Cansado de los predicadores de moda en Estados Unidos y del fanatismo político de un movimiento evangélico cada vez más extremista, siento nostalgia de aquel “cristianismo histórico” del que hablaba Stott.
La memoria es siempre selectiva. Recordamos lo que queremos. Poco después de darme clase en Londres a principios de los años 80, John Stott (1921-2011) le explicó a un amigo en una carta por qué no iba a hacer sus memorias: “Me parece a mí, que tanto a las autobiografías como a las biografías de personas que todavía viven, les falta objetividad y honestidad”.
Cuando me invitaba a comer en el ático de soltero donde vivía, subías por estrechos pasillos llenos de estanterías, donde no sabías si pararte a mirar un libro, porque podía decirte que te lo llevaras. Así de generoso y desprendido era él. Vivía con una sencillez y modestia que no correspondía al reconocimiento que tenía en todo el mundo.
Para relajarse, Stott miraba libros con fotos e ilustraciones de pájaros, pero antes de dormir solía leer biografías. Pensaba que “las biografías más fascinantes son aquellas que no simplemente cuentan la historia de alguien, sino que descubren su secreto”. Lo que buscaba en ellas era la fuerza o motivación que explicaba su vida, “a lo que se dedicaba y por qué”.
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[photo_footer]Su hermana Joy era un año mayor que John y se crió con él hasta que Stott fue mandado interno a un colegio a los 8 años.[/photo_footer]
Al empezar ahora una larga serie de artículos sobre algunos aspectos de la biografía de mi pastor y maestro, lo hago sabiendo que él preferiría que se dijeran estas cosas cuando él ya no pudiera leerlas. No había nada que más le incomodara que oír hablar sobre él. Este es mi particular homenaje a una de las personas de las que más he aprendido en la vida…
Su amigo Tim Dudley-Smith comienza su monumental biografía en dos tomos con un informe del administrador y tesorero a la Comisión de Pavimento del Estado de la Corona por “las quejas recibidas por la insolente conducta de un chico de 9 años llamado Stott en los Jardines de la Plaza del Parque, por la que el Comité escribió una carta a los padres”. Imagino la sonrisa traviesa del Tío John –como le gustaba que le llamaran todos los que le apreciaban, por su profunda aversión a los títulos y aspavientos de los que se ufanaban “doctores” como él–, cuando viera esta anécdota publicada antes de su partida.
Si hay algo que no quería ser Stott es un santo de escayola. Su humildad no era fingida, sino real. Su amabilidad era de una ternura conmovedora, pero cuando tenía que decir algo, lo decía. Hablaba con convicción, pero sin el afán de controversia que tienen muchos cristianos. Si había algo que le molestaba, era ese “odium theologicum” que despierta la religión en muchas personas. No sé cuánto tendría de su padre, pero no soportaba tampoco el tono sarcástico que decía que tenía. Así que intentó evitarlo toda su vida.
Su padre era un prestigioso médico, el doctor Arnold Stott, cuyo credo el predicador describía como “humanismo secular”. Venía de una familia de origen escandinavo establecida en Lancashire en el siglo X –vikingos, solía decir el tío John–. Su padre y su abuelo eran especialistas en cardiología. Habían introducido el electrocardiograma en el Hospital de Westminster, tras la Primera Guerra Mundial, poco después de haber sido desarrollado en Holanda. Era habitual en Londres que los médicos que tenían cierta reputación, como su padre, tuvieran una consulta privada en la calle Harley, donde traslada a su familia en 1921, el año que nace Stott.
Antes de venir él al mundo, el doctor había tenido tres hijas, pero una de ellas murió de meningitis a los 3 años. Ocurrió cuando el padre era médico militar durante la guerra en Francia en 1914. En casa siempre se recordaba su cumpleaños. La madre, Lily Holland, había nacido en Amberes, pero la abuela era una prusiana casada con un inglés, que acabó siendo gerente del Gran Hotel que había en la plaza de Trafalgar de Londres.
[photo_footer]En la alta clase social a la que pertenecía Stott, lo que en Inglaterra llaman escuela pública, es la educación privada más elitista que puedan imaginar.[/photo_footer]
Todo esto les dará una idea de la alta clase social a la que pertenecía Stott. Era resultado de lo que en Inglaterra llaman “escuela pública”, que es la educación privada más elitista que puedan imaginar. Se les reconoce por su cuidado acento y maneras exquisitas, hasta el día de hoy, ya que la sociedad británica sigue siendo tremendamente clasista. Da igual el partido al que pertenezcan los gobernantes, o lo popular de su arte, la mayoría siguen siendo alumnos de Eton o Rugby, como Stott.
Como es habitual todavía en esas familias, la hija mayor –Joan, nueve años mayor que John– estaba interna en un colegio durante la infancia de sus hermanos, Joy y John. Joy era un año mayor que John, mandado también interno a los 8 años en una escuela residencial de Gloucestershire, para prepararse a entrar en el selecto colegio de Rugby. Su padre había ido al mismo centro, antes de estudiar medicina en Trinity, Cambridge.
Joy tuvo varias niñeras francesas, pero la que pasó más tiempo con John y ella se llamaba Nancy Golden. Iban con ella todos los días al parque, el jardín de la plaza que provocó el incidente del principio –un recinto privado, para el que pagaban y entraban con llave, al que el personal doméstico no tenía acceso si no era con un miembro de la familia–, o el parque de Regent, donde está todavía el zoo.
Stott decía que su padre era un “secularista científico”. Pensaba que “creía en la educación y como buen hijo de la Ilustración, tenía una fe ciega en la razón y lo inevitable del progreso que iba a remediar los males del mundo”. Era masón y participaba en obras filantrópicas. Fue un temprano partidario de la sanidad pública para todos. No iba a la iglesia, pero le parecía bien que su esposa llevara a sus hijos cuando eran pequeños a la “escuela dominical” que había en la iglesia donde estaría toda su vida, All Souls.
El edificio circular con una cúpula culminada en una aguja que todavía se ve al lado de la arteria comercial que hay en el centro de Londres en Oxford Circus, había sido construido en 1820 en Langham Place, la plaza donde se levanta la sede de la BBC desde 1928. Era obra de un conocido arquitecto llamado John Nash, para poder sentar a 1820 personas. En su interior la única imagen que hay es un cuadro inmenso de finales del siglo XVIII, el Ecce Homo de Richard Westall que muestra un Cristo maniatado con una corona de espinas con manta púrpura, rodeado de sacerdotes y soldados que le apuntan con el dedo.
[photo_footer]Stott cazaba mariposas hasta que en una de sus muchas riñas con su hermana, se arruinó la colección y comenzó su afición a mirar pájaros.[/photo_footer]
El nombre de All Souls no viene, como se podría pensar, de las almas de los muertos, sino que se refiere a los residentes pobres de la parroquia. La tradición evangélica de esta iglesia comienza con su segundo pastor, el rector Charles Baring, que venía de la iglesia más evangélica de Oxford, St. Ebbe. Era amigo del conocido reformador social evangélico Shaftesbury. Cuando nació Stott había muerto de repente el predicador evangélico que estaba en la iglesia desde 1898. Webster fue arrollado por un coche en Baker Street, al ir a jugar al golf en su día libre. Su sucesor era muy diferente. Arthur Buxton pertenecía al movimiento que se llamaba a sí mismo “evangélico liberal”. Hablaba por la radio y atrajo a artistas del West End, como un conocido matrimonio de actores que se dedicaba a la comedia musical.
La madre de Stott tenía una educación luterana, por su madre prusiana. Enseñó a sus hijos a “decir sus oraciones” de un pequeño libro y leer la Biblia con una “porción” de unas notas devocionales. Llevaba con frecuencia a los niños al culto, el domingo por la mañana, que se sentaban en la primera fila de la galería norte. Por la tarde iban a una escuela dominical que hacían para un grupo selecto de hijos de médicos, que llevaba la esposa del rector. Era en el salón de la casa pastoral, que llegaría a ser la residencia de Stott durante veinticinco años.
Antes de ir interno al colegio de Oakley Hall, Stott fue a los 6 años a la escuela infantil del Rey Arturo en Kensington. Tenían dos meses de vacaciones, cuando venía su prima Tamara, hija del famoso director de orquesta Albert Coates –durante mucho tiempo el pequeño John creyó, por error, que la sala de conciertos del Albert Hall se llamaba así, por su tío–. El músico estaba casado con la hermana de Lily. Era medio inglés, medio ruso. Cuando iban a algún concierto, podían verle después en el camerino del director. En los colegios donde estuvo interno, decían que Stott tenía buena voz, pero él sólo tocó el violonchelo en el colegio y en reuniones familiares.
[photo_footer]La iglesia donde estuvo toda la vida Stott había sido construida en 1820 en Langham Place, al lado de la principal arteria comercial del centro de Londres, Oxford Circus.[/photo_footer]
Su padre lo introdujo a algunas de sus aficiones, como la botánica, la música, la pesca con mosca y el coleccionismo de sellos, pero lo único que le interesaron fueron las mariposas. De hecho, se llevó una red para al colegio y hay fotos de él, muy pequeño con un cazamariposas. La historia es que en una de sus muchas riñas con su hermana, se arruinó la colección y comenzó su famosa afición a los pájaros. Es la pasión que mantuvo toda su vida. Otra costumbre que tenía desde que era niño, era acostarse media hora después de comer al mediodía. La siesta que hizo famoso a Churchill, le hizo también conocido a Stott en todo el mundo.
En 1929 Stott es uno de los más pequeños niños internos en el colegio de Oakley Hall, que no tenía más de cincuenta a sesenta alumnos. En los años 1920 y 1930 no era costumbre que los padres visitaran a sus hijos en la escuela, excepto en ocasiones especiales. Esa infancia ha dado un sentido de orfandad a varias generaciones de la alta clase social británica, que se han formado con una incapacidad emocional bastante notoria. Como veremos, Stott no tuvo relación con su padre durante muchos años. Fueron completos extraños.
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Si como dice el poeta, nuestra patria es la infancia, aunque en un sentido, Stott fue ciudadano del mundo –ya que pocos predicadores han viajado tanto como él, por todo el planeta–, siempre me impresionó pensar que cada vez que volvía a Londres, regresaba al mismo lugar donde se crío y pasó gran parte de su vida adulta. Estaba en la iglesia y el barrio de su infancia. Esa zona del centro la conozco muy bien, ya que a mi padre le gustaba mucho también pasar tiempo allí, cuando estábamos en Inglaterra. Íbamos a su iglesia y luego estudié en el instituto que formó a principios de los 80 para pensar qué significa el cristianismo en el mundo contemporáneo.
[photo_footer]Le gustaba que le llamaran tío John, por su profunda aversión a los títulos y aspavientos de los que se ufanaban en ser doctores como él.[/photo_footer]
Estoy en un momento en que estoy cansado de los predicadores de moda en Estados Unidos, el fanatismo político de un movimiento evangélico cada vez más extremista y siento nostalgia de aquel “cristianismo histórico” del que hablaba Stott. Cuando leo sus libros y escucho sus sermones, siento la emoción de esa fe en Cristo Jesús, basada en la autoridad de la Biblia, que no tenía miedo a vivir en medio del mundo a la luz de esa Palabra que todavía me habla por medio de su Espíritu. Anhelo el equilibrio que él siempre buscaba y la actitud abierta para hablar de la verdad con amor. Yo todavía pienso como Stott en 1984:
“Algunos cristianos, ansiosos por ser fieles a la revelación de Dios sin claudicaciones, se desentienden de los desafíos del mundo moderno y quieren vivir en el pasado. Otros, ansiosos por responder al mundo que los rodea, mutilan y tuercen la revelación de Dios en sus intentos de hacerla actual. Yo he luchado por evitar ambas trampas. He intentado someterme completamente a la revelación de ayer manteniéndome, a la vez, inmerso en la realidad de hoy. No es fácil combinar la lealtad al pasado con la sensibilidad al presente. Sin embargo, nuestro llamado es precisamente a vivir en el mundo a la luz de la Palabra.”
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