La suya no es una reivindicación desapasionada, sino una identificación completa con la misma y, con todos los que en España la han defendido.
El último encuentro anual de la Alianza Evangélica Española abordó el tema de la libertad de conciencia. Esta ya es y será una de las cuestiones más cruciales que deberá enfrentar nuestra sociedad. El mero hecho de que la libertad de conciencia se debata muestra exactamente el tiempo en el que nos ha tocado vivir. Se necesitan, pues, voces y plumas que puedan arrojar luz sobre el concepto de libertad de conciencia. Una de las más autorizadas es la del escritor recientemente fallecido José Jiménez Lozano (Langa, Ávila, 13 de mayo de 1930-Valladolid, 9 de marzo de 2020) Creo que su obra puede ayudarnos mucho para indagar en la importancia esencial de la libertad de conciencia. Y esto por ser su mirada la de un riguroso conocedor de nuestra Historia, de sus claros y de sus sombras, pero, sobre todo, porque Jiménez Lozano hace bandera personal de la libertad de conciencia. La suya no es una reivindicación desapasionada, sino una identificación completa con la misma y, con todos los que en España la han defendido. Creo que, además, su posición a favor de la libertad de conciencia está, en parte, aderezada por su conocimiento de la fe evangélica.
De entrada, José Jiménez Lozano era uno de esos pocos intelectuales españoles que conocían bien el protestantismo. A diferencia de otros, no se acercaba al mismo cargado de prejuicios. A estos bien se les puede aplicar los muy conocidos versos de Antonio Machado:
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
…
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.
La obra de este premio Cervantes y de las Letras, entre otros muchos galardones, muestra un gran respeto por la fe recuperada en la Reforma del siglo XVI. De hecho, contribuyó con su pluma a varias publicaciones evangélicas como la revista de teología Alétheia. Entre sus amigos se contaban creyentes como Audelino González o Stuart Park (con Park compartía su amor por la Biblia y por los pájaros. Una afición que también tenía el conocido predicador evangélico John Stott, por cierto. Stuart Park, de hecho, ha escrito un precioso libro en el que reflexiona sobre las aves del cielo en la tradición bíblica y la poesía de José Jiménez Lozano, titulado Las Hijas del Canto. El mismo Lozano escribió el prólogo de esta preciosa obra) Jiménez Lozano engrosaba la lista de ilustres autores españoles que se habían molestado en indagar sobre el protestantismo, huyendo de interesadas caricaturas y clichés. Lo han hecho entre nosotros escritores de la talla de Miguel de Unamuno o, más recientemente, Miguel Delibes (gran amigo de Jiménez Lozano y al que sucedió como Director del periódico el Norte de Castilla) Antonio Muñoz Molina, o José Luis Villacañas. Pero Jiménez Lozano vierte sobre el protestantismo la gran característica de toda su obra, su defensa de la verdad pura y sin adornos, venga de donde venga y diga lo que diga, por muy políticamente incorrecta que esta pueda llegar a ser.
Las razones por las que Jiménez Lozano se interesa por la fe evangélica pueden ser variadas. Pero yo destacaría dos, por lo menos. De entrada, su propio conocimiento de la Biblia. Esto hacía de Jiménez Lozano un outsider dentro de la cultura española, pues, lamentablemente, son pocos los que se interesan o conocen bien el texto bíblico entre nosotros. Esto es un grave defecto que arrastra nuestra cultura hasta nuestro días y del que no son ni siquiera conscientes los aquejados de este mal. Pero, en su caso, su conocimiento es excepcional. Lo vemos en narraciones como Sara de Ur o El Viaje de Jonás. Se puede apreciar en su poesía, que, para algunos de nosotros es prodigiosa. A mi no me importa decir que lo tengo como a uno de mis poetas de cabecera:
CARTA A LOS ROMANOS
¿Has ido a ver a un místico, a un filósofo
ateo? ¿Para qué? No creas una palabra
de hombre. Todos mienten.
Lee a Pablo: óuk estiv eod
évós. Ni uno bueno
entre los hombres. Enciende
tu pipa, aspira el humo, y ríe.
El mundo pasa.1
O su enorme GETHSEMANÍ que muestra su profunda compresión de lo que representó aquel momento para el Señor:
Una noche con luna,
el cárabo gritando, cuchillas
ojivales las hojas del olivo, tanto frío
en la garganta, el sueño,
sacrificados los corderos
para la Pascua, olor a sangre,
el aroma agrio del poder de Roma.
Los ángeles bajaron una copa
de estaño desde el cielo inhabitado;
la orina de los dioses y esputos,
el semen y la sangre podridos de la historia.
Y apuró el cáliz.2
Curiosamente, Jiménez Lozano, era consciente del daño que esa ignorancia de la Biblia había causado a nuestra propia cultura española. Dice nuestro premio nacional de 1992: “en el imaginario popular católico de los españoles, hasta ayer por la mañana por lo menos, la Biblia fue tenida por ‘cosa de los protestantes’, porque la Biblia en lengua vulgar, protestante fue hasta el XVIII. Lo que esto supone-el exilio de una cristiandad de la Escritura, y el exilio de una cultura como la española del mundo bíblico- es un enorme ‘hándicap’ que tanto la cristiandad como la cultura española han pagado y siguen pagando muy caro. Para la cultura concretamente, tanto en el plano del pensamiento como en el del arte e incluso en el de las actitudes existenciales, supone el haber sido privada de un enfrentamiento con el pensar histórico e historias de una radicalidad total, con los problemas más serios de la existencia, el ‘ethos’ de la justicia, y el hontanar del narrar primigenio; aunque ciertamente hay ‘otra cultura española’ siempre soterrada, incluso cuando se la pone en los cuernos de la luna, que sí recibió esa impronta bíblica, pero fue minoritaria, el triunfo fue para los juegos del barroco, y pocos recepcionaron el discurso místico, él mismo sospechoso y perseguido, ni acompañaron al señor Miguel de Cervantes que confiesa el mismo que no quiso irse ‘con la corriente del uso’. La recepción de lo bíblico en la cultura predominantemente española nunca fue, en verdad, sino para la minoría que digo: exiliada también ella siempre como las Biblias, aunque viviese dentro su exilio, es interior, pero exilio”3
En segundo lugar, José Jiménez Lozano, quizás de la mano de Unamuno, pero seguro que también por otros muchos cauces, conoce bien el pensamiento de protestantes europeos como por ejemplo, el danés Sören Kierkegaard. Aprecia sus mensajes, por ejemplo, sobre las aves del Señor que aparecen en el sermón del Monte de Jesucristo, Mateo 6.25-34: “Así son el lirio y el pájaro maestros en la alegría”, cita del danés con la que Lozano encabeza sus Elogios y celebraciones. Si la filosofía de Kierkegaard os parece difícil de entender, os recomiendo que empecéis por sus sermones. Aquí tenéis a un filósofo sencillo y traslúcido. Una aproximación inusual pero segura, a su pensamiento más íntimo. Muchos saben del conocido padre del existencialismo por sus obras filosóficas. Pero, ¿cuantos conocen o han leído sus predicaciones? Lozano está al tanto de poetas anglicanos como John Donne y George Herbert. Y, por supuesto, conoce el pensamiento de Martín Lutero. Así, su amigo Stuart Park comenta que: “En homenaje a Lutero, Jiménez Lozano escribió su aviso a los pájaros a un Doctor amigo (Elegías menores), que viene encabezado por dos citas del Nuevo Testamento, en griego: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?” (S. Mateo 6.26); y: “como está escrito: No hay justo, ni aun uno;” (Romanos 3.10)
Los señores pájaros, pinzones, mirlos y otros,
hicieron llegar en el otoño de 1534, al Doctor Martín Lutero,
una denuncia, y queja, acerca
de que Wolfgang Sieberger, su fámulo,
había comprado redes para cuando ellos, los señores pájaros,
pasaran por Wittenberg. La queja
estaba fundamentada, y se argüía en ella
que esperaban que el Doctor Lutero convenciese a su criado
de que pusiese unos cuantos granos en le lugar de las redes,
y de que no apareciese por allí antes de las ocho ante meridiem;
y citaban a Mateo 6.26. Mas los señores cuervos y los mirlos
añadían en un codicilo aparte su opinión firmísima
de que no hay hombre fiable, ni uno solo. Remitían
a Romanos 3.10, y aseguraban
que ellos no se pondrán al alcance del hombre nunca, porque
Pablo tenía razón: ni uno solo justo. Y ellos eran,
naturalmente, paulinos.4
Como le pasó, pues, a Unamuno, vemos como su conocimiento de la fe evangélica no es de oídas, sino fruto de un concienzudo estudio de sus autores. Por ello, no puede sino mostrar respeto y un aprecio nada disimulado por esta realidad universal, y, sin embargo, tan desconocida entre nosotros. Lozano es un ejemplo de intelectual riguroso, pues no desdeña lo que no conoce sino que procura entenderlo.
Pero es que, y este es el aspecto que más me interesa destacar ahora de José Jiménez Lozano, esta honda indagación sobre esa rica y antigua tradición española caracterizada por la libertad, la pluralidad y la diversidad-no en vano, era amigo de Américo Castro- le lleva a ser un genuino adalid de la libertad de conciencia. Como Castro reivindica esa España de las tres culturas: la cristiana, la judía y la musulmana, visión poliédrica de la realidad sin la que, por mucho que se empeñen algunos, no podemos entender nada de lo que fue realmente España y lo que es hoy también. Y esto entronca con la fe evangélica patria, pues, la nuestra, la española, se sacia de esas fuentes de espiritualidad bíblica de los judeoconversos, entre otros, y que acabará plasmada en la obra de autores de la talla de Juan de Valdés, Constantino de la Fuente, Francisco de Enzinas, Juan Pérez de Pineda, Casiodoro de Reina, Antonio del Corro o Cipriano de Valera. No todos de ese extracto judeoconverso, pero si herederos de una rica y dilatada meditación española sobre la Escritura que tuvo lugar entre nosotros, antes y durante la Reforma del siglo XVI5 Jiménez Lozano atisba ya esas íntimas y, hasta ahora, más o menos ocultas conexiones y raíces de la fe evangélica española. La apología de Jiménez Lozano a favor de la libertad de conciencia es genuina, y a prueba de modas. Por ello, su obra está impregnada de un acendrado amor por este íntimo y esencial derecho humano, sin el cual, aún la misma fe cristiana no puede desarrollarse en plenitud. En su gran novela El Sambenito, uno de sus personajes afirma que: “Cuando no hay libertad para ser lo contrario, no puede saberse si todos los que aparecen como cristianos lo son en verdad”6 Un punto que ya había destacado nuestro gran Juan Calderón Espadero en su polémica con el teólogo jesuita Jaime Balmes7 Pero, si ha habido una institución española que ha encarnado a las mil maravillas la oposición a la libertad de conciencia, esta ha sido la Inquisición Española. En su poco conocido prólogo a la edición de Hisperión de la clásica obra de Juan Antonio Llorente titulada Historia crítica de las Inquisición en España, Lozano se ocupa de los efectos deletéreos que la supresión de la libertad produjo en España. Nuestro premio Cervantes observa, al calor de Llorente: “la pura y flagrante contradicción entre cristianismo e inquisición, pero también la degradación y corrupción intelectual y moral, social, política y religiosa, que el sistema inquisitorial representó en sí mismo y la sociedad que conformó, y de su condición esencial de maquinaria de violencia”8 Bien harían algunos hoy, que han salido en tropel a justificar algo tan nefando como la Inquisición española, leer estas páginas llenas de saber histórico, sentido común y amor por la libertad.
Es alentador recordar que el espíritu evangélico que también albergó el corazón de algunos españoles en el pasado, siga brillando con tanto lustre hasta el día de hoy en mentes tan afables y lúcidas como la de José Jiménez Lozano. En su obra tenemos otro gran defensa de la libertad de conciencia, de su relevancia crucial para el bienestar de nuestras sociedades actuales. Su obra es un paradigma de cómo debemos defenderla: conociendo bien lo que otros piensan y respetando asimismo los derechos, tanto como queremos que se respeten los nuestros: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas”, Mateo 7.12. Sin duda alguna, apelando siempre a la libertad de expresión, para otros y para nosotros, ya que está indefectiblemente unida a la libertad de conciencia. Debemos ejercerla con apego a la verdad, pero con amabilidad y bondad, buscando en todo momento ejemplificar en nuestro trato con nuestros semejantes a Aquel que dijo: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. Mateo 11.29
Notas
3Citado en Moreno Berrocal, José. La Biblia y el Quijote. Tesela nº 30. PMC Alcázar de San Juan 2007, p. 33,34
5La Biblia del siglo de Oro Español. Moreno Berrocal, José. Andamio 2020 y Protestant Majorities and Minorities in Early Modern Europe. II. Clandestine Reformation. Ed. Simon J.G. Burton y Michael Choptiany (Ed) V&R 2019.
7En Moreno Berrocal, José y Romera Valero, Ángel. Juan Calderón Espadero. Primer cervantista manchego y primer periodista protestante español. CECLAM, p. 2017, p. 137ss
8 Jiménez Lozano, José, en el prólogo a la segunda edición de Historia crítica de las Inquisición en España de Juan Antonio Llorente. Hiperíon, Madrid 1981, p. XXVII.
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