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La novela “evangélica” de Highsmith (4)

Su obra gira siempre en torno a la culpa, pero más concretamente a la ausencia de conciencia de ella. Después de leer la Biblia durante toda su vida, decidió hacer una novela al final sobre el resurgir del cristianismo evangélico en los Estados Unidos.

MARTES AUTOR 97/Jose_de_Segovia 27 DE JULIO DE 2021 10:00 h
Toda la obra de Highsmith gira en torno a la culpa, pero habla más de su ausencia que del tormento que produce en la conciencia.

La crítica más habitual contra la persona religiosa es la de hipocresía. La mayoría no cree que lo sea, pero quizás a alguno como yo le duele pensar que pueda ser verdad en el fondo lo que dicen de mí. Lo normal, sin embargo, es no tener conciencia de ello, ni el que acusa, ni el que se defiende. Nadie quiere reconocer su hipocresía. 



La obra de Patricia Highsmith (1921-1995) gira siempre en torno a la culpa, pero más concretamente a la ausencia de conciencia de ella. Después de toda una vida leyendo la Biblia y escribiendo en sus cuadernos sobre Jesucristo, decidió hacer una novela al final de su vida sobre el resurgir del cristianismo evangélico en los Estados Unidos en los años 80. Se titula Gente que llama a la puerta y es uno de sus libros menos conocidos y apreciados de ella, pero también menos entendido, por los que se creen que es una mera crítica al fanatismo religioso. 



A finales de los años 70 renace en Estados Unidos el movimiento evangélico de una forma que no se conocía desde los años de la Depresión, a principios de siglo XX. El fenómeno es calificado por la prensa como “fundamentalismo” o “cristianismo nacido de nuevo” –a veces mal traducido como “renacido”, pero también con ese doble sentido–. Desde Trump se habla mucho de ello, porque es la entrada de los evangélicos en la política con el presidente Reagan (1981-1989) y su alianza con la Mayoría Moral (1979-1989) del predicador bautista Jerry Falwell –apoyada por “televangelistas” y lo que se empieza a llamar “la derecha cristiana” del partido republicano–. 



[photo_footer]Highsmith hizo una novela al final de su vida sobre el resurgir del cristianismo evangélico en los Estados Unidos en los años 80.[/photo_footer]



Patricia Highsmith nació en pleno “cinturón bíblico”, nada menos que en Fort Worth (Texas), conocido por su asociación con los bautistas del sur de Estados Unidos –la mayor denominación religiosa de Estados Unidos, hasta que la iglesia católica ocupó su lugar–. Sus padres eran unos artistas de mente liberal que se divorciaron justo antes de su nacimiento. Ella tiene una relación de amor/odio con su madre, toda la vida. Vivió con su abuela y aborreció a su padrastro, pero la única persona que la trastorna continuamente –ya que vivió hasta una edad muy avanzada y no rompió del todo con ella– es su madre. Y ella se convirtió a la “ciencia cristiana”.



¿Ciencia cristiana?



No hay que confundir la “ciencia cristiana” con la “cienciología” de Hubbard–. A la “ciencia cristiana” se la considera en las universidades de Estados Unidos una de las llamadas cuatro grandes “religiones americanas” del siglo XIX –junto a los adventistas, Testigos de Jehová y mormones, cuyo desarrollo es muy diferente a las sectas de los años 60 y 70 del siglo pasado, que los americanos llaman “cultos”–. 



Hay Iglesias del Cristo Científico en todo el mundo, pero las primeras tienen edificios como catedrales en Boston y Nueva York. Cuentan con personas muy influyentes en la política y la economía de Estados Unidos. Y su revista de información general, Christian Science Monitor, es comparable a Time o Newsweek



[photo_footer]La Primera Iglesia del Cristo Científico tiene un edificio como una catedral en Boston.[/photo_footer]



La doctrina más característica de la “ciencia cristiana” es su negación de la enfermedad y el pecado, que sólo reside en la mente, para Mary Baker Eddy (1821-1910). Para la “Iglesia del Cristo científico”, el mal es una ilusión, que sólo se puede enfrentar con la oración. Es el idealismo optimista al que Pat se opone en su compleja relación de amor y odio por su madre. 



¿Gente que llama a la puerta?



El título de la novela de Highsmith, Gente que llama a la puerta, nos hace pensar en Testigos de Jehová, pero se refiere a evangélicos. No es tanto gente que va de puerta en puerta, sino que te visita sin avisar, algo que Pat odiaba. Son personas que llaman a la casa de una familia, donde el padre se ha hecho de una pequeña iglesia de pueblo en el Medio Oeste de Estados Unidos. No dice su denominación, pero es por respuesta a una oración de sanidad. Su moral es conservadora. Están en contra del aborto y la evolución. Se dice que escuchan a predicadores por la televisión y usan bastante literatura. 



De hecho, se menciona una revista como La pura verdad de Armstrong y su Iglesia de Dios Universal, que era una secta hasta la muerte de su fundador, cuando su sucesor se acerca al movimiento evangélico. Se habla de folletos, libros y revistas, más que de la propia Biblia, que su biógrafa Joan Schenkar dice que Pat leía todos los días.  Era alguien intratable, lesbiana y alcohólica, pero tenía un sentido de culpa, que marca toda su vida.



Dice la “gran dama del crimen” P. D. James en una entrevista con la BBC sobre esta novela, que toda la obra de Highsmith gira en torno a la culpa. Lo que pasa es que como en la novela de Dostoievski Crimen y castigo (1866), habla más de su ausencia que del tormento que produce en la conciencia. Este es un libro extraño, si sólo conoces la saga de Ripley. De hecho, no parece una novela de crímenes. Describe tranquilamente la vida familiar en un pueblo de la América profunda, que podría ser de los años 50, en vez de los 80. 



¿Valores familiares?



La conocida expresión cristiana ahora sobre la importancia de “los valores” es una abreviación del término que popularizó en los años 80, la Mayoría Moral, “valores familiares”. La ironía de la historia es que cuando el padre de la familia del libro se convierte porque cree que su hijo ha sido sanado en respuesta a la oración, la familia se rompe entre el padre con el hijo curado y la madre que entiende al chico protagonista. La vida en esta casa gira ahora en torno a esa “gente que llama a la puerta”. 



[photo_footer]Los evangélicos entran en política con el presidente Reagan (1981-1989) por su alianza con la Mayoría Moral (1979-1989) del predicador bautista Jerry Falwell.[/photo_footer]



El problema es que el hijo mayor, el protagonista, sale con una chica que no es de la iglesia. El padre no lo aprueba y es echado de casa. Tras su primera relación sexual, ella se queda embarazada, justo cuando van a ir, los dos, a la universidad en otras ciudades. Los padres de la chica aprueban que ella tenga un aborto, mientras que los de él, intentan por todos los medios impedirlo. 



A causa de todo esto, el chico sale de casa y su padre se niega a pagarle su estancia en la universidad de Columbia en Nueva York. La chica se va del pueblo y comienza una relación con un hombre mayor en otra universidad, mientras él se queda solo. Vive en una habitación y hace pequeños trabajos para pagar sus estudios, cuando se desencadena la tragedia entre el hermano mayor y el padre, por su doble moralidad. 



¿No hay profeta en su tierra?



La inspiración de Highsmith viene de tres semanas que pasó en Estados Unidos, cuando vivía en Europa. Estuvo una semana viendo “telepredicadores” en casa de unos amigos en Indianápolis, hasta ir a un pequeño pueblo de Indiana que tiene una universidad, Bloomington, donde regresó al año siguiente. El lugar se convierte en el Chalmerstown de la novela. 



El libro se publica en el Reino Unido en 1983, pero está dos años sin encontrar editorial en Estados Unidos. En 1985 sale en el pequeño sello de Otto Penzler, Mysterious Press, a pesar de que el editor encuentra a Highsmith “odiosa”. Para provocar a los americanos, Pat añade una dedicatoria que no tiene nada que ver con el libro, a la Intifada palestina. Su desafío no era, probablemente, por el amor de los evangélicos a Israel, sino por la importancia exagerada que creía que tenían los judíos en Estados Unidos. De hecho, cuando Penzler le suprime la dedicatoria, ella cree que es por ser judío, cuando venía de una familia protestante alemana. 



El supuesto antisemitismo de Highsmith es otra de sus muchas contradicciones, ya que a pesar de su orientación lesbiana, tenía relaciones íntimas con hombres, pero siempre eran judíos de origen europeo. Uno de los últimos fue el pianista expatriado judío Michel Block. Cuando Pat fue en 1979 al tradicional programa de la BBC sobre los discos que te llevarías a una isla desierta, escoge la Rondeña de la suite Iberia de Albeniz interpretada por Block. Es por la misma razón que siendo lesbiana, no dice más que cosas odiosas sobre las mujeres. Sus cuadernos están llenos de comentarios misóginos.



[photo_footer]En una pequeña iglesia católica de Tegna (Suiza) está el nicho con sus cenizas, rodeado por piedras de sus admiradores judíos.[/photo_footer]



¿Antirreligiosa?



Tanto el público americano como el lector secular europeo pensaron que el libro era una crítica a la religión. Muchos creían incluso que era atea. No sé qué pensarían cuando supieron que en una pequeña iglesia católica de Tegna (Suiza), adornada con frescos descoloridos de querubines que vuelan, entre un gran número de llamas titilantes y una enorme estatua de la Virgen, está el nicho en que descansan sus cenizas. Ella, que tenía a Jesucristo como su héroe y cantó muchos años en el coro de una iglesia presbiterana, dejó sus restos en un colombario católico, ahora rodeado de elevados montones de piedras que depositan sus admiradores judíos, como aquellos que pasó media vida repudiando y acostándose con ellos. 



[destacate]En la cultura del victimismo, ya nadie se siente responsable ni culpable de nada.[/destacate]La religión no es el enemigo del protagonista de Gente que llama a la puerta. Él es tan prejuiciado e intolerante como su padre y su hermano. Todos son igual de falibles y condenatorios. Como todos los personajes de Highsmith, son seres absortos en sí mismos, incapaces de entender y amar a los demás, sin querer utilizarlos. El libro no trata de lo controlador que sea el cristianismo, sino de la rigidez de los códigos morales de los dos hermanos, que hace que sean incapaces de entenderse y aceptarse. Hay un claro paralelismo entre ambos. 



El conflicto en este mundo no es tanto entre tolerantes e intolerantes, dice Highsmith. Tanta incomprensión hay en el mundo religioso como en el secular. La actual política identitaria ha dividido la sociedad entre victimas y opresores, sea de racismo, heteronormatividad o sexismo, mientras que los religiosos piensan que es el mundo secular quien nos quiere imponer su “globalismo” con su “ideología de género”. En la cultura del victimismo, ya nadie se siente responsable ni culpable de nada.  



¿Víctimas?



Nadie puede negar que el mundo está lleno de males e injusticias que dañan a víctimas inocentes (Zacarías 7:9-10; Santiago 2:6). Jesús sufre la iniquidad de los hombres, sin haber hecho mal alguno (Isaías 53:7; Lucas 23:15-16; Hechos 3:14-15). Y muchos son perseguidos injustamente (1 Pedro 2:19). El sufrimiento es una realidad en la Biblia, pero la Escritura nos advierte del peligro de una mentalidad victimista.



[photo_footer]Highsmith nos recuerda que nadie es inocente, sino Uno, Aquel al que tanto admiró, Jesucristo.[/photo_footer]



Ese héroe de Highsmith que es Jesucristo, sufre como Siervo humildemente (Filipenses 2:7-8), lo que soporta fielmente con la mirada puesta en el gozo que le esperaba en un futuro glorioso (Hebreos 12:2). Confía en Dios, sabiendo que su dolor tiene un propósito (Marcos 10:45). Amó a los que le hicieron sufrir, derramando su sangre por los que hicieron una víctima de él (1 Pedro: 2:21-22), pidiendo su perdón (Lucas 23:34). 



Sus seguidores, por lo tanto, si sufren persecución, deben mostrar a Cristo, no la ofensa de su victimismo, haciendo bien (1 Pedro 2:12). No debieran ser conocidos por sus maldiciones y palabras condenatorias (1 Pedro 2:23-24), ya que no han de odiar a sus enemigos, sino amarlos (Mateo 5:44). No debemos estar ciegos a nuestro pecado, como los personajes de Highsmith, sino darnos cuenta de que esa mentalidad, lejos de “empoderarnos”, impide que podamos ser salvos y gozarnos en medio de nuestro dolor (1 Pedro 1:6; 4:16). 



Algo menos de amargura, no nos vendría mal. Y menos victimismo. Ya que como Highsmith nos recuerda, nadie es inocente, sino Uno. Sí, la iglesia está llena de pecadores, pero no tengamos miedo de confesarlo. Ya que no somos salvos por nuestra propia justicia, sino por la de Otro. Es Cristo quien nos libra de nuestra culpa, cuando confiamos en Él y reconocemos nuestro mal. 


 

 


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