Caciques no, gracias

Da pena ver canales de televisión llamados cristianos en los que la manipulación,  el despotismo, el abuso de autoridad, la falsedad del mensaje, el chantaje emocional y un largo etcétera brillan de modo artificial por su activa presencia. Estos programas parecen mercadillos donde se venden milagros que no van a producirse,  regalos que no llegarán nunca al supuesto destino y sanidades imposibles de lograr. El protagonista, rodeado de un fiel séquito, saca todo un repertorio de bondades que se asemeja al de un camarero (benditos sean estos) cuando recita de memoria la carta del restaurante previa a la consumición y al pase oficial de la factura. Se aprovecha de la debilidad de los que se hallan presentes en la grabación del programa, de los inocentes espectadores que contemplan la pantalla y pasan por un mal momento o conocen a alguien que lo sufre. ¿Existe algo más mezquino que jugar con las debilidades o el sufrimiento del prójimo? ¿Cómo se ha podido llegar al extremo de mostrar un Dios a la venta de bendiciones? Hasta que no se presencian actitudes así no se comprende con mayor amplitud el afán de algunos por conseguir dinero y el de otros por comprar favores. Sin embargo, entre  ambas actitudes se encuentran personas infinitamente crédulas, convencidas de que Dios actúa a través de esos caciques que se mueven como brujos de un lado a otro del escenario.

A los que no aceptamos este tipo de conducta nos resulta increíble imaginar, primero la preparación oculta de la trama que se produce fuera del escenario y, segundo, la puesta en marcha de estos programas. ¿Cuál podría ser nuestra actitud para despertar conciencias? ¿Nos da igual que estas cosas ocurran? Por supuesto que nos importa, por eso hemos de, en la medida que podamos, decir no a este tipo de vandalismo religioso que anda suelto y cuya presencia se hace vieja entre nosotros sin estar dispuesta a morir. En nuestra lengua disponemos de una palabra hermana de la manipulación, es engatusar y significa ganarse la voluntad o el favor de una persona adulándola o aparentando tener ciertas cualidades que en realidad no tienen.

Hace unos años, en mayo de 2015 para más señas, leí un artículo en El País escrito por Rafael Argullol titulado Indefensos ante la manipulación[1], del que tomo un párrafo para que nos ilustre:

En la nuestra (época) sólo ha irrumpido una multitud de pequeños brujos que juegan con la mentira y casi todos convivimos indiferentemente con ella. Pero la falta de amor a la verdad entraña el mayor peligro: es el terreno abonado para que los grandes brujos entren en escena.

Notas

[1] Ver aquí.