Esta creencia en las ilimitadas posibilidades humanas está bien arraigada, haciéndonos creer que somos los señores y artífices de nuestro presente y futuro.
El método para explicar la razón de las cosas es atribuirla a una causa última, que es la que determina su resultado. Como en los últimos siglos las ciencias experimentales han copado el pensamiento, todo se explica mediante la apelación a unas leyes físicas que rigen los sucesos en el mundo de los sentidos. Y al haberse magnificado esas ciencias de forma gigantesca en los últimos cien años, parece que ya no hay hueco para que pueda haber una explicación que vaya más allá de tales ciencias. De ese modo, las leyes físicas serían la causa última de todos los fenómenos en el universo.
Sin embargo, la cuestión que hay que resolver es quién estableció primero tales leyes para que el mundo funcione de acuerdo a las mismas. ¿Esas leyes se hicieron a sí mismas y fueron fruto de la casualidad? Hay que tener mucha fe, fe que cae de lleno en el terreno de la credulidad, para aceptar semejante proposición. Lo lógico es que las leyes tengan un legislador, que es quien las ha ordenado, teniendo esta creencia base racional, a diferencia de la otra. De esta manera, existe una causa secundaria por la que el mundo funciona, que son las leyes físicas, y existe una causa primaria, que ha dispuesto tales leyes, que es el Creador. Y así, detrás de la causa secundaria, que es temporal, está la Causa primaria, que es eterna.
El problema de enaltecer la ciencia hasta convertirla en Ciencia es que queda divinizada y por tanto se transforma en un ídolo, al que hay que recurrir para que nos dé su oráculo sagrado incluso acerca de cuestiones sobre las que no tiene competencia. Y de ese modo es como lo que en su justa dimensión sería bueno y provechoso, por la desmesurada grandeza que se le ha otorgado resulta ser un impostor que se arroga funciones que están fuera de su campo de actividad, por lo que hacer caso de tales pretensiones supone aceptar ingenuamente una desnuda estafa, que se ha revestido con manto de erudición.
Pero algo similar a lo que sucede en los fenómenos físicos, sucede también en el curso de los fenómenos humanos, donde la corriente dominante enseña que lo que logramos es el resultado de nuestro solo y propio esfuerzo. No hay que buscar más allá, pues el hombre mismo es la única causa y motor necesario para conseguir lo que se proponga. Esta creencia en las ilimitadas posibilidades humanas está bien arraigada, haciéndonos creer que somos los señores y artífices de nuestro presente y futuro. Pero cuando la contingencia se presenta en su forma más descarnada e imprevista, la torre de Babel que habíamos levantado hay que abandonarla, ante la imposibilidad de continuar, al mostrarse que nuestra fuerza no es la que creíamos que era.
Tanto en proyectos individuales como en proyectos colectivos, confiar únicamente en nuestros recursos es jugar a la ruleta rusa, porque ¿quién conoce el momento en el que la adversidad se va a presentar? y ¿quién puede predecir la forma que va a tomar? Pero sobre todo, ¿quién tiene la suficiente capacidad para solventarla? Aunque el humanismo nos instruye en que, a pesar de todo, hemos de continuar dependiendo de nosotros mismos, la realidad nos vence y los tiempos que ahora vivimos son bien explícitos en cuanto al inmenso poder que puede tener lo contingente. De pronto, toda nuestra fuerza se ha venido abajo y ya nadie se acuerda del entusiasmo de hace varios meses, cuando todos tarareaban efusivamente la canción titulada Resistiré, porque lo que impenitentemente resiste es la contingencia que se nos ha presentado.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘El caballo se alista para el día de la batalla; mas el Señor es el que da la victoria.’ (Proverbios 21:31). Que el caballo era un instrumento de guerra esencial es algo bien sabido por los estrategas militares, siendo un factor determinante para el curso de la guerra. El caballo lejos de rehuir el combate se lanza al mismo, por lo que la caballería ha sido a lo largo de la historia una división militar por cuyo concurso se han ganado innumerables batallas. Así que parece que todo depende del caballo, porque es la causa primordial de la victoria.
Pero el tweet tiene una segunda parte, en la que se establece que la verdadera Causa primaria no es el caballo, sino Dios, de quien es la victoria. El desvarío de atribuir a una criatura la autoría del logro, es descansar en aquello que por sí solo es meramente un medio relativo, desvarío semejante a cuando el hombre descansa en el hombre. El autor verdadero del logro no es la criatura, sino Aquel que da a la criatura la facultad necesaria para conseguirlo y que es capaz, sin el concurso de la criatura, por sí solo, de dar el triunfo. Llama la atención que la traducción literal de la segunda parte es ‘mas del Señor es la salvación’, lo cual, en una lectura más trascendente, amplía el horizonte a mucho más allá que una mera escena de conquista pasajera y terrenal.
La causa secundaria es eso, secundaria, es decir, accesoria. No es absoluta ni imprescindible. Es la Causa primaria la que tiene el poder decisivo. Diferenciar la una de la otra es vital y poner a ambas en su respectivo sitio más vital aún.
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