La levedad de los inicios de Guillermo Maldonado se han disipado, dando lugar a una aplastante maquinaria de fe, cada vez más alejada del Evangelio. Por Francisco Rubiales.
Tomás, un cirujano checoslovaco que vive en la capital en el tiempo de la invasión rusa de 1968, conocida como la Primavera de Praga, se ha casado con Teresa, pero no renuncia a su amante Sabina. Poco tiempo después, mientras huye con su esposa de los horrores del comunismo, Teresa abandona a Tomás. Este es el argumento de “La insoportable levedad del ser” éxito editorial de mediados de los años ochenta, escrito por Milan Kundera, donde se reflexiona acerca de los componentes más elementales del ser humano: los deseos y las necesidades del alma y del cuerpo.
Hemos conocido estos días que el autodenominado apóstol Guillermo Maldonado ha comunicado que su esposa, la autodenominada profetisa Ana Maldonado, le ha pedido el divorcio. Afirma el comunicante que no ha habido infidelidades por ninguna de las partes. Está muy equivocado. Salvo que en los próximos días trasciendan otros hechos concretos que detallen esta ruptura, y más allá de aquellos incidentes precisos que hayan llevado a la descomposición matrimonial, lo que parece más que evidente es que Guillermo Maldonado estaba casado con su esposa, pero que su amante, a quien nunca ha renunciado, era y es su ministerio, “El Rey Jesús”. También a la inversa. A la profetisa se le veía más enamorada de su oficio que de cualquier otra cosa. Por las formas, por el mensaje exclusivista y excluyente y por el monstruo religioso-económico construido a lo largo de los años, se hacía visible que, de un momento a otro, a ese próspero conglomerado le iban a estallar las costuras. Maldonado ha anunciado que, durante unas semanas, estará alejado del ministerio, auxiliado por su padre espiritual, Bill Hamon, y otros ministros de su órbita, para centrarse en su familia, actitud esta que parece hacía mucho tiempo no tomaba y que, de seguro, es la raíz de la escisión familiar. Del paradero de ella nada se sabe aunque, a buen seguro, está librándose, temporalmente, de su cargante rodillo ministerial. Hasta Jesucristo, de cuando en cuando, necesitaba alejarse de su ministerio y descansar.
El gran peligro al que se enfrenta el ser humano, el gran desafío, es a quién le cede, voluntariamente o a la fuerza, el gobierno de su vida: a su cuerpo o a su alma. De este dilema, aderezado con tentaciones y atractivos varios, no están exentos los cristianos. Ni sus líderes. Ni sus pastores. Tampoco sus apóstoles. “Miserable de mí. ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” decía Pablo. Pedro cedió al temor generado en su cuerpo-mente ante el horror de sufrir lo mismo que estaba viendo padecer a Jesucristo. Sostenido tan sólo por sus entonces escasas fuerzas y su endeble y quebradizo compromiso, vertido horas antes, de morir junto a Él, finalmente lo negó para librarse de aquel insoportable castigo. Unos cuantos días después, en Pentecostés, el Espíritu Santo sostuvo su alma, para siempre, hasta su crucifixión cabeza abajo. Entre un momento y otro, la diferencia estuvo en caminar con la pesada carga de la carne, sus convicciones e inconsistentes determinaciones, o decidir avanzar bajo el fácil yugo del Señor y su ligera carga.
El ministerio de los Maldonado se los ha llevado por delante. La pesada carga pastoral ha arrastrado sus vidas. No me alegro por ello. La levedad de sus inicios se ha disipado con el paso del tiempo, dando lugar a una aplastante maquinaria de fe, alejada cada vez más del Evangelio y más cerca de un mensaje motivacional que animaba a obtener las riquezas de la tierra con más ahínco que las del cielo, en una suerte de franquicia latina del american way of life.
No tengo ninguna duda de que Guillermo Maldonado tiene un llamado de Dios. También Ana. Pero lo que les está pasando es una corrección para ellos y un aviso para navegantes, una seria advertencia a pastores y líderes de la iglesia. El primer ministerio, la primera congregación es el matrimonio, los hijos, la familia. Por más apasionante o próspero que se vuelva un ministerio nunca podrá sustituir la secreta e íntima bendición de Dios que se genera en el hogar. El refugio más seguro en tiempos de dificultad. El lugar que ha elegido Dios para librarnos de las cargas y hacernos ver que todo está en sus manos, que todo es por Su Gracia. El espacio donde reina ese eterno peso de gloria en medio de las aflicciones, al decir de Pablo a los corintios. La iglesia no es iglesia mientras los hogares no sean iglesias. La levedad de la soberanía de Dios lo sostiene todo.
Francisco Rubiales es abogado, pastor del Centro Cristiano Sembrando Luz en Madrid y director de Crack Radio Madrid 96.2 FM.
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