Después de las primeras semanas de confinamiento y de tener que reinventar nuestra manera de acercarnos a las personas, empecé a entender que Dios no está confinado, ni su Palabra tampoco.
Por Dámaris Costa
Para alguien que ha sido llamada por el Señor para servirle entre los niños es muy difícil aceptar estos días de confinamiento. A mi mente humana le cuesta entender que Dios permita que no podamos estar con los niños explicándoles el Evangelio y enseñándoles la Palabra de Dios. Me parecen oportunidades perdidas. ¿De verdad Dios quiere esto? Algunos niños son de familias cristianas, pero otros no. ¿De verdad Dios quiere que estos niños dejen de oír su Palabra?
Como a todos nos está pasando, hemos tenido que reinventarnos y buscar maneras diferentes de seguir contactando con los niños. La tecnología nos está ayudando mucho. Empezamos a conectar por Zoom con los niños de uno de los Clubs. Al segundo día de conectarnos me di cuenta de algo: necesitamos a los padres para conectar con los niños y, ahora, están viendo y oyendo lo que hacemos y lo que les decimos. De entre siete familias, tres no son cristianas. Así que, ahora estamos llegando a niños y padres. Y no es que no conozcamos a los padres, sí los conocemos, pero ellos nunca ven ni oyen lo que hacemos cada semana con sus hijos. Solo tienen una remota una idea.
Pero hay un caso en especial, una niña que es fruto de nuestras oraciones pidiendo a Dios que nos diera la oportunidad de tener a niños sin contacto con el Evangelio. Ella apareció en el grupo a principios de diciembre, una preciosa niña que empezaba a escuchar por primera vez que Dios la ama. Una niña que nos escuchaba con oídos muy atentos y ojos muy abiertos. Una niña que disfrutaba de estar con “gente diferente”, como ella dice. Al principio del confinamiento nos preocupaba perderla, porque hacía muy poco que la conocíamos. Nos esforzamos por contactar con la madre para que dejara a su hija conectarse con nosotros. Y ahora no solo conectamos con ella igual que con los demás sino que hemos podido empezar a tener relación con la madre, una mujer con una vida complicada y con una crisis de fe tan grande que no sabe por dónde tirar. Sin el confinamiento, quizás este contacto tan cercano no se hubiera producido.
Después de esto, empecé a entender que Dios no está confinado, ni su Palabra tampoco. Que estamos llegando a niños y padres de otras maneras. Es cierto que el contacto físico es muy importante, y que lo echamos de menos; pero estamos haciendo cosas diferentes que nunca hubiéramos pensado. Y, con ello, llegando más lejos de lo ni siquiera nosotros podemos imaginar. Ya empezamos a decir: “Si no fuera por el confinamiento no hubiéramos hecho… no hubiéramos llegado… no hubiéramos…”.
Siempre me he preguntado qué sentiría el apóstol Pablo cuando el Espíritu Santo le prohibió hablar la Palabra en Asia y cuando no le permitió ir a Bitinia (Hechos 16:6-7). Quizás Pablo se preguntó lo mismo que yo: ¿De verdad, Señor, que esto es lo que quieres? Nosotros tenemos la respuesta a esta pregunta de Pablo: el Evangelio tenía que entrar en Europa. Pero Pablo no tenía esa respuesta y tuvo que aprender a dejarse llevar por el Espíritu, y siguió cumpliendo con la labor que le había sido encomendada: llevar el evangelio a los gentiles.
Ahora puedo entender un poco a Pablo (salvando las distancias) y, como él, todavía no tengo la respuesta, aunque empiezo a vislumbrarla. Solo me dejo llevar por el Espíritu y sigo con la obra que me ha sido encomendada: servir al Señor entre los niños aun en mi confinamiento, sabiendo que Dios no está confinado ni su Palabra tampoco.
Dámaris Costa - Obrera de APEEN - Barcelona (España)
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