Su llamado era como el de los profetas del Antiguo Testamento, al arrepentimiento y la conversión.
A partir de Keele, muchos creen que los evangélicos anglicanos son en primer lugar, anglicanos, luego evangélicos. Parecía como si hubieran aceptado que no eran más que una rama de la Iglesia de Inglaterra, ya no la verdadera Iglesia. Antes eran, primero, evangélicos, luego anglicanos, pero ahora parecían ser lo contrario. Stott, obviamente, no aceptaba que hubiera cambiado la postura evangélica clásica en la Iglesia de Inglaterra. Solamente reconocía un cambio de actitudes, que él consideraba que habían sido hasta entonces innecesariamente beligerantes.
[photo_footer]La postura tradicional evangélica anglicana, que representaban obispos como Ryle, era que los evangélicos eran la verdadera Iglesia.[/photo_footer]
Lo que es evidente es que a partir de ese momento el crecimiento del movimiento evangélico en el anglicanismo es espectacular. Aumentan en número e influencia, pero como dicen sus críticos, también en diversidad y claridad respecto a la definición de qué es un evangélico. Stott, primero, refuerza la institución tradicional del movimiento evangélico anglicano, la Sociedad Ecléctica, pero luego, forma el Consejo Evangélico de la Iglesia de Inglaterra. Apoya a Packer al frente de la Casa Latimer en Oxford, fundada en 1959 como un centro evangélico de investigación anglicano, mientras que la Casa Tyndale en Cambridge –nacida del testimonio cristiano en la universidad– tendría una perspectiva evangélica más amplía de estudios bíblicos.
El metodismo nace del Avivamiento evangélico en la Iglesia de Inglaterra del siglo XVIII. Su intención no fue dejar de ser anglicanos. Hombres como Wesley siguieron fieles a una iglesia que rechazó su movimiento, hasta que no tuvieron más remedio que ser independientes de la Iglesia de Inglaterra. Según la visión episcopal del anglicanismo no evangélico, la ordenación metodista no era válida para aceptar su ministerio y sacramentos, por no haber sido hecha por obispos debidamente reconocidos por el orden anglicano. Sin embargo, el movimiento ecuménico de mediados del siglo pasado les había acercado tanto que se había creado una Comisión para la Unidad Anglicano-Metodista. El representante evangélico en ella era Packer, que estaba en contra de la unión, por la escasa influencia que tenía ya en el metodismo el movimiento evangélico.
El problema comienza poco después de salir Stott de Ridley y entrar en el pastorado. El arzobispo Geoffrey Fisher hizo un famoso llamado en un sermón en la universidad en 1946, para que las “iglesias libres” adoptaran el “sistema episcopal” y tuvieran plena comunión con la Iglesia de Inglaterra. A partir de la formación de la iglesia unida del sur de la India se establecen, oficialmente, “conversaciones” para explorar la posibilidad de una “unidad orgánica”. El problema para Stott y Packer, no era sólo la escasa influencia evangélica en el metodismo, sino la manera en que se iba a reconocer su ministerio en un “culto de reconciliación” que iba a conceder la ordenación episcopal a los ministros metodistas.
[photo_footer]El arzobispo Ramsey era de origen anglo-católico y quería que se pudieran conservar los elementos consagrados, objeto de adoración y bendición para el catolicismo-romano.[/photo_footer]
Para Stott, requerir esa “especie de ordenación por manos episcopales, es decir que el episcopado histórico es necesario para el ministerio, los sacramentos y la salvación, es un mito eclesiástico carente de toda base bíblica”. Para Packer, “el episcopado histórico carece de todo fundamento en el Nuevo Testamento”. Por lo tanto, su informe dice que “el ministerio episcopal tiene valor como signo de unidad, continuidad y autoridad de la Iglesia de Cristo, pero ningún requerimiento fuera de la Escritura puede servir para rechazar tener plena comunión en la Mesa del Señor”. Esto es, para ellos, algo “sectario y equivocado”.
Los evangélicos se oponen así, al intento de unidad entre metodistas y anglicanos. El problema es que para lograrlo hacen una alianza que muchos consideran poco “santa” con los anglo-católicos, que se oponían a esa unidad por razones sacramentalistas. Este tipo de táctica lleva incluso a los evangélicos a recurrir a una votación del Parlamento, para oponerse al intento de reforma del Libro de Oración Común en 1962 por los arzobispos Michael Ramsey y Donald Coggan. Stott escribe dos artículos en el periódico anglicano Church Times oponiéndose a la revisión y apelando a la autoridad del Parlamento. En el texto recuerda que como ocurrió en el caso de las vestimentas, la Iglesia de Inglaterra no pudo imponer la obligación de ellas, al oponerse el 40% de la cámara que representaba a los laicos y no tener la aprobación del Parlamento.
No es extraño que el arzobispo Ramsey viera a partir de entonces a Stott como un enemigo. De hecho, hoy se sabe que fue él quien se opuso a que nunca fuera obispo. Su animadversión se debe también a que fue Ramsey quien le pidió que participara de un grupo que, bajo la dirección del obispo de Londres, consideraba en 1966, “la posibilidad de acuerdo respecto a la Comunión de los Enfermos y la Reserva de los elementos consagrados para ello”. Ramsey era de origen anglo-católico y quería que se pudieran conservar “los elementos consagrados”, objeto de adoración y bendición para el catolicismo-romano. La estrategia de Ramsey era unir la “Extensión de la Comunión” a esa “Reserva”. Stott se opuso a ello. Curiosamente, en los dos temas a los que se enfrentó Stott entonces, los evangélicos anglicanos no tendrían hoy tanta dificultad, ya que muchos de ellos utilizan ahora vestimentas y extienden la comunión a los enfermos.
Muchos se preguntan por qué Stott no llegó a ser obispo, cuando había ya algunos obispos evangélicos. En la conferencia evangélica anglicana de Islington, Stott habló en 1966 sobre los “Obispos en la Iglesia”. Se basó en “el concepto del Nuevo Testamento de episcopado” en Hechos 20:17-38, la despedida de Pablo a los ancianos de la iglesia en Efeso. En su ponencia dice que presbíteros y obispos “son términos que se usan indistintamente en el Nuevo Testamento, porque se refieren a un mismo oficio”. La esencia de su supervisión es, para él, pastoral, más que administrativa. Se trata de servicio, no de autoridad.
[photo_footer]Los evangélicos a recurren a una votación del Parlamento, para oponerse al intento de reforma del Libro de Oración Común en 1962 por los arzobispos Ramsey y Coggan.[/photo_footer]
Stott tenía entonces, 44 años. Había sido ordenado hacía veinte y llevaba quince como rector de All Souls. Era soltero, pero no sería el primer obispo que no estaba casado. Como Ramsey reconocía, había sido brillante en sus estudios en Cambridge. Era capellán de la reina, lingüista, naturalista, dedicado al ministerio urbano y con amplia experiencia internacional, pero no fue nunca propuesto como obispo anglicano. El especialista de la BBC en temas eclesiásticos, Michael Saward, dice que tuvo una conversación en un coche en 1969 con el arzobispo Ramsey. Este se quejaba de que “ningún obispo evangélico era coherente con su posición”. Saward le preguntó por Stott. El arzobispo exclamó: “¡Encuentro a ese hombre tan intransigente!”. El periodista le recordó que se acababa de quejar de que les faltaban convicciones a los obispos evangélicos.
Según Stott, “las simpatías de Ramsey estaban con la (llamada iglesia) alta”. Por lo que “aunque los evangélicos tuvieran su parte en la iglesia, no consideraba que tuvieran las cualidades necesarias para ser obispos”. Cuando se propuso para la reina el nombre de Maurice Wood para una lista de posibles obispos de Norwich, Ramsey dijo que “su majestad no habría oído nunca qué es un evangélico conservador”. La verdad es que es difícil imaginar a Stott como obispo, aunque le propusieron varias veces que lo fuera en Australia, donde ha habido siempre un episcopado evangélico reformado en Sidney.
Un obispo anglicano tiene que mostrar simpatía con todas las ramas del anglicanismo. Si Stott hubiera aceptado eso, no hay duda de que habría sido juzgado aún más duramente por sus oponentes, como alguien que había traicionado la postura tradicional evangélica. Al no ser obispo, aumentó su independencia y reconocimiento interdenominacional. Aunque si hubiera salido de la iglesia anglicana, como hizo Packer al final de su vida, no sabemos si se hubiera producido la unión con la que soñaba Lloyd-Jones de todos los evangélicos. Lo que está claro es que la ruptura entre ambos dividió la Alianza Evangélica.
[photo_footer]Stott poya a Packer al frente de la Casa Latimer en Oxford, fundada en 1959 como un centro evangélico de investigación anglicano.[/photo_footer]
La confrontación entre Lloyd-Jones y Stott se produce abiertamente en la sesión inaugural de la Segunda Asamblea Nacional de Evangélicos, organizada por la Alianza Evangélica, el 18 de octubre de 1966. Stott era el moderador de la reunión y Lloyd-Jones el ponente principal. Gilbert Kirby dejaba de ser secretario general de la Alianza para dirigir el Colegio Bíblico de Londres, siendo sucedido por Morgan Derham, que presentó al predicador galés a los miles de asistentes que había en el Salón Metodista de Westminster –no la Capilla que lleva ese nombre, donde predicaba Lloyd-Jones–. A sus elogios se unió el propio Stott, que le llamó su “anciano”, que consideraba “mejor” que él, por quien dijo que “mantenía gran estima y afecto en Cristo”.
El ambiente era “cálido y amistoso”, recuerda el ahora fallecido presidente de la Federación de Iglesias Evangélicas Independientes, Derek Prime. Oraron juntos antes de subir a la plataforma, donde Prime recuerda que Lloyd-Jones preguntó a Stott dónde se sentaba. A lo que él contestó: “A mi lado”. El Doctor –como solían llamar a Lloyd-Jones por haber sido un reconocido médico, no por ser doctor en teología– contestó, no sin cierta ironía: “¿A qué lado? ¡Tienes dos lados, John!”. Antes de hablar el Doctor, Stott mencionó cuatro puntos sobre la unidad cristiana, el tema que se había pedido a Lloyd-Jones. Stott dijo primero, que la unidad espiritual se había de mostrar visiblemente; segundo, que debía incluir un reconocimiento mutuo de ministerios y sacramentos; tercero, que debía fundarse en la fe bíblica; y cuarto, que debía dejar espacio para la divergencia en cuestiones de fe y practica en temas secundarios.
El mensaje de Lloyd-Jones tomó en seguida la forma de un llamamiento, según algunos como Stott, “a dejar la principal denominación y formar una iglesia unida”. Todavía hoy no está claro que fuera eso lo que el Doctor dijera. No porque no se conozca el texto, que se publicó en un libro con las demás ponencias, sino por las diferentes interpretaciones que los asistentes hicieron de su mensaje. Lo cierto es que, fuera de lugar como moderador, Stott añadió unas palabras de precaución “con mucho nerviosismo y timidez”, según su propia expresión. Dijo que esperaba que “nadie tomara una decisión precipitada después de este emocional mensaje”. Recordó que estaban allí “para debatir este tema” y creía que “la Historia está contra el Dr. Jones y otros que han intentado lo mismo”. Para terminar diciendo: “Creo que la Escritura está contra él, porque el remanente está dentro de la Iglesia, no fuera de ella”.
[photo_footer]Lloyd-Jones llamó a los evangélicos ingleses en 1966 a dejar la principal denominación y formar una iglesia unida.[/photo_footer]
Como tantas veces ocurre en la Historia, sus seguidores han sido más extremistas que ellos, ya que un par de semanas después, Stott se dirigió a Lloyd-Jones para presentarle sus disculpas al excederse en su papel de moderador. Y aunque no hay testigos de su conversación, se habló de perdón y reconciliación. Como siempre, la generosidad de estos grandes hombres contrasta con la mezquindad de sus discípulos. Es evidente que representan dos posturas diferentes del movimiento evangélico, pero unidos por una misma fe. Sus diferencias impidieron una mayor colaboración, pero nunca se desautorizaron el uno al otro. Tristemente, no se puede decir lo mismo de sus admiradores.
Lloyd-Jones solía contar una anécdota histórica de Whitefield cuando hablaba de estas cosas. Es conocida la controversia que el predicador calvinista del Avivamiento mantuvo con el arminiano Wesley en el Gran Despertar espiritual del siglo XVIII. Cuando el fundador del metodismo murió, los seguidores de Whitefield le dijeron: “Seguro que cuando estemos en el Cielo no veremos a Wesley”. A lo que Whitefield contesto: “Seguro que no, ¡estará demasiado cerca del Trono para poder verle!”. El mundo evangélico sería otro si tuviéramos la misma generosidad con aquellos con los que diferimos doctrinalmente. Sea cual sea nuestra práctica, si tenemos una misma fe, somos hermanos y vamos a estar juntos en la Gloria. ¿No deberíamos intentar vivir ya en armonía?
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