O es Dios quien fija los límites entre el bien y el mal o es el hombre.
Una de las grandes fuerzas que mueven a los seres humanos es la sexualidad, pero no sólo a ellos sino a todos los seres vivos que se reproducen por ese medio, estando los animales y las plantas incluidos. La sexualidad está implantada en la naturaleza, porque así es como Dios lo estableció en el principio. Que exista otro tipo de reproducción natural no sexual muestra que la sexualidad podría haber sido prescindible, pero, sin embargo, ése es el método más extendido.
No sabemos lo que siente, si es que siente, una planta al efectuar el acto de reproducirse; por cierta analogía, podemos intuir lo que siente un animal al hacerlo; pero es evidente que los seres humanos sentimos placer. Ahora bien, como hay una diferencia entre nosotros y los animales, en el sentido de que ellos se mueven por instinto y nosotros tenemos la facultad del libre albedrío, es por lo que aquello que en ellos es bueno por necesidad, en nosotros puede serlo o no, dependiendo del buen o mal uso de ese libre albedrío.
La determinación de quién tiene la última palabra para fijar el buen o mal uso del libre albedrío es una cuestión vital, no sólo en el aspecto de la sexualidad sino en cualquier otro, habiendo sólo dos opciones: o es Dios quien fija los límites entre el bien y el mal o es el hombre. Si es el hombre, la raya de separación irá en función de los propios deseos y como nadie es juez en su perjuicio esa línea se trazará de acuerdo al gusto personal. De ese modo y teniendo en cuenta la tendencia egocéntrica que hay dentro de cada ser humano, el deleite sexual por encima de todo será el objetivo primordial. Como los varones tenemos un auténtico talón de Aquiles o punto débil hacia la sexualidad, es por lo que hemos fabricado toda clase de alternativas, variables en grados de aberración, para obtener esa satisfacción.
En el varón cristiano, sabedor de que la línea de demarcación entre lo bueno y lo malo no la pone el hombre sino Dios, se produce un conflicto, porque por un lado vive en un mundo de abominaciones sexuales de todo tipo que están al alcance fácilmente, pero por otro lado entiende que Dios le demanda santidad en toda su manera de vivir, incluido también este aspecto. Dos fuerzas opuestas tiran de él, como son el deseo de la carne y el deseo de hacer la voluntad de Dios.
El varón no cristiano no tiene ese problema, porque forma parte de toda esa masa de seres humanos sobre la que está sentada la gran ramera, que es el compendio de lo que este mundo es. Esa simbólica mujer es sostenida por los grandes y por los pequeños, sobre los cuales domina, con el beneplácito de ellos. Y mientras que para el varón cristiano el torrente sexual en el que el mundo está envuelto puede describirse como un diluvio de inmundicia, que anega hasta las cumbres más altas, un aluvión desatado, que se lleva por delante lo más preciado y valioso, y un turbión arrasador, que arranca de cuajo lo más firme y sólido, para el varón no cristiano ese mismo desbordamiento es una señal de libertad y conquista, una corriente a la que es fácil entregarse y dejarse arrastrar por ella.
Uno de los argumentos empleados hasta la saciedad para demostrar la ventaja del sexo sin restricciones morales sobre el sexo con tales restricciones, son los beneficios del primero y los perjuicios del segundo. El primero es de hombres realizados, el segundo de reprimidos. El primero es sano, el segundo enfermizo. La televisión y el cine, apoyados por una falsa psicología, se han encargado de transmitir este mensaje, de manera que Dios y el sexo son incompatibles, por definición.
Pero hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Sea bendito tu manantial y alégrate con la mujer de tu juventud, como cierva amada y graciosa gacela sus caricias te satisfagan en todo tiempo y en su amor recréate siempre.’ (Proverbios 5:18-19). El lenguaje empleado en este texto es bien elocuente, porque describe en términos íntimos y placenteros la relación existente entre un marido y su esposa.
La palabra alegría expresa el verdadero gozo que existe en la relación sexual conyugal, algo que la promiscuidad no conoce, porque una de las primeras víctimas de la fornicación, sea real o virtual, es la muerte del regocijo. En la promiscuidad hay goce, no gozo, habiendo entre lo primero y lo segundo un abismo de diferencia. La expresión ‘sus caricias’ es literalmente ‘sus pechos’ y el verbo ‘te satisfagan’ se puede traducir como ‘te embriaguen’. ¿Dónde está aquí la represión?
Pero para que nadie se llame a engaño e imagine que Dios es cómplice y nos quiere hacer cómplices de alguna desviación sexual, el tweet está presentando esta relación dentro del matrimonio, al emplearse la expresión ‘la mujer de tu juventud’, lo cual implica fidelidad por parte del varón a la que en su día tomó por esposa.
No dejes que el engaño de este mundo te arrebate y te lleve por derroteros que, finalmente, acaban en el precipicio. Lo que Dios ha ideado sobre el sexo es lo mejor, en términos de libertad, de paz, de seguridad, de gozo y de disfrute. Lo otro no es más que un sucedáneo diabólico, un mortal anzuelo para destruir tu alma.
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