Los creyentes somos responsables de componer la imagen de Dios en el mundo, de ser como Biblias abiertas que comuniquen algo de la imagen de Dios.
Muchos creyentes, de alguna u otra manera, les gustaría ver a Dios, tener una imagen de Él, aunque solamente fuera mental o de carácter espiritual. En muchas de nuestras iglesias se canta el coro: “Abre mis ojos, Señor, yo quiero verte”. Es como si, de alguna manera, quisiéramos contemplar ya, en nuestro aquí y nuestro ahora, su figura, el resplandor de su gloria. Es verdad que podemos decir que tenemos la posibilidad de usar también los ojos de la fe para captar y saciar algo del rostro de Dios, de la figura del Altísimo.
No sé si podríamos componer una imagen del Dios vivo que, de alguna manera, saciara nuestro deseo de verle y contemplarle. Lógicamente, no estoy pensando en una imagen antropomorfa y, menos aún, en que usemos estampas o ídolos que de nada sirven y que para nada se pueden acercar a una imagen del Dios vivo. Pues no. Nada más lejos de eso.
Pero, ¿Podemos los cristianos atrevernos a componer una imagen del Dios vivo, una imagen que podamos reflejar en nuestras vidas? ¿Cómo podríamos componer y reflejar en nosotros una imagen de Dios que se pudiera captar en cierta medida por nuestros semejantes, por nuestros prójimos? En cierta manera los que nos presentamos como creyentes en un mundo incrédulo e injusto, estamos transmitiendo una imagen, más o menos falsa o fidedigna, del Dios en el que decimos creer.
Cuando el profeta Isaías nos hace una pregunta como ésta: “¿A qué, pues, me haréis semejante o me compararéis?, dice el Santo”. En este contexto ya había dicho: “¿A qué, pues, haréis semejante a Dios, o qué imagen le compondréis?”. Al menos en este contexto que estoy escribiendo, no pensemos en imágenes de madera, de palo o de barro. No. Pensemos con qué piezas, con qué imágenes podremos componer la idea de un Dios que se muestre al mundo a través de nuestra forma de vivir la espiritualidad cristiana, a través de nuestros compromisos, nuestras prácticas, de nuestra asunción de los valores del Reino haciéndolos vida en nosotros, a través de imágenes que podamos tener de Dios a través de nuestras creencias, conceptos, compromisos, servicios al prójimo, denuncias de la injusticia y prácticas religiosas.
¿Qué imagen de Dios pueden componer los creyentes para que la va el mundo si, desgraciadamente, están coqueteando con el poder, con las riquezas, con el lujo, con la sociedad de consumo, con el dar la espalda al grito del empobrecido y marginado? ¿A qué estaremos haciendo a Dios semejante con nuestra manera de vivir, con nuestros estilos de vida y prioridades? Estaremos construyendo imágenes falsas del Dios vivo que, probablemente, muchos hombres y mujeres en el mundo no querrán ver, no desearán contemplar. Nosotros somos los responsables de la imagen que damos de Dios al mundo.
¿Qué imagen se va a formar el mundo de Dios si no estamos partiendo de nuestros compromisos de amor práctico, servicio, entrega y sacrificio, siendo las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor? ¿Qué imagen me compondréis?, nos dirá el Señor. Los creyentes somos responsables de componer la imagen de Dios en el mundo, de ser como Biblias abiertas que comuniquen algo de la imagen de Dios. ¿A qué vamos a hacer semejante a Dios? Esto va a depender de la forma en la que vivamos la espiritualidad cristiana, de la forma en la que sigamos las huellas del Maestro.
¿Cuál es la imagen que has compuesto de mí en tu paso por la tierra?, nos puede preguntar el Señor. ¿Qué imagen habéis compuesto de Dios a lo largo de vuestras vidas? Porque aunque seamos diferentes, aunque podamos mostrar el multiforme rostro de Dios de diferentes formas y maneras, lo que está claro es que no podremos manifestar una imagen que se acerque a la del Dios vivo, mientras damos la espalda a los desheredados, mientras seamos sordos al grito de los pobres y sufrientes de la tierra o sumergiéndonos en el lujo y en el consumo fatuo y vano. Tampoco mostraremos la imagen de Dios con la pasividad, mientras nos callamos y nos hacemos cómplices de las injusticias humanas.
No. No daremos una imagen que se pueda acercar en algo a la del Creador, si no estamos cerca de los más pobres y de los sufrientes del mundo compartiendo con ellos el pan la vida y la Palabra. ¿A qué vas a hacer semejante a Dios? ¿Qué imagen le compondrás? Los que nos llamamos cristianos, si no seguimos los ejemplos de vida y acción del Maestro, podemos estar construyendo imágenes idolátricas de él, imágenes que confundan a las personas que buscan, de alguna manera, ver a Dios en nosotros los que nos llamamos sus seguidores. “¿A qué me haréis semejante o me compararéis?, dice el Santo”, “¿Qué imagen me compondréis?”.
Tremenda responsabilidad la de los creyentes si queremos transmitir al mundo algo de la imagen real de un Dios que también debería reflejarse en nuestras vidas. Una imagen que lleva siempre algo subrayado con sangre vertida en la cruz del Calvario. La imagen que nos dice: Yo soy el Dios cercano a los últimos, a los injustamente tratados, a los pobres y a los oprimidos. Un Dios de amor para toda la humanidad, pero con un deseo especial: Que muchos últimos pasen a ser los primeros. Curiosa e interesante imagen de Dios.
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