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Construir esperanza y resiliencia en la tormenta del Covid-19

En tiempos de sufrimiento y traumas durante esta pandemia del COVID-19, Dios está con nosotros mientras lloramos a los difuntos y nos protegemos del virus. Un artículo de Gladys K. Mwiti.

LAUSANA 21 DE ENERO DE 2021 16:15 h

Como una poderosa tormenta, el COVID-19 ha dejado al mundo tambaleándose, con los cimientos mismos de la “normalidad” sacudidos. Jamás volveremos a ser los mismos, sabiendo que las pandemias no respetan a las personas, sean de la realeza o humildes, ricas o pobres, ancianas o niños. Hemos sido igualados: blancos, negros y de color, asiáticos, europeos y africanos. Hemos visto el lado débil de las naciones poderosas y se nos ha recordado que todos somos iguales ante nuestro Dios Creador. Todos lloramos con las mismas lágrimas, nuestros corazones son rotos de la misma manera, y nuestras preocupaciones y miedos son tan palpables como los próximos y lejanos.



Mientras las naciones enfrentan más de 90 millones de infecciones por el COVID-19[1] y la mayor recesión económica, el mundo entero sigue luchando con trastornos traumáticos, como el aumento de las muertes por el COVID-19, tuits de trabajadores de la salud tomados de la mano de pacientes moribundos que fallecen lejos de sus familiares y amigos, padres que luchan por equilibrar el trabajo y la educación en el hogar mientras están bajo el estrés y el temor a perder sus empleos, millones de personas que sienten el aislamiento del confinamiento y la ansiedad de que todavía no hay una cura o una vacuna a la vista. “¿Cuánto tiempo más?”, nos preguntamos. El COVID-19 no es la única crisis. Muchos países están cayendo en una espiral económica, no solo debido a la pandemia, sino también a la corrupción de los líderes y a la conspiración política egocéntrica, llevando a muchos a preguntarse: ¿qué sigue?



Impacto psicosocial del COVID-19



Los incidentes traumáticos llegan repentinamente y dejan un rastro de temor, muerte y destrucción.[2] El COVID-19 es una pandemia mundial que pone en peligro la vida y genera mucha incertidumbre. El resultado es pánico, temor, aislamiento, ansiedad, estigmatización, “coronafobia”, acaparamiento e ira.[3] El impacto es una escalada de los problemas de salud mental y el colapso social, especialmente entre las personas mental y psicológicamente vulnerables: pobres, desempleados, enfermos mentales, deprimidos y cualquiera que ya viva con violencia y abuso domésticos.



El confinamiento y la cuarentena han limitado la libertad y han restringido las redes de apoyo social, incluida la vida de iglesia. La impotencia, la desesperanza y el aislamiento amplifican los problemas de salud mental y los traumas.[4] Mientras algunos luchan con la negación y la ira, otros están estresados y ansiosos por enfrentar pérdidas masivas de empleos ante el colapso de megaempresas e industrias. Un reciente metaanálisis de 36 estudios heterogéneos que cubren una población de 117.044 personas sobre el impacto del COVID-19 en la salud mental indica la incidencia de un 29,6% de estrés, un 31,9% de ansiedad y un 33,7% de depresión.[5] La preocupación actual es que mientras las naciones se concentran en controlar la propagación del virus y en el tratamiento médico para los infectados, las necesidades de salud mental no están recibiendo la urgencia requerida.[6]



También nos enfrentamos al impacto de la salud general, con dolencias físicas[7] como tos, fiebre, fatiga, dolor de cabeza, diarrea, dolor de garganta, pérdida del gusto o del olfato, así como problemas respiratorios agudos. Además, los científicos sostienen que el COVID-19 está mutando, lo que plantea la pregunta de si las vacunas en los ensayos clínicos se pondrán al día con el virus autotransformante. Nunca antes tantos científicos se habían centrado en un solo tema de investigación mientras los principales laboratorios trabajan para lograr un avance, no solo para una vacuna, sino también para una cura.





Desorientación en tiempos de trauma



En mi libro Christian Counseling discuto la realidad de la desorientación en tiempos de trauma, donde, en un mundo que era ordenado y predecible, las cosas se volvieron repentinamente desordenadas y erráticas.[8] En esos momentos, muchos se hacen preguntas como: “¿Por qué ha sucedido esto?” o “¿Por qué yo?”.



Poco después del genocidio de Ruanda de 1994, nuestro equipo de psicólogos profesionales en traumas de Oasis África fue uno de los primeros en entrar en ese país. En los tres años de nuestro programa de asesoramiento sobre traumas, a menudo nos enfrentamos a la pregunta “¿por qué?” mientras todos intentábamos entender el genocidio en el que, en 100 días, 800.000 personas fueron asesinadas con machetes y rifles.[9] En una de nuestras reuniones, una joven preguntó: “¿Dónde estaba Dios cuando toda mi familia y los aldeanos murieron?”. Mientras la sala resonaba con el silencio que siguió, un anciano llamado Bizimungu, que traducido es “Dios me ve”, se puso de pie y dijo: “Yo también he luchado durante muchos días con esa pregunta. Llegué a entender que Dios siempre estuvo ahí, en cada una de nuestras aldeas y situaciones, sosteniéndonos y llorando con nosotros”. Las palabras de Bizimungu eran un reflejo de las perspectivas africanas sobre la teodicea, una mirada teológica que trata de afirmar la justicia divina a pesar del sufrimiento del mundo, que a menudo parece arbitrario y gratuito.[10] La palabra “teodicea” fue acuñada por el filósofo alemán Leibniz, y se basa en dos palabras griegas, theós (Dios) y díkē (justicia).[11]



En tiempos de sufrimiento y traumas durante esta pandemia del COVID-19, Dios está con nosotros mientras lloramos a los difuntos y nos protegemos del virus.



Autocuidado y cuidado de otros en las crisis



Lamento bíblico



En tiempos de peligro, como sabemos que Dios está con nosotros, podemos practicar la disciplina del lamento. En el libro de Salmos, David nos enseña el secreto del lamento. Por ejemplo, en los Salmos 41 y 42, aprendemos a derramar abiertamente nuestros corazones ante Dios, quien no frunce el ceño ante nuestros pensamientos y no espera una oración bien armada de sus hijos confundidos y heridos. Cuando sabemos que Dios está con nosotros, ve la tormenta en la que estamos y conoce nuestro dolor, podemos acercarnos a él con nuestras lágrimas, temores y dudas. Lamentarse en la presencia de Dios es el comienzo del autocuidado espiritual en tiempos de crisis. Esta disciplina espiritual va de la mano con la práctica de las disciplinas de la oración, la lectura de la Biblia y la adoración.



La práctica del autocuidado y el cuidado de otros



Otras prácticas de autocuidado incluyen el cuidado físico (dormir bien, hacer ejercicio, beber mucha agua, comer alimentos balanceados) y el cuidado mental. Cuidar la mente implica adaptarnos a la nueva realidad, especialmente manejar el aislamiento con agradecimiento por las simples alegrías que iluminan nuestras vidas: el hecho de estar vivos, el sonido de la risa de un niño, incluso el olor de nuestra comida favorita.



La práctica del autocuidado y el cuidado de otros implica crear comunidad: apreciar y celebrar nuestras relaciones con miembros de la familia, vecinos, parientes y otras personas de la comunidad. Estas prácticas aumentan la resiliencia, nuestra capacidad de recuperar una vida sana una vez que la crisis ha pasado.[12] En el caso de los niños, la rutina ayuda porque los niños florecen especialmente donde hay orden: mantener el horario escolar, planificar actividades creativas divertidas y recompensar el cumplimiento de las reglas de la casa, incluida la atención preventiva del COVID-19.



La pérdida del trabajo y la pérdida de seres queridos provoca conmoción y confusión. La alteración de los rituales de duelo y los ritos funerarios hace que la pérdida sea aún más difícil de soportar. Aferrarse a la familia y a la comunidad de fe, celebrar la vida de los difuntos forman parte del autocuidado y el cuidado de los afectados.





El papel de la iglesia durante el COVID-19[13]



El confinamiento durante el COVID-19 ha impactado a la iglesia mundial de maneras sin precedentes. Los cristianos, cuyas vidas giran en torno a las reuniones de adoración, el ministerio, la construcción de la comunidad en pequeños grupos, la reunión y el aliento de unos a otros, se vieron repentinamente sumidos en el caos. Sin reuniones, sin ministerios, sin encuentros, sin bodas, sin Santa Comunión. La iglesia no ha sabido y aún no sabe cómo lidiar con esta desorientación. El resultado ha sido calificado como una respuesta “anémica” que ha dejado a muchos miembros tambaleándose, privados de consuelo y vivacidad espiritual.



El mensaje común de COVID-19 de la iglesia a nivel mundial es: “Estamos cerrados. Les avisaremos cuando abramos de nuevo”.[14] Como comunidad de cuidado, además de llevar a cabo el culto y el estudio de la Biblia en línea, la iglesia debe movilizar a sus miembros para cuidar de los necesitados y expresar un mensaje de esperanza a la nación. Hoy en día, con demasiada frecuencia el único mensaje de los medios de comunicación que escuchamos es acerca de las cifras de los infectados, los muertos y las jugarretas políticas despiadadas.



Conclusión



¿Qué es lo que Dios requiere de nosotros? En medio del COVID-19, Dios desea que nos tomemos tiempo para entender los signos de los tiempos, que nos convirtamos en portadores de esperanza, que practiquemos el autocuidado integral, que nos adaptemos a la nueva normalidad, desde el hogar a la iglesia y a la comunidad, que creemos comunidades solidarias y que aprendamos a pronunciar palabras de total dependencia de nuestro Dios omnisciente.[15]



«Aunque la higuera no florezca, ni haya frutos en las vides; aunque falle la cosecha del olivo, y los campos no produzcan alimentos; aunque en el aprisco no haya ovejas, ni ganado alguno en los establos; aun así, yo me regocijaré en el Señor, ¡me alegraré en Dios, mi libertador! El Señor omnipotente es mi fuerza; da a mis pies la ligereza de una gacela y me hace caminar por las alturas” (Hab 3:17-19; NVI).



 



Gladys K. Mwiti es doctora en psicología clínica, consultora y especialista en trauma. Ha sido la presidente de la Asociación de Psicología de Kenya y es la fundadora y directora general de Oasis Africa Centre for Transformational Psychology and Trauma, en Nairobi.



Este artículo se publicó por primera vez en la web del Movimiento Lausana y se ha reproducido con permiso.



 



Notas




[1] En enero de 2021 – cifras actuales



[2] A.C. McFarlane, P. Williamson, & C.A. Barton, ‘The Impact of Traumatic Stressors in Civilian Occupational Settings,’ Journal of Public Health Policy, 30, (2009): 311–27. 



[3] Souvik Dubey et al., ‘Psychosocial Impact of Covid-19,’ Diabetes Metab Syndr, 14, (2020): 779-88. 



[4] Julio Torales et al., ‘The Outbreak of COVID-19 Coronavirus and its Impact on Global Mental Health,’ The International Journal of Social Psychiatry. Pub Med. (2020). 



[5] Nader Salari et al., ‘ Prevalence of Stress, Anxiety, Depression Among the General Population During the COVID-19 Pandemic: a systematic review and meta-analysis,’ Global Health 16, 57 (2020). 



[6] Nota del editor: Ver el artículo “Oportunidades del reino para reducir las disparidades del COVID-19” por Stephen Ko, Paul Hudson y Jennifer Jao, en el número de noviembre 2020 del Análisis Mundial de Lausana



[7] Chaolin Huang, C. et al., ‘Clinical Features of Patients Infected with 2019 Novel Coronavirus in Wuhan, China,’ The Lancet, (2020). 



[8] Gladys Mwiti and Al Dueck, Christian Counseling: An African Indigenous Perspective (Pasadena, CA: Fuller Seminary Press, 2006).



[9] The Editors of Encyclopaedia Britannica, ‘Rwanda Genocide of 1994,’ Britannica



[10] Barry Whitney, What are they Saying about God and Evil? (New York: Paulist Press, 1989). 



[11] Richard SwinburneProvidence and the Problem of Evil (UK: Oxford University Press, 1998). 



[12] Everett L. Worthington, Jr.et al., ‘Forgiveness as a Catalyst for Psychological, Physical, and Spiritual Resilience in Disasters and Crises,’ Journal of Psychology and Theology, 44, (2016): 152-65. 



[13] Nota del editor: Ver el artículo “Hambrientos de buenas noticias en tiempos de pandemia” por Carol Kingston-Smith, en el número de septiembre 2020 del Análisis Mundial de Lausana 



[14] Ben Johnson, ‘Rev. Robert Sirico: The Church’s Anemic Response to Covid-19 Hurts Everyone,’ Action Institute, (2020). 



[15] Nota del editor: Ver el artículo “Construir un púlpito móvil para la salud mental” por Hebert Palomino O., en el número de noviembre 2020 del Análisis Mundial de Lausana



 

 


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