Jesús desde Dios o Dios desde Jesús

Normalmente, tendemos a ver a Jesús desde Dios, y no está mal, pero ¿qué pasa si damos un giro e intentamos no ver a Jesús desde el Dios Padre, sino al Dios Padre a través de Jesús? ¿Dará algún resultado práctico esta inversión que, en lugar de ver a Jesús desde Dios, veamos a Dios desde el Jesús humano? Creo que este giro de perspectiva divina lo practicamos menos. Si es Jesús quien nos muestra a Dios, si a través de Él podemos captar la esencia del Padre, ¿qué puede significar esto, qué consecuencias puede tener? ¿Podría dar un giro a la vivencia de nuestra espiritualidad cristiana? Intentemos, por unos momentos, dar ese giro de, en lugar de mirar a Jesús desde Dios Padre, mirar a ese Padre a través de su hijo, a través de Jesús. Son dos realidades válidas, pero con perspectivas diferentes.

Si haces el esfuerzo de mirar a Dios a través de Jesús, desde el Jesús humanado, quizás te lleves una sorpresa, y comiences a ver algo importante y extremadamente relevante para vivir la espiritualidad: vas a comenzar a ver los aspectos humanos del mismísimo Dios a quien, muchos cristianos, lo ven exclusivamente como el Dios glorificado, el omnipotente y omnisciente Dios, espíritu divino. No sea que, sin quererlo, también vayamos perdiendo perspectivas esenciales de Jesús, vayamos entrando en unas líneas de triste tragedia: el ir perdiendo los aspectos humanos de Jesús, y verlo exclusivamente como el Jesús glorificado y sentado a la diestra del Padre. Podríamos perder la figura del Jesús histórico que anduvo por la tierra haciendo bienes. Sería una parte de la tragedia de una falsa vivencia de la espiritualidad cristiana. Que solamente contempla al Jesús glorificado.

No es crítica, porque se hace de una forma honesta y pensando en la comunicación de la verdad, pero, en muchos casos, en nuestras iglesias, olvidamos un poco al Jesús humano, al Jesús de la historia y, al centrarnos en el Jesús glorificado, lo espiritualizamos todo y comenzamos a perder esos aspectos humanos que podemos ver en Dios a través de Jesús. Podemos perder la humanidad del mismo Dios que, en la figura de su hijo, se hizo hombre.  

Muchas veces, nos muestran una religión demasiado trascendente, desarraigada del seguimiento de Jesús en nuestro aquí y nuestro ahora, en donde se dan los gritos de los pobres, marginados, apaleados, oprimidos y sufrientes de la historia. El no ver al Dios humanado en Jesús, y dejar de mirar al Padre a través de Él, nos puede llevar a olvidarnos del prójimo, del concepto de projimidad que Jesús mismo nos dejó al que debemos amar con un amor semejante al de Dios mismo.

Si no vemos los aspectos humanos de Dios, si no lo miramos a través del Jesús humanado, el compromiso cristiano se puede perder y, en cambio, podemos llegar a pensar que el servicio cristiano, demasiado espiritualizado, es el que se da en el interior de la iglesia, pensar que el servicio es el servicio al templo, haciendo todo tipo de cumplimientos y actividades que no redundan en la extensión del Reino de Dios en el mundo. Debemos humanizar nuestro compromiso cristiano, un compromiso que debe hacer permeables las paredes o muros de la iglesia, y lanzarnos al mundo a ser sal y luz en medio de tanto grito de dolor.

Es un error cuando los cristianos se centran en querer más divinos que humanos. Hay que mantener el equilibrio como lo mantuvo Jesús mismo. La expresión de Jesús: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre”, sin duda incide en el hecho de que hemos de estar atentos también a los aspectos humanos del mismo Dios, cuestión que nos va a lanzar a humanizar mucho más nuestra vivencia de la espiritualidad cristiana, y nos va a centrar mucho más en el compromiso y en la acción cristiana en el mundo, acercando a los hombres los valores del Reino. Cuando captamos a Dios desde Jesús o a través de él, estamos viendo a un Dios humanizado y preocupado por los que sufren, por los débiles del mundo, por los estigmatizados, oprimidos e injustamente tratados. Eso es lo que pude reorientar nuestra acción cristiana.

El centrarse solamente en el Jesús glorificado y en el Padre trascendente, es como querer participar de la gloria sin querer llevar sobre nosotros la cruz, el yugo que, aunque es ligero con la ayuda de Dios, nos reorienta hacia el mundo, aunque sin perder nunca las perspectivas de eternidad. No podemos ser seres espirituales sin ser totalmente humanos y preocupados del prójimo que sufre a nuestro lado. Tenemos que tener cuidado siempre de ver a Dios a través de Jesús, aunque no negamos que también se puede ver a Jesús a través del Dios Padre. Son dos líneas y dos perspectivas imprescindibles, pro que deben coexistir en la experiencia de la vida cristiana. Es un todo conjunto, completo, integral que nos lleva a amar a Dios y al prójimo en relación de semejanza.

Si no hacemos un esfuerzo por rescatar los aspectos humanos de Jesús, y de ver a Dios a través del Jesús encarnado que padeció los mismos padecimientos, sensaciones y tentaciones que nosotros, aunque sin pecado, quizás estemos alejando de nosotros la mismísima esencia de Dios. Jesús mismo nos dijo que “lo que hacemos por uno de estos más pequeños, lo hacemos por Él mismo”. De ahí la importancia de ver también a Dios Padre humanizado en la figura de Jesús. Quizás esto lo consigamos, como estamos diciendo, al hacer el esfuerzo o la inversión de ver a Dios a través del Maestro humanado que anduvo por la tierra haciendo bienes. La espiritualización de todos los términos, podría ser la gran tragedia del cristianismo hoy.