Hay un Superhombre dentro de cada ser humano, que se cree un dios y con derechos absolutos.
Cuando se acerca la fecha del Día del Libro, una de las repetitivas invitaciones que se hacen es la de acercarse a la lectura, pues se considera al libro como medio de libertad y despojamiento de la ignorancia y los prejuicios. Claro que todo depende de qué clase de libro sea, porque ya en el libro español por antonomasia, Don Quijote de la Mancha, Cervantes puso de manifiesto que el famoso hidalgo perdió el juicio, precisamente, por sus lecturas; de ahí que el ama, la sobrina, el cura, el licenciado y el barbero hicieran una hoguera con la biblioteca de Don Quijote, tras haber salvado de las llamas lo que consideraron digno de mejor destino.
[destacate]Los humildes no tienen fuerzas en sí mismos. Saben que no pueden controlar nada.[/destacate]Quien esto escribe es testigo experimental del daño que pueden hacer algunos libros, especialmente cuando caen en manos de espíritus abiertos a todo, que no tienen los necesarios filtros para ejercer un prudente escrutinio. Cuando tenía quince años leí Así habló Zaratustra, de Friedrich Nietzsche, bebiendo el veneno que contenía, aunque creyendo que lo que bebía era néctar. La enseñanza de ese libro, con su mensaje sobre el Superhombre, la voluntad de poder (no el poder de la voluntad) y la muerte de Dios, no fue ajena a lo que décadas después de ser publicado ocurriría en Alemania, con el ascenso del nazismo y sus terribles consecuencias. El manifiesto odio que destila el libro hacia el cristianismo y el desprecio absoluto hacia su mensaje, para entronizar al hombre en el puesto de Dios, con derecho total a establecer un sistema de valores fabricado por él mismo, desechando una moral de esclavos, que, según Nietzsche, es la moral del evangelio, acabó en una pesadilla infernal.
Pero en realidad hay un Superhombre dentro de cada ser humano, que se cree un dios y con derechos absolutos, los cuales crea, establece, cambia, quita, pone, define y redefine según su criterio, sin tener que dar cuentas a nadie, habiendo rechazado que haya ninguna autoridad superior a él mismo. Esta creencia, que se ha vuelto universal, ha desembocado en una orgía de arrogancia que ha echado por tierra toda limitación, toda frontera, como el peor atentado contra la independencia y la libertad del hombre.
Sin embargo, ¡qué afrenta supone a toda esa borrachera de insolencia, el que haya que estar confinados en las casas, sin libertad de movimientos, con derechos esenciales restringidos o anulados, y, lo que es peor, sin control sobre lo que será mañana! ¡Nosotros, acostumbrados a tenerlo todo bajo control! Pase que cosas así ocurran en el Tercer Mundo, pero ¿en el nuestro, perfectamente encapsulado dentro de un hermético y garantizado envoltorio? Y encima por culpa de un organismo que para verlo hacer falta un microscopio. Ha bastado una minúscula partícula para poner en jaque al Superhombre, para poner en evidencia los enormes agujeros de todo un sistema que parecía inexpugnable y para abrir vías de agua que hay que taponar a la desesperada, no sea que la imponente nave zozobre totalmente. Súbitamente, de golpe, se ha pasado de la sociedad del bienestar a la sociedad del malestar. Del despilfarro a la abstinencia ¡Qué lección! Aunque ¿cuántos serán los que la tengan en cuenta? Porque pasados los malos momentos, se volverá, indefectiblemente, al mismo estado previo, hasta que surja otra contingencia igual o peor. Es la condición de este mundo, que durará el tiempo que decida ese Dios vivo, que no ha muerto, porque es inmortal, cuando ponga punto y final a ese estado de cosas, para iniciar otro, totalmente diferente, glorioso y sin fin.
Hay un tweet de Dios que va en dirección opuesta al mensaje de Así habló Zaratustra y es el que dice: ‘Mejor es humillar el espíritu con los humildes que repartir despojos con los soberbios.’ (Proverbios 16:19). Uno de los peligros que tiene la victoria es el entusiasmo desatado, que puede convertirse en ciega euforia. Por eso puede haber más peligro en una victoria que en una derrota. Y cuando esa victoria es conseguida por los soberbios, el peligro se eleva a la infinita potencia, porque se arrogan a sí mismos el mérito, al considerar que la han obtenido gracias a sus propias fuerzas y entonces esa soberbia se dispara hasta límites insospechados. Los logros de esta civilización actual nos han hecho creer en nosotros mismos, a extremos escasamente vistos antes, llegando a repartirnos los despojos del triunfo que, supuestamente, hemos logrado sobre Dios, sobre sus leyes y sobre sus propósitos.
Pero una derrota puede ser la mayor de las bendiciones, aunque, a primera vista, parezca que nada hay aprovechable, que nada bueno existe en ella, de ahí que este tweet de Dios enseñe que vale más humillar el espíritu con los humildes. Los humildes son los que no tienen fuerzas en sí mismos, los que saben que nada pueden controlar, que no son independientes ni señores de sus destinos, sino que cualquier cosa, como un corpúsculo infinitesimal, puede derribarlos. Esa conciencia de extrema limitación les lleva a humillarse y el hecho de asociarse con otros del mismo sentir, hace que su auto-humillación se renueve, porque hasta los más humildes están en peligro de creerse algo, cuando las circunstancias aflojan.
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