Día de playa

Aún el sol no picaba. El mar descendía lentamente. Ocurre que por momentos no sabes si está bajando o subiendo, no había mirado el estado de la marea esa mañana, así que me posicioné en un lugar neutral previendo bajamar. Acerté.

Poca gente y muy dispersa.

Diseminé sobre la cálida arena el arsenal de artilugios que suelo llevar cuando voy a pasar la mañana en la playa, en cambio, cuando sólo voy a estar unas horas mi equipaje es mucho más liviano.

Comenzó a soplar un fresco viento del sur, un aire que reconforta cuando llevas un rato al sol.

Las olas, murmurando al romper en la orilla, emitían ese sonido ensordecedor que exhalan cuando se desmoronan a tus pies ribeteadas de blanca espuma.

En medio de aquella paz llegan ellas. Irrumpen en el perfecto escenario dos chicas jóvenes de no más de veinte años, acicaladas de una forma inusual para pasar un día playero.

Montan su campamento cerca del mío pero, manteniendo las distancias.

Abren sus bolsos, sacan sus teléfonos móviles y a partir de ese momento un despliegue de poses y muecas se propagan en el hermoso entorno de arena y mar.

No hablan entre ellas, apenas si se miran. No pasean ni se bañan, tan solo observan la hipnótica pantalla y vuelven una y otra vez a extender el brazo y apretar el botón.

Los niños juegan junto a ellas, distorsionan su embelesamiento por unos instantes, pero vuelven con prontitud a centrar la atención en aquello que les ofrece el adictivo compañero rectangular.

Imagino que esas fotos que tanta pose requieren, serán expuestas en una de las muchas redes sociales. Imágenes decoradas con la frase: día de playa. De seguro; dada la juventud y belleza de las féminas,  suscitarán decenas de likes, pulgares arriba y comentarios que las elogiarán con cierta envidia.

Les puedo asegurar que ninguna de esas dos muchachas disfrutó esa mañana de todo lo que se exhibía ante ellas, al menos, no de la forma en la que creo se debe disfrutar de un entorno tan hermoso. De seguro no fueron receptoras de los matices maravillosos que pude descubrir recreándome en ellos.

El mar, el sol, el roce tenue del viento, los sonidos lejanos de las risas de los niños, el goloso sentimiento de sentir la libertad que te proporciona el privilegio de poder gozar de escenas triviales pero plagadas de inconmensurable belleza.  

A veces, en esta sociedad tan llena de incongruencias, es más importante que otros vean donde estamos, que disfrutar realmente de estar allí.