Así, parecía que la sanidad, la enseñanza, la política y tantas otras áreas de la vida se proclamaban independientes del control o el sentimiento religioso. Parecía que había una menor importancia de lo religioso en el ámbito de lo social.
La religión, así, para muchos, tendía a privatizarse, a convertirse una opción personal vivida en la intimidad sin apenas relevancia social. Las consecuencias de las teorías de la secularización, parecían recluir a la religión a un asunto privado. Ésta dejaba de ser pública.
Después nos encontraríamos con palabras del mismo léxico como secularismo y secularidad que irían introduciendo en la sociedad los términos de laicismo y laicidad. En última instancia, con el laicismo parecía negarse todo tipo de influencia o dimensión religiosa en la vida de los hombres. Así, a la religión no se le reconoce ninguna relevancia en la organización de la sociedad humana. Es un intento de vaciar la vida pública de la experiencia religiosa, desalojar la religión de los espacios públicos.
Luego el concepto de laicidad de los Estados no confesionales incluso gozaría de la aprobación de muchos creyentes. Los Estados no confesionales no tenían por qué ser antirreligiosos ni combatir todo vestigio de espiritualidad religiosa, sino que creaban un marco institucional en que se reconocía la religión al igual que cualquier tradición laica. De todas formas parecía que la religión se convertía en algo más privado, una elección personal que cada vez tenía menos relevancia pública.
De todas formas los acontecimientos de los últimos años no parecen avalar que la religión se haya convertido en un credo invisible y privado, separado de la vida pública y sin ninguna influencia sobre ella. Ha habido confesiones y tradiciones religiosas que se están encarnando en lo público y asumiendo un papel o rol que demuestran la dificultad actual de recluir a la religión dentro de los cuatro muros de la iglesia como un asunto privado.
Vemos como hoy la religión sale a la palestra pública en asuntos tan importantes como la Educación para la Ciudadanía, muestra su influencia pública en asuntos como el matrimonio homosexual. También en España y, fundamentalmente en países como los Estados Unidos, la religión se muestra beligerante con leyes como las de aprobación del aborto. Nadie duda de la influencia sociopolítica de la Teología de la Liberación y de otras teologías como la feminista. Está el fundamentalismo islámico que tantos quebraderos de cabeza está dando a los modernos Estados y que, en casos extremos y aislados, puede acabar en signos de terror en los que la religión es parte integrante de estos fundamentalismos activos en el ámbito sociopolítico.
La influencia de la religión no es banal en la guerra de Irak y de otras gestas bélicas llevadas a cabo desde los Estados Unidos. El avance de los evangélicos en Latinoamérica es un elemento de cambio social importante que puede afectar a la vida política de esos países. Así, pues, los defensores de la secularización, el laicismo y la laicidad no tienen la última palabra en cuanto a recluir la experiencia religiosa en el rincón de lo privado, en el baúl de los recuerdos o en la vivencia silenciosa de toda experiencia religiosa. La religión no es irrelevante en cuanto a lo social ni en cuanto a lo político. Sigue teniendo una influencia importante en la vida de los hombres. En muchos ámbitos se puede seguir confundiendo la religión con la política.
Muchos cristianos ven hoy la estrategia de la privatización y el aislamiento de la religión como una trampa y siguen viendo la religión como una experiencia que tiene gran relevancia pública. Los cristianos se niegan a pensar que la religión es algo que atañe solamente al ámbito privado. Piensan que tiene una gran relevancia pública y que es algo que compete tanto a la moral política como a la ética social. Hemos defendido en otros artículos que la religión no es extraña a la política ni a lo social, que todas son dimensiones del ser humano en una relación que los cristianos podríamos hacer que resultara beneficiosa… porque, en algunos casos, puede resultar también maligna como cuando de una y otra forma se bendicen los cañones o se lanzan bombas en nombre del Creador.
Por todo esto los cristianos debemos pedir sabiduría a Dios para que Él nos vaya mostrando la mejor forma de inundar el espacio público con una espiritualidad de paz, de concordia y de amor, alejados de toda influencia violenta que pueda llegar a tener el pensamiento religioso. Pero lo que está claro es que la experiencia religiosa no se resigna a quedar recluida y silenciada dentro de las cuatro paredes del templo.
De ahí nuestra gran responsabilidad como creyentes para que nuestra influencia social y política en todos los espacios públicos sea como un bálsamo que sana, que beneficia y que da sentido positivo a la vida de los hombres, también de los creyentes que, necesariamente, se ha de desarrollar en todos los espacios de la vida pública. El cristianismo no se vive sólo en la privacidad.
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