Gozosa y herida

Concluye la conversación telefónica. Debería estar triste, pero no lo estoy. 

Ella, al otro lado de la línea, ha sabido transmitirme un mensaje en apariencia sombrío pero teñido con tintes de esperanza.  

Hemos hablado durante un buen rato y en todo momento su voz ha sonado clara, sincera, amiga. Una voz con un timbre plagado de fe, con la resonancia de un gozo que no se puede entender si no se anda en el Espíritu. 

Ella sabe que esta oleada de incógnitas es común para quién recibe un diagnóstico como el suyo. Ella, también sabe, que Dios es el único que puede dar sentido a todo este desbarajuste, el único en despejar incógnitas y solucionar lo que a priori parece desalentador.  

Con envidiable temple y valentía me habla de todo lo que Dios va a hacer en su vida, de cómo este barullo en el que se ha convertido su presente es la antesala de todo lo esplendoroso que el Padre ha preparado para ella. Con una calidez asombrosa recita versos de la palabra posicionando su vida en una escala de gracia, sintiéndose no merecedora de toda la misericordia que Dios tiene para con su persona. 

Oírla me hace ratificar que la felicidad es insustancial cuando es comparada con el gozo, con ese precioso estado en el que el Padre nos hace habitar y que a ojos de quienes no creen en Él es inverosímil, sobrehumano.

La felicidad es simplemente una emoción, el gozo es una actitud, un fruto que se obtiene cuando mantienes una relación estrecha con tu creador.

Recibo en esta mañana una caricia conmovedora. Un regalo amigo que se atavía de complicidad. No hacen falta encuentros continuos ni extensas charlas para conectar corazón con corazón y abrigar esa conexión amiga que únicamente se produce cuando tu vida y la de ese ser con quien conectas están en la misma sintonía.

Ella y yo estamos unidas por hilos de amor que Dios ha tejido de forma artesanal creando un estado de armonía entre dos mujeres que no necesitan mucho para sentirse privilegiadas. 

Aunque la higuera no florezca,

ni haya frutos en las vides;

aunque falle la cosecha del olivo,

y los campos no produzcan alimentos;

aunque en el aprisco no haya ovejas,

ni ganado alguno en los establos;

aun así, yo me regocijaré en el Señor,

¡me alegraré en Dios, mi libertador! 

Habacuc 3:17-18 

Gracias Vanesa.