No hay capitales que circulen ilegalmente en este mundo globalizado. En contrapartida y como una de las grandes fallas de la globalización, se puede considerar ilegal a un ser humano que busca sobrevivir o encontrar mejores condiciones de vida. Es una de las grandes paradojas de la globalización… una de sus mentiras. Sin embargo, las migraciones internacionales, en general, son los indicadores de la aldea global, los que van diciendo que sí es cierto el fenómeno de la globalización, que son como la sangre que circulan por las vías internacionales de esta aldea que es hoy el mundo, pero sangre que va manando de sus propias heridas, de sus abandonos, de sus hambrunas y robos de dignidad.
Quizás el inmigrante sea el mejor símbolo de una globalización injusta, el icono de las desigualdades de la aldea global, la avanzadilla de los que saben que en el mundo hay riquezas que podrían ser para todos, pero que, en su globalización, se van quedando en los bolsillos de los más fuertes, de los acumuladores, de los que tienen sobre sus mesas las escaseces de los pobres del mundo, sus lágrimas y sus miserias. Las mesas de los ricos del mundo globalizado les hablan de desigualdad y de injusticia, pero éstos permanecen sordos a estas voces que salen, incluso, de la misma garganta del Dios justo. Por eso el multiforme rostro de Dios no puede reflejarse ni en las monedas, ni en los billetes que se acumulan en las cuentas de los ricos y acumuladores del mundo, aunque en ellos, en estas monedas refulgentes, recen frases de confianza en Dios. Quizás se refieran al dios Mammón, el dios de las riquezas, el dios mercado.
Así, la aldea global está rota, está dividida.
Quizás lo más global en el mundo hoy sea la injusticia y la desigualdad. Lo más global es el grito de los pobres, de los migrantes y de los marginados del mundo, de los excluidos del sistema impuesto por el dios mercado, un dios excluyente de los más débiles.
Sin embargo, hay otra mentira de la globalización. Nos dice que se deja circular libremente a los capitales, amparados por el dios de las riquezas, pero no a las personas trabajadoras, como si no tuvieran Dios que les amparara, pero el sistema busca la trampa de no cortar definitivamente los flujos de mano de obra y, si esta puede ser barata, mejor.
Así, los Estados modernos van favoreciendo el que entren los inmigrantes necesarios como mano de obra ante la escasez de gente joven para hacer frente a las demandas de un estado moderno, para mantener sus sistemas productivos.
Saben de la entrada de flujos que no se paran, aunque permanezcan ilegales dentro del país, mano de obra ilegal que nutre el servicio doméstico, el cuidado de ancianos y la codicia de muchos empresarios que quieren ganar mucho en poco tiempo a costa de la sangre y del sudor de tantos ilegales. Los rostros de estos empresarios, más que reflejar la imagen del Dios de la vida, reflejan la imagen del antidiós, y su oración será la que se representa con la frase de Quevedo:
“Madre, yo al oro me humillo, él es mi amante y mi amado...”.
Así, los migrantes del mundo, entran o, si se quiere, les dejan entrar, pero muchos conforman el remanente de los ilegales, de los que se puede abusar fácilmente, oprimir, hacerle trabajar más horas de lo debido por un menor precio… la esclavitud de nuestros días… pero son ilegales, no tienen derechos, han roto la norma de la restricción a la libre circulación. Sólo los capitales pueden circular libremente, como si Mammón o el dios mercado facilitaran las cosas de los suyos en este mundo, sin tacha de ilegalidad ninguna, allí en donde se puedan conseguir mayores beneficios.
Así, el Sur pobre irrumpe en el Norte rico. Los pobres del mundo se mueven dentro de nuestras fronteras como símbolo de las grietas éticas que tiene la globalización, como mensaje al mundo rico de que hay injusticia en el mundo, como grito de que nuestra riqueza, potenciada por el trabajo de tantos inmigrantes jóvenes y sanos dentro de nuestras fronteras, se monta en los desequilibrios globalizados.
Así, a pesar de que se proclame la libre circulación de capitales y se impongan los controles estrictos de la circulación de trabajadores, éstos seguirán entrando. Los países del Norte rico necesitan que haya agujeros en las fronteras para que esas riadas continuas de migrantes de todo el mundo puedan ir encontrando los huecos para introducirse en el paraíso del mundo rico… aunque muchos sean ilegales. Seres humanos ilegales, mensajeros de que, realmente, estamos en la aldea global, que la globalización funciona, pero que, a su vez, son iconos e imágenes vivas de que la globalización es injusta, excluyente, marginadora e inmisericorde.
Son mensajeros que gritan que los cristianos, si siguen al Dios de la justicia y de la misericordia, deben tener su voz y su parte en este asunto, asunto que no se debería convertir en negocio para nadie. Los cristianos debemos de actuar, no sea que el multiforme rostro del Dios vivo, comience a borrarse de los rostros de muchos que siguen llamándose cristianos, pero que no responden al compromiso que implica ser discípulo del Maestro.
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