Cirilo inventa algo que cambiaría profundamente la vida cultural de los eslavos: desarrolla un alfabeto.
Nueve siglos después de la resurrección de Cristo aún quedaba un inmenso territorio donde el mensaje del evangelio apenas había llegado: el este de Europa, que en su mayoría estaba poblado por pueblos eslavos. Ninguno de ellos había sido alcanzado de una forma sistemática por el evangelio. Pero finalmente iba a llegar también su hora.
En la ciudad de Tesalónica, en el corazón del imperio bizantino, nacen dos hermanos, Cirilo y Metodio, en el seno de una familia griega. Su padre es un militar de alto rango en el ejército del emperador de Bizancio. Este hecho permite a la familia vivir sin preocupaciones económicas y facilitar una buena educación a sus hijos. Tesalónica tiene una población mixta de griegos y eslavos. Por eso, los dos hermanos son bilingües y dominan ambos idiomas perfectamente.
Cirilo y Metodio reciben en Constantinopla, en la Escuela Imperial de la capital, la mejor educación posible y, al final de sus estudios, se ganan una reputación excelente como brillantes pensadores. Pero hay una cosa donde destacan aún más: su profunda fe y su afán por glorificar a Cristo con sus vidas. Después de sus estudios, Cirilo empieza a enseñar filosofía y su hermano es nombrado primer gobernador de Macedonia y más tarde abad de un monasterio en Asia Menor.
En esa época Cirilo inventa algo que cambiaría profundamente la vida cultural de los eslavos: desarrolla un alfabeto capaz de expresar los sonidos eslavos. Se basa en las letras griegas pero con muchos cambios y añadiduras. Más tarde se conocería como el alfabeto cirílico que hasta el día de hoy se usa en Rusia, Ucrania, Bulgaria, Serbia y Macedonia del Norte.
Una vez terminado el nuevo alfabeto, Cirilo traduce parte de la Biblia y los libros litúrgicos al eslavo. Es una curiosidad que hasta el día de hoy se celebren los cultos de las iglesias ortodoxas rusas y serbias en el idioma de Cirilo: el eslavo antiguo.
Corre el año 862. El imperio de los francos, fundado por Carlomagno, se ha establecido como poder dominante en el centro de Europa y España está bajo el dominio del emir Abderramán I de Córdoba. En este año, el emperador de Bizancio recibe un emisario. Viene de parte de Ratislavo, el príncipe de Moravia, un reino eslavo que tiene su centro de poder en la zona donde hoy está la República Checa.
En mensaje es inusual: Ratislavo le pide al emperador Miguel III que mande misioneros a Moravia para “explicarnos las verdades cristianas en nuestro propio idioma,” como dice en su misiva.
El emperador no titubea. Manda a los mejores que tiene: los hermanos Cirilo y Metodio. Enseguida se ponen en camino y cumplen con la petición de Ratislavo: empiezan su obra en Moravia usando desde el primer momento el idioma eslavo en la liturgia, en contra de las normas de la Iglesia en aquella época. Y lo que es más importante: en seis meses traducen casi toda la Biblia usando el nuevo alfabeto y logran así alcanzar a los moravos usando un idioma que les era familiar.
La estrategia evangelística de los dos hermanos es interesante: empiezan primero con la alta sociedad morava, incluido el rey, para terminar con los campesinos. Para educar a los moravos establecen la Academia de la Gran Moravia, donde enseñan a la gente a escribir su idioma con el nuevo alfabeto y, de paso, convierten al eslavo en la cuarta lengua de la Iglesia, después del hebreo, griego y latín.
Pero ahora surge un problema. No es la oposición pagana, sino la de los mismos líderes cristianos la que ve en los misioneros bizantinos una amenaza. Los obispos católicos de Baviera, en el este del imperio franco, consideran la hazaña misionera de los bizantinos como una intromisión en su propia zona de influencia. Sin embargo, no lo dicen abiertamente, sino que usan un argumento sorprendente: alegan que solo se puede adorar a Dios en tres idiomas, hebreo, griego y latín, porque son las únicas lenguas sagradas. Al inicio el papa de Roma apoya a los bávaros. Lo que parecía una puerta abierta por Dios amenaza con convertirse en un conflicto político de primera magnitud.
Así, los dos hermanos deciden emprender un viaje a Roma para tranquilizar al jefe de la iglesia católica. Consiguen lo que entonces parecía imposible: logran convencer al papa de que es posible adorar a Dios en un idioma distinto a los tres considerados “sagrados” sin ofender a Dios. Después del encuentro con Cirilo y Metodio, el papa Adrián II autoriza formalmente el uso de la liturgia eslava.
Infelizmente para Cirilo no hay vuelta a Moravia. Muere en Roma. Los esfuerzos del viaje fueron demasiado para él. Pero su hermano regresa con una carta de apoyo del mandatario de la Iglesia católica. Sin embargo, la alegría iba a durar poco tiempo. El obispo de Salzburgo, cabeza de la iglesia de Baviera, no da su brazo a torcer y hace todo lo posible para entorpecer el ministerio de Metodio. La figura del papa en aquel entonces no tenía la autoridad que se le otorgaría siglos más tarde. Por eso el obispo convoca a Metodio y a un representante del papa a una conferencia en presencia del rey germano Ludovico. El encuentro se alarga y la tensión sube. En ocasiones Metodio pierde la paciencia, llegando incluso a llamar a los obispos presentes “idiotas germanos”. Pero mientras sigue la batalla verbal, el ejército de Ludovico, liderado por sus hijos, ataca Moravia y destituye al rey Ratislavo.
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Metodio pierde así a su protector. Pero pasa algo peor: le detienen y le encierran en una cárcel en Ratisbona donde pasa calamidades de todo tipo. Sola la intervención papal, que sigue apoyando a Metodio, evita su muerte y consigue finalmente su liberación en el año 885.
Sin ningún sitio adonde ir, Metodio tiene que volver a su tierra natal, donde el emperador y el patriarca de la Iglesia de Bizancio le reciben con todos los honores. Metodio quiere volver a Moravia, pero Dios tiene otros planes y Metodio muere ese mismo año. También los colaboradores de Metodio tienen que salir de Moravia y los obispos alemanes prohiben definitivamente el uso del eslavo en los cultos y vuelven a introducir la misa en latín.
A primera vista parece que la obra de los dos hermanos ha sido un fracaso. Ambos mueren sin presenciar que lo mejor estaba aún por venir para los eslavos.
Porque mientras se cierra la puerta en Moravia, en el centro de Europa, se abre otra, aunque cien años después de sus muertes: el gran duque de Kiev, el ruso Vladimir, se casa con la princesa bizantina Ana. Poco antes, Vladimir había abrazado la fe cristiana y fue bautizado.
La iglesia de Constantinopla había mandado reiteradamente misioneros a Rusia. Pero sus zares hicieron todo lo posible para impedir el avance del cristianismo entre los rusos. Aún así, los esfuerzos misioneros siguieron y finalmente se estableció la primera iglesia en Kiev. La princesa rusa Olga abraza la fe cristiana en al año 955 y, 33 años más tarde, Vladimir se convierte en el primer zar cristiano de Rusia, curiosamente casi exactamente 1000 años antes de la caída del comunismo y de la vuelta de Rusia a la fe cristiana.
Y es ahora cuando Constantinopla le hace un gran regalo a los rusos: el alfabeto de Cirilo para escribir su idioma y la Biblia que había traducido.
Rusia está ahora bajo la influencia de Constantinopla y no de Roma, y esto abre una profunda brecha entre los pueblos eslavos que perdurará siglos, hasta el día de hoy. Las tensiones políticas entre Polonia, Ucrania y Rusia y entre Croacia y Serbia tienen sus raíces aquí.
Cuando Constantinopla, la “segunda Roma”, cae 500 años más tarde, en el año 1453, en manos de los musulmanes, se acaba el Imperio Bizantino, heredero de Roma, para siempre. Pero la herencia de la fe y de la cultura bizantinas queda conservada en el imperio ruso, que se considera ahora como el sucesor y heredero del imperio bizantino. Los rusos llaman a su capital Moscú la tercera Roma. Es curioso que hasta el día de hoy el emblema de Rusia sea el águila bicéfala de Bizancio, adoptado en 1487 como emblema nacional.
No se puede sobreestimar la importancia de la traducción de la Biblia al idioma de los eslavos y la influencia de un alfabeto propio. Hasta el día de hoy se sigue usando el eslavo antiguo como idioma litúrgico en las iglesias ortodoxas de Bulgaria, Serbia y Rusia.
Cuando murieron los hermanos Cirilo y Metodio nadie podía imaginarse que su obra iba a tener consecuencias que llegarían hasta el siglo XXI. Habían llegado a ser el equipo misionero más “exitoso” en la historia de Europa oriental.
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