Sus enseñanzas están al alcance de todos los que quieran escucharle.
Aquel mismo día salió Jesús de casa y fue a sentarse a la orilla del lago. Como se reunió mucha gente, subió Jesús en una barca y se sentó, mientras la gente se quedaba en la orilla. Y se puso a hablarles de muchas cosas por medio de parábolas. Les dijo: “Un sembrador salió a sembrar. Y al sembrar, una parte de la semilla cayó en el camino, y llegaron las aves y se la comieron. Otra parte cayó entre las piedras, donde no había mucha tierra; aquella semilla brotó pronto, porque la tierra no era profunda; pero el sol, al salir, la quemó, y como no tenía raíz, se secó. Otra parte cayó entre espinos, y los espinos crecieron y la ahogaron. Pero otra parte cayó en buena tierra y dio una buena cosecha: unas espigas dieron cien granos por semilla, otras dieron sesenta y otras treinta. Los que tienen oídos, oigan. Mt 13:1-9.
Oíd, pues, lo que significa la parábola del sembrador: Los que oyen el mensaje del reino y no lo entienden, son como la semilla que cayó en el camino; viene el maligno y les quita el mensaje sembrado en su corazón. La semilla que cayó entre las piedras representa a los que oyen el mensaje y al pronto lo reciben con gusto, pero, como no tienen raíces, no pueden permanecer firmes: cuando por causa del mensaje sufren pruebas o persecución, fracasan en su fe. La semilla sembrada entre espinos representa a los que oyen el mensaje, pero los negocios de este mundo les preocupan demasiado y el amor a las riquezas los engaña: todo eso ahoga el mensaje y no le deja dar fruto en ellos. Pero la semilla sembrada en buena tierra representa a los que oyen el mensaje y lo entienden, y dan una buena cosecha: son como las espigas que dieron cien, sesenta o treinta granos por semilla. Mt 13:18-23.
Mesalim es la palabra hebrea que traduce parábola, proverbio o refrán, conceptos muy parecidos que comparan e ilustran momentos de la vida. Sabemos que las parábolas son un modo de comunicarse, de hacer pensar o adivinar su significado. Jesús enseña a través de ellas y usa temas tan cotidianos en aquel tiempo como el trabajo en el campo, el hogar, el mar y la pesca, sucesos que ocurren en los caminos. Aquella era una población de campesinos, pastores y pescadores.
Dice el texto que ese día les habló de muchos temas, la cizaña, el grano de mostaza, la levadura y, entre ellos, les habló del sembrador.
En aquellas tierras, los cultivos principales eran viñedos, olivos y cereales. Podían ser grandes propiedades de terreno que pertenecían a gente pudiente y estos las ponían en manos de un administrador; o pequeñas parcelas familiares que se heredaban de padres a hijos y eran cultivadas por ellos mismos. También estaban las tierras en régimen de arrendamiento, cuyos arrendados debían entregar una parte de la cosecha al propietario; y había jornaleros con el sueldo del día. Recordemos la parábola de los viñadores homicidas (Mc 12, 1-2) y los obreros de la viña (Mt 20, 1-15).
Tierra y familia formaban parte de los pilares más importantes de la religión judía, y la tierra pertenecía a Dios.
Jesús vive en este medio rural. Posiblemente había hecho arados, yugos y otros aperos durante sus años de carpintero, figuras que irá usando como símbolos para ilustrar sus enseñanzas. Es un Maestro itinerante que tiene por costumbre hablar en lugares públicos como en sinagogas o en espacios al aire libre, y tiene la capacidad de atraer, no sólo a sus discípulos, sino que sus enseñanzas están al alcance de todos los que quieran escucharle y que, a veces, suele terminarlas con la frase: el que tenga oídos para oír, que oiga.
Vemos que esta parábola está dirigida a un grupo considerable de personas de diversas clases sociales y con diversos intereses que, de manera voluntaria, se han ido acercando cuando le han visto salir de su casa. La convocatoria se produce en la orilla. Jesús sube a una barca y se sienta. Los demás le oyen de pie, expectantes. Esta era la costumbre. Ahora, quien predica está de pie y los que escuchan se sientan, pero en aquella época no era así.
Creo que esta porción de las Escrituras podría haberse llamado también "Parábola de la semilla" ya que vemos que, el sembrador, apenas tiene lugar en la historia. Es la semilla la que alcanza todo el protagonismo.
La narración compara cuatro tipos de suelos en los que se entremezclan fracasos y éxitos. Termina con un mensaje en el que triunfa la esperanza.
El sembrador esparce la semilla de manera aleatoria, pero no toda corre la misma suerte. Dada la abundancia y las ganas con la que es arrojada, en una parte se pierde, en las otras crece de tres maneras diferentes: una parte de la semilla cayó en el camino, y llegaron las aves y se la comieron. Otra parte cayó entre las piedras, donde no había mucha tierra; aquella semilla brotó pronto, porque la tierra no era profunda; pero el sol, al salir, la quemó, y como no tenía raíz, se secó. Otra parte cayó entre espinos, y los espinos crecieron y la ahogaron. Y culmina con la semilla que fructifica exageradamente y que suple lo que ocurre con las demás: Pero otra parte cayó en buena tierra y dio una buena cosecha: unas espigas dieron cien granos por semilla, otras dieron sesenta y otras treinta.
Jesús pone en escena una semilla espiritual perfecta en almas imperfectas debido a las distintas clases de mentalidades, a lo que cada uno da de sí. Vemos, además, que el Reino no llega de manera triunfal y se instala, sino que experimenta momentos de esterilidad y rechazo.
Nadie, en su sano juicio, siembra sobre el camino, un terreno endurecido por el paso de la gente. Sino que son unos pocos granos los que caen de manera fortuita mientras la mirada del sembrador está fija en el terreno bueno. Los pájaros tienen su alimento asegurado, porque estas semillas quedan sobre el terreno y ni siquiera tienen oportunidad de echar raíces.
La segunda parte cae en terreno pedregoso, cubierto tan solo por una fina capa de tierra que ha llegado hasta allí esparcida por el viento. Estas semillas tampoco han sido puestas allí, sino que han llegado de modo accidental mientras el sembrador está poniendo toda su atención en el terreno bueno.
La tercera parte cae entre abrojos y espinas. Quizá Jesús se está refiriendo aquí a esa parte que rodea el campo de cultivo, que no se llega a limpiar antes de la siembra porque queda al límite del terreno y, a la vez, sirve de linde con el campo del vecino. Tampoco el labrador se ha dedicado a llevar la semilla hasta allí, sino que de manera casual, caen algunas. Él continua con su mirada fija en el lugar oportuno, en la tierra buena.
Como vemos, en toda siembra existe la posibilidad de fracaso, pero este desastre se da solamente en un terreno infértil en el que el labrador no ha depositado su esperanza. Sin embargo, la parte considerable cae en el lugar apropiado y el fruto compensa el esfuerzo que este hombre ha llevado a cabo. El resultado final es satisfactorio. La buena tierra devuelve el aliento y la esperanza a quien la cultiva.
Esto es lo que ocurre. A pesar de los obstáculos, el Reino de Dios llega con fuerza y manifiesta su gloria. No sabemos cuándo o cómo lo hará, pero Jesús usa este ejemplo para dar confianza a sus discípulos en su llegada gloriosa. Nos devolverá la esperanza cuando la perdamos, aunque veamos que mucha semilla no termina prosperando.
Jesús nos amina a tener oídos, o sea, a tener fe: ¡El que tenga oídos, oiga! Quiere explicar a sus seguidores que Dios instaurará su Reino, que cada momento de la vida es decisivo y apropiado para recibir la fuerza de la compasión que procede de él*.
Esta parábola puede aplicarse a la iglesia, a los peligros que amenazan la fe de los creyentes que escuchan la Palabra: tribulaciones, persecuciones, desaliento personal, inconstancia, desidia, las cosas del mundo, la superficialidad. Si estamos rodeados de circunstancias poco favorables, la voluntad decae y puede darse el abandono de la fe. Todos conocemos a personas que han recibido la semilla en un alma tan endurecida como el camino y no ha prosperado. Individuos que se niegan a la esperanza aunque la esperanza quiera alcanzarles. Personas que enseguida se quitan de la cabeza el mensaje recibido sin siquiera darse oportunidad de reflexionar.
Sabemos también de conocidos que, como el segundo caso en el que la semilla cae entre las piedras, donde apenas hay tierra, merodean alrededor de la iglesia. Personas inestables que se acercan por la simple curiosidad de indagar en nuestra fe, que en momentos determinados disfrutan de lo que experimentan, pero sin más propósitos. Oyen de vez en cuando el mensaje del Señor pero no echan raíces.
Tratamos con personas dolidas que buscan protegerse de manera dolorosa. Aunque estos espinos pueden ocasionarle más sufrimiento, persisten en no dejar que les cale la semilla. Por las circunstancias vividas desconfían de todo.
Y no sólo los demás. Nosotros mismos hemos pasado épocas así. Es necesario perseverar, ahondar nuestras raíces, dar fruto y no dejarse llevar por los problemas que nos rodean queriendo impedir nuestro avance.
Hemos vivido diferentes etapas en nuestro crecimiento. Quizá hemos necesitado varios intentos de siembra hasta que la semilla ha caído en tierra y tiempo oportunos. Hemos vivido tiempos en los que esta semilla no ha conseguido ningún logro. La hemos rechazado. Hemos preferido otro momento, otra semilla diferente a la que siembra Dios y hemos sido terreno estéril.
La fe es inestable. A veces va por caminos tortuosos. Se nos sube y se nos baja, incluso desaparece. Estamos en constante lucha. No obstante, como siempre, tenemos un mensaje de ánimo. En la gracia de Dios, a pesar de las circunstancias que podemos estar viviendo, toda semilla del Reino conserva en su interior grandes dosis de esperanza, que se vivifican en cualquier momento si permitimos que el Maestro aparezca en nuestro campo y lo prepare, aunque en diferentes tiempos hayamos permanecido en tierra dura, o entre piedras, o estemos atrapados entre espinos. ¿Acaso no se reavivó en las mujeres que, desmoralizadas, fueron al sepulcro, Lc 24:1-12? ¿No se reavivó en Tomás, que dudaba hasta que se vio ante la presencia del resucitado, Jn 20:24-29? También se reavivó en los que se dirigían desanimados a Emaús, cuando el Señor se les unió en el camino, Lc 24:13-35. Se reavivó en algunos de los once que, a petición de Jesús, fueron a Galilea y dudaban al verle resucitado, Mt 28, 17. Se reavivó en los 120 reunidos en el aposento alto en Pentecostés gracias a la llegada del Espíritu Santo, Hch 2. Porque el Señor hace posible que la cosecha valga la pena y sea digna de él. Porque, repito, tenemos un mensaje final que es de esperanza: la Palabra es la semilla que cae en tierra buena, que la retiene y germina y produce fruto abundante en los corazones dispuestos; que produce arrepentimiento de conciencia y donde había otra cosa, ahora florece el Reino de Dios.
Estemos preparados para recibir el mensaje de Jesús, que él lo haga brotar colmándolo de fruto para dar una buena cosecha, cada uno según sus capacidades, cada cual según los dones que recibe del Espíritu, todos haciendo que los demás se sientan bienaventurados. Respondamos al treinta, al sesenta, o al cien por cien.
Me gustaría hacer una pequeña meditación final a modo de agradecimiento al Señor. En su día la titulé El ser que no soy, y la he modificado un poco, reconociendo que es él quien puede hacer posible resurgir en nosotros su semilla preciosa.
“...el Dios que da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen”
(Romanos 4:17)
Señor,
me he asomado a tu orilla al nombrarme.
Mírame de frente.
Qué soy
sino un ser inacabado
un alma perseguida de olvido,
ausente.
Y aun así
me has llamado árbol
y flor
y sal
y luz
y aceite
y agua.
Más que eso,
tu amor ha regado mi ser
germinado ahora
en fecundo huerto,
donde late mi espíritu
floreciendo ramas.
Entre agua y mantillo
crezco.
Como lluvia
así tu voz desciende a cubrirme.
Tu mirada
guardiana incansable
no se aparta de mí un instante,
y tu gracia me alcanza.
Me transforma en el ser que no soy...,
sin ser yo nada.
Confiamos en que este es el resultado de la siembra de su semilla en nuestro corazón tierra.
Con la ayuda del Comentario Bíblico latinoamericano. Nuevo Testamento. Grupo Editorial Verbo Divino. Comentario del Nuevo Testamento. Evangélios sinopticos. Tomo 1. L. Bonnet y A. Schroeder.
*Jesús. Una biografía. Armand Puig. Destino. Imago Mundi.
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