Conociéndome a través de ti

Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú.  

(Isaías 43:1)

Tú me conoces mejor que nadie. Me conoces y reconoces sin necesidad de grandes explicaciones o elocuentes descripciones.

Cuando me observo de forma introspectiva, resulta extraño descubrir a un ser que por momentos me es ajeno, desconocido. Un ser que a pesar de llevar un envoltorio de mujer madura, tener mis ojos, mi pelo, portar mi esqueleto, irónicamente resulta ser un torpe reclamo de mí, una mueca obtusa de lo que creía ser.

El paso de los años me invita a explorar ese Yo interior, sumergirme en mí con el claro propósito de encontrar razones por las que enorgullecerme de quien soy, de los logros alcanzados, los proyectos conclusos, la vida que aún transcurre y se encuentra en perfecto estado de ejecución.

Un gran bostezo me hace presagiar que aquello que descubro no tiene ningún mérito, que ese personaje que aparece como protagonista de mi historia no va ha hacerme ningún guiño de complicidad porque se distancia mucho de la realidad. 

¿Esa soy yo? (es pura retórica)

Tú eres mi creador y para conocerme en toda mi complejidad he de mirarme en ti.

A través de tus ojos descubro a una mujer plagada de defectos, de máculas e inseguridades.

Una mujer–niña que siente temor frente a asuntos del pasado, por los retos no conseguidos y esas asignaturas pendientes.

Alguien que ante el futuro inmediato se plantea cuestiones que necesitan de tu urgente consejo, pues se reconoce torpe a la hora de proceder correctamente en la toma de decisiones.

Al descubrirme tan alejada de lo que me gustaría ser y para no caer en el desaliento, leo en tus horadadas manos lo que significo para ti.

Veo cómo me ves. La manera en la que un creador mira su obra inacabada. La forma en la que posas tus ojos en mí, mitigando la tristeza de sentirme tan alejada de ese prototipo utópico creado en mi cabeza. Un modelo de mujer al que nunca voy a alcanzar aunque siga fustigándome con el látigo de un perfeccionismo que tú no me exiges.

Tu mirada profunda de Padre hace que deje mis miedos a un lado; solapados por un momento.

Que acune mi falta de valía en el regazo de tu Señorío y así poder descansar confiada.

¡Oh Señor! Aun después de tantos años compartiendo mi vida contigo, sigues sorprendiéndome con tu calidez y amor, con una compasión ilimitada, un amor inefable.