Resurrección: los últimos, los primeros

Voy a hablar de la resurrección desde las prioridades de Jesús, desde los valores del Reino en donde hay un valor fundamental, continuo en la vida de Jesús, referencia para todo cristiano, aunque, a veces, no lo tratemos con la radicalidad con la que lo trató Jesús: “Muchos últimos serán los primeros”, los últimos serán los primeros.  

En esta línea, en la resurrección de Jesús, estuvo involucrado un grupo muy especial, un grupo marginado y sometido, un grupo que no era lo suficientemente creíble como para ser los depositarios de un mensaje, probablemente, el de más importancia y enjundia de la humanidad. Ese grupo eran las mujeres.

Por tanto, resulta imprescindible decir algo sobre la situación de la mujer en los tiempos de Jesús, aun sabiendo que, muy probablemente, es algo conocido por la mayoría de los cristianos. Por tanto, ahí vamos de forma concisa y lo más resumidamente posible: no cabe duda de que en tiempos de Jesús reinaba de una forma clara el patriarcalismo. Al igual que los esclavos, los niños y los paganos, también la mujer se debía al hombre, a su dueño. Era una cruda realidad patriarcal instalada en lo más profundo de los valores sociales de aquella sociedad en la que Jesús vivió. 

[destacate]La resurrección es justicia y esperanza para los débiles.[/destacate]A veces —lo cito como una referencia que muchos conocen—, se citan frases como la de la oración del Siddur hebreo: “Bendito eres tú Señor, nuestro Dios, Rey del Universo, por no haberme hecho mujer”. La verdad es que no sé qué repercusión tendrá esta oración en el judaísmo actual, sino que solamente quiero mostrar algún retazo que da a entender la marginación de la mujer también en la época de Jesús. Nada tiene que ver con la marginación de la mujer en nuestros días, aunque haya algunos problemas graves que todos conocemos.

¿Por qué todo esto referido al tema de la resurrección en la línea de los valores del Reino que irrumpen en nuestra historia con la figura de Jesús? Porque también se daba la circunstancia de que el testimonio de una mujer tenía menos valor que el de un hombre. ¡Cómo podía dejarse el gran acontecimiento de la Resurrección en el seno del testimonio de mujeres! El comunicar un gran mensaje, el mensaje más importante de la humanidad a unas mujeres en el tiempo de Jesús, no es un dato banal. Está en la línea de prioridades de Jesús, de su enseñanza, de la difusión de sus valores. 

Es el mismo caso que cuando, en el nacimiento, el mensaje fue transmitido a unos humildes pastores sin relevancia cultural y, menos aún, relevancia económica o de poder político. 

Pues sí. En el grandioso evento de la Resurrección, el mensaje fue transmitido a dos mujeres, María Magdalena y la otra María —según el evangelista Mateo— con esta respuesta a su pregunta por el sepulcro vacío: “No está aquí, ha resucitado… E id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos, y he aquí va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis… Y ellas acercándose, abrazaron sus pies y le adoraron”. ¡Impresionante para las costumbres sociales y culturales en la época de Jesús en torno a las mujeres cuyo testimonio apenas tenía valor! Eran las líneas de los valores del Reino en donde los últimos serán los primeros aplicadas al tema de la resurrección y a la dignificación de la mujer.

Débiles del mundo, aunque el mensaje es universal, para todos: ¡Hay esperanza, ha resucitado! Estáis mucho más empoderados de lo que pensáis, de lo que piensan muchos de los poderosos y ricos del mundo. Jesús, con su resurrección, ha roto la debilidad, la injusticia de los hombres. ¡Hay justicia para los débiles y oprimidos de la tierra! ¡Escuchad! Jesús se identificó con vosotros, débiles de la tierra. 

El Maestro, murió en debilidad, en abandono, en medio de un dolor tremendo, de burlas y de mofas. Jesús se unió, no solamente en su muerte, sino en su resurrección, a los débiles del mundo, a los pobres y desheredados, a los abandonados del sistema, a los excluidos y presa del acoso de los opresores y manipuladores del mundo. Los últimos fueron los primeros como Él predicó y nos dejó como uno de los valores del Reino. Su resurrección, rompe la debilidad y hace que ésta sea uno de los pilares de la auténtica fortaleza.

Resucitó en poder, dejando su mensaje, la gran noticia, en las manos de un grupo de mujeres que, como hemos dicho y en ese m omento, eran un grupo de personas marginadas y dominadas. Débiles del mundo y vosotros todos: la Resurrección es garantía de justicia para los injustamente tratados. En la cruz, nace una nueva idea de justicia, tanto para aquí, en nuestro aquí y nuestro ahora como dignificación de los débiles, y para el más allá, cuando estemos en su gloria con Él. Allí habrá el Juicio de las Naciones.

Aferraos al poder de la Resurrección, todos vosotros que habéis pasado por el mundo como cañas cascadas, a los oprimidos, a los injustamente tratados y a todos aquellos que han sido excluidos de los bienes del planeta tierra. La Resurrección es justicia y esperanza para vosotros. También debería ser en nuestro aquí y ahora a través de los cristianos del mundo, y no esperar solamente a lo trascendente en donde, sin lugar a dudas, algún día se hará justicia.

Celebremos la Resurrección, sus ideas de justicia, dignificación de los débiles y su mensaje de esperanza para el mundo. Para Jesús no existen los marginados y despreciados y, cuando observa que hay hombres que marginan y desprecian a sus prójimos, se pone del lado de estos últimos, de los oprimidos, despreciados y robados de dignidad. Como ocurrió con el anuncio más importante de la humanidad: el de la Resurrección de Jesús, el Hijo de Dios.