La tormenta del malo durará lo que está estipulado que dure. Quien permanece es el justo, por la poderosa razón de que su fundamento es inamovible.
Ahora que asistimos a un despliegue de catástrofes naturales de diversa intensidad, sin saber cuándo y dónde será la siguiente, pero sí sabiendo que habrá una próxima que no será la última, percibimos el enorme daño que, en cuestión de poco tiempo, son capaces de hacer. Algunas solamente duran unos minutos, pero es tiempo suficiente para que la devastación sea la estela que dejan a su paso. Otras son algo más duraderas, pero con todo, su duración no es larga, aunque así lo parezca a quienes sufren sus embestidas, porque lo verdaderamente duradero no es la manifestación de la catástrofe, sino los resultados que produce. Un terremoto puede durar solamente unos segundos, pero sus secuelas son dañinas durante años. Una inundación puede ser de unos minutos, mas sus efectos son capaces de arruinar el esfuerzo de toda una vida.
Pero de la misma manera que hay catástrofes en el mundo físico, también las hay en el mundo moral, y aunque detrás de las primeras puede estar o no la mano del hombre, detrás de las segundas siempre lo está. Porque las catástrofes morales son resultado de la acción de agentes morales, capaces de elegir entre el bien y el mal. De hecho, las tres primeras y grandes catástrofes morales de la humanidad tuvieron como actores a seres humanos. La primera de esas catástrofes, que podría ser llamada la madre de todas las catástrofes, tuvo como protagonistas al primer hombre y a la primera mujer, quienes, eligiendo lo malo, atrajeron sobre sí mismos, sobre su descendencia, sobre las demás criaturas y sobre el entorno, la condenación, la muerte y la maldición. Todas las demás catástrofes que vinieron y vendrán, no son sino secuelas de aquella primera. La segunda gran catástrofe, que significó la aniquilación de gran parte de la vida en la tierra, vino precedida por una catástrofe moral, que contaminó de maldad al género humano. Lo que pasó con el diluvio de aguas sobre el mundo, fue la consecuencia del diluvio de iniquidad que le precedió. Y la tercera catástrofe aconteció en la torre de Babel, resultado de la soberbia y vanagloria de los hombres, cuyo pretencioso proyecto colectivo quedó en nada, como prototipo de lo que pasará con todos los planes humanos hechos a espaldas de Dios.
Si solamente nos fijamos en las catástrofes, parecería que estamos abocados a quedarnos sujetos a ellas, como si fueran lo único que se puede esperar, entre ciertos respiros temporales. Si así fuera, no quedaría otra esperanza más que la expresada en la frase: ‘A vivir, que son dos días.’ Pero hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Como pasa el torbellino, así el malo no permanece; mas el justo permanece para siempre.’ (Proverbios 10:25).
Aquí hay un realismo que rebosa esperanza verdadera y pone las cosas en su sitio. En primer lugar, porque reconoce la existencia de la maldad y su perturbadora acción, al compararla con un torbellino, con un huracán, que se lleva por delante todo lo que encuentra a su paso. Los lugares donde los ciclones, tempestades y vendavales son frecuentes, conocen muy bien por experiencia la fuerza destructora que tienen. Así, dice el texto, es la acción del malo y debido a ello sería factible pensar que tiene el triunfo en su mano, no quedando más opción que reconocer su poderío. Pero nada más lejos de la realidad, porque el tweet compara la acción pasajera del torbellino con la acción pasajera del malo. Del mismo modo que es propio del torbellino pasar, no quedarse, así lo es del malo. Es decir, su presencia y acción son transitorias. Es verdad que va a hacer daño, pero ese daño no será permanente, porque hay una sentencia que establece su acabamiento y desaparición.
Esta primera parte de este tweet de Dios ya es portadora de una realista esperanza, porque la tormenta del malo durará lo que está estipulado que dure. Pero esta realista esperanza va más allá, al establecer que hay algo que sí perdurará. Y quien permanece es el justo, por la poderosa razón de que su fundamento es inamovible. La palabra que se ha traducido como ‘permanece’ tiene el significado de cimiento, de lo que es estable y no puede ser derribado. Es decir, el justo no permanece por lo que él es en sí mismo, sino por el cimiento sobre el que está fundado y que le da consistencia. Ese cimiento estable es Aquel al que los profetas hebreos anunciaron y que el Nuevo Testamento muestra.
Mas ¿por qué el tweet contrasta al malo con el justo y no con el bueno? ¿Acaso no es lo bueno lo contrario de lo malo? ¿No sería mejor comparar al malo con el bueno? Pero el contraste entre el malo y el justo es muy pertinente, dado que lo justo es bueno. Siempre. Porque lo bueno que no es justo, no es bueno. También es notable que el tweet no hable en abstracto del mal y la justicia, como entes etéreos, sino que habla en lo concreto y lo personal del malo y el justo. ¿Por qué? Porque el mal y la justicia no son entidades que se hacen patentes por sí solas, sino que siempre se manifiestan a través de un instrumento moral, que es el individuo, sea el malo o sea el justo.
El torbellino que origina el malo es perecedero, pero el fundamento sobre el que se basa el justo es eterno. ¡Qué gran aliento supone, en estos tiempos peligrosos, asirse de esta verdad!
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