Un instante glorioso

El mar frente a mí. El viento de poniente saboteando mi pelo, enredándolo. 

Recurro con sigilo a visitar ese momento vivido hace años que matizó mi vida de emoción. Acudo a él con el único deseo de que su evocación me traiga un halo de alegría, unas briznas de esperanza que lo invadan todo de una singular belleza.

Quiero rescatar del aparente olvido un instante glorioso, un momento sublime que con los dedos mágicos de la memoria sea arrastrado hasta el presente y consiga con sutileza hacerme cosquillas en el corazón. Que emerja del ocaso de la desmemoria y envuelto en luz preñe de claridad la oscuridad de estas horas bajas. 

Aferrada a mi presente concibo lejanas las promesas prometidas. Las atisbo desde mi almena con cierta incredulidad, apelando sin confianza a que sean realizadas. 

Es por ello que he de traer ese instante perteneciente al pasado de vuelta al presente para que su esencia torne este desasosiego trastocándolo, humanizándolo. 

Cierro los ojos, me concentro y por fin aparece. 

Me abraza y exhala un aroma que perfuma el aire. Sonrío, y sin quererlo, se me escapa una risa.  

Un revuelo de rubor y felicidad se mezcla en mí. Entornando los ojos me siento invadida por un zarandeo que desaloja los miedos trasladándolos lejos de donde me encuentro.  

Sé que Él nunca me abandona. Susurro un verso. “Encomienda a Jehová tu camino. Y confía en él; y él hará”.

El viento azota mi rostro, seca mis lágrimas. Siento la cercanía del Padre, la calidez de su presencia. 

Abro los cerrados párpados y pienso que hoy es un buen día para volar la cometa de la tristeza, dejar que vuele lejos, tan lejos que desaparezca en el cielo dando paso al gozo.