El miedo al pecado

Mis queridos hijos, os escribo estas cosas para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos ante el Padre a un intercesor, a Jesucristo, el Justo.

1 Juan 2:1

Es muy difícil traducir la palabra que en este pasaje de 1 Juan se interpreta como “intercesor”, y que en otras versiones se llama “abogado” o “defensor”. Es el parákletos griego utilizado también en el evangelio de Juan para referirse al Espíritu Santo, donde la RVR60 lo denomina “consolador”. Y, en cualquier caso, resulta una figura muy luminosa y extraordinaria. Resulta obvio, por el lenguaje que utiliza Juan, que esta defensa que Jesús hace por nosotros frente a Dios es uno de los pilares de las buenas noticias del evangelio. De hecho, es el factor que lo cambia todo.

Juan nos escribe para que no pequemos. El pecado al que se refiere, justo unos versículos antes, es al de llevar una vida doble, una dentro y otra fuera de la iglesia (v. 6) y al de la arrogancia (v. 8). Creo que pocas veces nos paramos a pensar en que estas cosas son más pecado que actos, dichos o pensamientos concretos. Porque es mucho más fácil atribuirle al pecado cara y ojos, y quizá una cola y cuernos, y andar pensando que Dios va llevando la cuenta de lo que hacemos, o lo que no hacemos, que nos juzga con la misma severidad con la que nos sentimos juzgados por las personas. Lo cierto es que Juan dice que el pecado es algo que nos destruye a nosotros antes de nada. De nuevo, siguiendo las enseñanzas de Jesús, explica que es aquello que surge de la boca, desde el corazón, no lo que entra en ella (Mt 15:17-20). No tiene que ver con lo que comemos, lo que bebemos o lo que celebramos (Col 2:16). No tiene que ver con las películas que vemos o los libros que leemos. Tiene que ver con nuestras creencias profundas. No podemos andar a la luz y a las tinieblas. No podemos creer que por no fumar, no beber, no vestirnos de tal o cual modo, no ir a fiestas y no participar de la cultura popular (y escuchar solo música cristiana, o leer solo libros cristianos, por ejemplo) ya no tenemos pecado. A eso se refiere precisamente Juan cuando dice que no podemos andar por ahí asegurando que nosotros somos de los buenos, mirando a los demás por encima del hombro. Resulta que eso no nos hace más santos, sino más pecadores.

Pero aquí llegan las buenas noticias: si caemos en ese error, en fin, no pasa nada. Siempre, en cualquier circunstancia o lugar, tenemos la puerta abierta para decir “He metido la pata, lo siento” y recibir el perdón de Dios. Jesús abrió esa puerta. Jesús siempre nos defenderá. 

Pero creo que el mayor pecado de todos, bien pensado, no es tanto el hacer o no hacer, sino el no creernos esta maravillosa noticia. Hay gente dentro de ciertas iglesias que no se atreve a admitir que se ha equivocado, porque en su entorno eso significa humillación y castigo, mientras que, si se sirviera realmente a Dios, significaría el comienzo de la reconciliación. Hay lugares donde unos cuantos han secuestrado el perdón universal de Dios a través de Jesús y quieren administrarlo a su antojo, y ponerle condiciones. Y así muchos crecen espiritualmente con una eterna herida abierta, recibiendo solo a medias el maravilloso mensaje del evangelio. Mejor pedir perdón que permiso, dicen. Creo que ese refrán tiene mucho que ver con este versículo, porque, ¿cuántas cosas no nos hemos atrevido a hacer por miedo a pecar? Y no me refiero a cosas de dudosa bondad. No me refiero a eso; sino a cosas buenas. Cosas que nos invitaban a reflexionar, a ser felices. ¿Cuántos se han acostumbrado a desconfiar de su propia felicidad, no vaya a ser que estén pecando sin darse cuenta y tengan que enfrentarse a la terrible realidad de las consecuencias y el castigo? Esa gente ha escuchado poco este Pero si alguno peca, tenemos ante el Padre a un intercesor, a Jesucristo, el Justo. Ya está. Se pide perdón. Se ajusta lo que haga falta (la conducta, la conciencia de uno mismo, la percepción de los demás) y se sigue adelante en la luz de Dios, hacia su paz, su alegría, su esperanza y su amor. ¿Cuántos se han negado a esto, o han sufrido que otros, sus líderes, se lo negaran?

Tener miedo al pecado, al final, es negar el evangelio de Cristo. Por supuesto que hay que evitar el pecado, pero no desde el miedo, sino desde la convicción de que el amor que recibimos del Padre merece mucho más la pena. Pero hay muchos que están atrapados en sistemas donde no se les permite pensar por sí mismos, donde su propia conciencia y su espiritualidad es una duda enorme, una confusión eterna, embutida en láminas de miedo desde los púlpitos. Para ellos es mi oración hoy. Que ojalá lean esto y se acuerden de que la puerta del perdón siempre está disponible, a un golpe de oración nada más.