Una pastoral de las migraciones debería dar respuesta adecuada partiendo no solamente de los conocimientos bíblicos, sino los conocimientos suficientes para poder interpretar el mundo, para poder tener una conciencia crítica y una voz de denuncia que pueda ser como un faro que orienta no solamente a los cristianos, sino que urge y afecta a todos los sectores sociales, políticos y económicos. Una pastoral de la inmigración, nunca se debe limitar, como en la conciencia de muchos creyentes ocurre, al mero asistencialismo. Tiene que dar un paso más allá y convertirse en un canal de opinión, en una voz crítica, en una voz profética.
Por eso
la iglesia, como iglesia en el mundo, debe estar atenta y no de espaldas a los responsables políticos, a los grupos que detentan en poder económico, a los gobernantes de este mundo, a sus gobiernos, a las políticas de los organismos internacionales, a los desequilibrios económicos en el mundo, al estudio de las causas de las migraciones y de la pobreza en el mundo, atenta al gran poder que es la información, y atenta al gemido de los desamparados del mundo. Si no se dan estas circunstancias, la pastoral de las migraciones internacionales o de la inmigración para nuestro país, no va a funcionar ni se va a desarrollar de forma óptima.
La iglesia, en algún sentido, también puede ser un punto de referencia para el mundo. Esto también constituye un cierto poder que tiene que ser, por un lado, ejemplarizante por su involucración tanto en la ayuda práctica y asistencial, como en la búsqueda de la justicia en donde no debe escatimar ni esfuerzos ni tiempo y, por otro lado, interpelante de los poderes políticos y económicos, así como de toda estructura social injusta, de toda estructura de pecado que esté manteniendo la injusticia y los desequilibrios económicos en el mundo.
En la pastoral de la inmigración es donde la iglesia debe desarrollar todo su potencial misionero y poner como objetivo de ser sal y luz también allende nuestras fronteras, allí donde están los conflictos, allí donde se dan los despojos por parte del mundo rico y allí donde las personas no pueden desarrollarse en dignidad. Una auténtica pastoral de la inmigración debe criticar la escasez de los compromisos de los países desarrollados con los que están en vías de desarrollo y ser, desde dentro y desde fuera de estos países, un fermento que comprometa a los gobiernos del mundo, y a todo tipo de instancia internacional, a que los compromisos de cooperación con los países en vías de desarrollo sean efectivos y consigan que los habitantes de estos países puedan tener uno más de sus derechos: el derecho a no emigrar, al igual que deben tener el derecho a la libre circulación de los trabajadores por el mundo.
El derecho a no emigrar sólo se va a poder ejercer en el momento en que, entre todos, consigamos elevar el nivel de vida que tienen los países en vías de desarrollo a través de compromisos que dependen también de la propia interpelación de la iglesia a los poderes políticos y económicos del mundo. La iglesia debe gritar para que las sociedades ricas aumenten sus compromisos con los países pobres para que aumenten sus recursos naturales, infraestructuras, transportes, educación, sanidad y todo lo que contribuya al desarrollo de los pueblos.
En una pastoral de la inmigración, la iglesia no se debe limitar a condenar el pecado desde sus púlpitos o desde sus áreas de influencia, sino que debe concretar: debe condenar la injusticia, las desigualdades económicas, debe denunciar y condenar a los grupos mafiosos que trafican con seres humanos, a la vez que se mancha las manos, como buen prójimo, en la ayuda efectiva a las víctimas y crea infraestructuras y tejido social para acoger y cuidar a los heridos física y psicológicamente por estas mafias; debe fijarse en la feminización de la pobreza, en la situación de la mujer inmigrante, denunciar la explotación sexual y el engaño en que, a veces, son traídas para que acaben en las redes de prostitución. También debe crear el tejido social suficiente para que estas mujeres reciban sanidad psicológica y conseguir que la iglesia sea un agente de liberación en medio de este mundo de dolor. Hay que denunciar la esclavitud que se da en algunos ambientes en donde los inmigrantes son explotados como mano de obra barata y sin derechos.
Una pastoral de la inmigración debe denunciar a los empresarios injustos que se lucran pagando injustos salarios o, dándose las condiciones para la contratación legal, los mantienen fuera de la seguridad social y ahorrándose otros impuestos. La iglesia debe de denunciar y criticar todo abuso contra las personas luchando por combatir todo brote discriminatorio.
La iglesia debe exigir el cumplimiento de los Derechos Humanos desde la consideración que debe tener de la dignidad de toda persona independientemente de su raza, etnia, color, religión o lengua. La iglesia debe exigir el cumplimiento de los derechos fundamentales que toda persona tiene, dando ejemplo de trato y consideración a estos nuevos miembros dentro de sus congregaciones, practicando la acogida y la hospitalidad a la que está llamada la iglesia como casa común de todos los hombres, con la especificidad de que en esta casa, los últimos deben ser los primeros. Deben ocupar los primeros bancos, especialmente los bancos del afecto y del amor cristiano, como si en el rostro de estas personas se reflejara el rostro del Jesús migrante.
Una pastoral de la inmigración se debe unir a la pastoral penitenciaria, ya que hay tantos presos inmigrantes en nuestras cárceles, sin visitas de nadie, en una clara desventaja que les hace más vulnerables. Una pastoral de la inmigración debería estudiar las causas profundas de que haya tantos pobres, entre ellos tantos inmigrantes, encarcelados y expulsados de la vida social.
La iglesia debe luchar contra tantos estereotipos y prejuicios que se dan en el marco de la inmigración sobre la cultura de éstos, su procedencia, las causas de la inmigración. La información correcta de la iglesia puede eliminar muchos de estos prejuicios. La iglesia debe educar para la paz y para que las relaciones interculturales fluyen con toda normalidad y naturalidad. La iglesia debe potenciar nuevas ONG,s, y colaborar tanto con los tejidos sociales de la Administración pública como los que se dan desde la iniciativa privada para conseguir sus objetivos de buena acogida.
Lógicamente, la iglesia debe mantenerse abierta a la trascendencia, a la evangelización y al cuidado espiritual de todas estas personas tendiendo a la transmisión del concepto de un Evangelio integral que se debe sentir desde la vivencia de la espiritualidad cristiana. Cualquier faceta que se olvide en la vivencia del Evangelio que es integral y que afecta a todas las áreas del ser humano, dará lugar a la práctica de un Evangelio mutilado que olvida las fuertes exigencias del concepto de projimidad al que nos debemos si, realmente, queremos ser discípulos y seguidores del Maestro.
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