Jesús arrima a ese con quien nos hemos enfadado o se ha enfadado con nosotros y lo pone a la altura, no de un enemigo sino de un hermano.
Habéis oído que a vuestros antepasados se les dijo: ‘No mates, pues el que mata será condenado.’ Pero yo os digo que todo el que se enoje con su hermano será condenado; el que insulte a su hermano será juzgado por la Junta Suprema, y el que injurie gravemente a su hermano se hará merecedor del fuego del infierno.
“Así que, si al llevar tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí mismo delante del altar y ve primero a ponerte en paz con tu hermano. Entonces podrás volver al altar y presentar tu ofrenda. Mt. 5, 21-24
En el capítulo 5 de Mateo, a partir del versículo 21, Jesús nos habla del cumplimiento de las leyes entregadas a Moisés en el Sinaí referentes al asesinato, al adulterio, repudio de la esposa, los juramentos. Sigue después la ley del talión, el amor a los enemigos y finaliza en el versículo 48 con la exhortación a ser perfectos como nuestro Padre es perfecto.
En los versículos 21 y 22 nos dice: Habéis oído que a vuestros antepasados se les dijo: ‘No mates, pues el que mata será condenado.’ Pero yo os digo que todo el que se enoje con su hermano será condenado; el que insulte a su hermano será juzgado por la Junta Suprema, y el que injurie gravemente a su hermano se hará merecedor del fuego del infierno.
Parece que aquí Jesús se nos muestra legalista y hace diferencia entre lo que se dijo en la antigüedad y lo que él propone. En este mensaje no sólo se agarra a la ley sino que la agranda, abarca más delitos que el propio mandato en sí. A "no matarás" añade todo lo que pueda hacer daño, la ira, el insulto, las disputas, el desprecio, el acoso, la incomprensión, la falta de respeto, la mirada despectiva. Sentimientos íntimos que, aunque no queramos, florecen en nuestro interior y van contra el prójimo. El Señor nos muestra una exigencia aún mayor, y es esta exigencia la que nos abre los ojos a la realidad: no vamos a poder cumplirla. Sin embargo, tenemos que hacer lo posible por acercarnos a ella.
Jesús arrima a ese con quien nos hemos enfadado o se ha enfadado con nosotros y lo pone a la altura, no de un enemigo sino de un hermano. Ese al que hemos hecho daño no es un ente etéreo sino que nos lo mete en la familia para que la situación nos duela.
Versículos 23-24: Así que, si al llevar tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí mismo delante del altar y ve primero a ponerte en paz con tu hermano. Entonces podrás volver al altar y presentar tu ofrenda.
En estos dos versículos Jesús nos da licencia para amar. Nos motiva a pesar de las circunstancias. Vemos que pone al hermano por delante de la ofrenda a Dios, porque para él primero está el compromiso de perdonar.
Dejar el altar de Dios, dar la vuelta, es dar la espalda al ritualismo, es volverse hacia el otro. El altar de Dios se pone en una escala inferior al dolor humano para ensalzar el perdón, y llenos de ese querer perdonar o ser perdonado es como desea vernos llegar a su presencia.
Esto nos lleva a amarnos, a tener paciencia unos con otros, a refrenar, ya sea visiblemente o en lo oculto, nuestros sentimientos negativos y agresivos.
Jesús nos muestra, una vez más, lo que está enseñando en su trayectoria acerca del amor. Una exigencia aún mayor.
Dice el verso 23 "...y te acuerdas", qué importante es no perder la memoria ni enterrar nuestros errores. Somos dados a olvidar lo que no nos interesa.
Diferentes maneras simbólicas en las que veo el altar:
Ir al altar me sirve para mantenerme en la postura inamovible delante de Dios: "yo tengo razón y el otro no". Es ese convencimiento de ser justa, sin serlo, al que acudo para redimirme de mí misma. A ella me agarro para sentirme mejor después de hacer daño.
El altar es la excusa que yo me busco para no solucionar el problema, para no arreglarme con el hermano o la hermana y poner buena cara delante de Dios. Así quiero entenderlo a mi manera humana.
Otras veces, el altar puede ser mi propia conciencia, el dedo acusador que me manda dar la vuelta para que me ponga a bien con el prójimo.
Es posible que el altar sea, además, el momento, el rafagazo que nos da lucidez, que nos lleva a reconocer nuestra mezquindad. Es lo que separa lo propiamente humano, con sentimientos dañinos, de lo que es agradable a Dios, y nos encauza hacia el perdón que entra ahora en el terreno de juego.
A nosotros no nos vale el extremismo del homicidio, ni hemos matado ni lo vamos a hacer, pero el abanico que muestra el Señor es grande, cualquier mala acción contra el hermano cabe.
Tengamos presente que el perdón que recibimos de Dios nos lleva a redimir también al otro. Dios me redime y me reconcilia con él. Yo perdono, me reconcilio con mi hermano y los dos nos vemos liberados de una amarga atadura que nos lleva a un juicio, sea real o simbólico.
Perdonar y ser perdonados es un privilegio, una capacidad grande que el Señor nos concede. Unas veces será el otro el que tenga algo contra nosotros y otras al contrario. Nadie se salva.
Jesús tuvo compasión de amigos y enemigos. En como nos perdona está el ejemplo, en como nos trata con respeto, nos restaura, nos levanta, nos pasa la mano sin detenerse en nuestras faltas. Formamos parte activa de esa buena nueva que imparte.
Leemos en Hebreos 2:6-7-8 ...¿Qué es el hombre? ¿Qué es el ser humano?... le has hecho un poco inferior a los ángeles, le has coronado de gloria y honor, le has puesto sobre las obras de tus manos. Con este convencimiento de que sin ser nada lo somos todo para él tenemos que mirarnos mutuamente y vernos resaltar así de sublimes.
Entendemos, así lo he visto siempre en este pasaje, lo que es ofender y ser ofendido como algo de tú a tú, algo privado, temas personales, particulares de cada uno, pero me pregunto si otros conceptos globales como no hacer nada para combatir el hambre, la discriminación racial, la torpe separación de todo aquello que no comparto, o la discriminación de la mujer, entra también el pedir perdón por no actuar como debo. Me lo pregunto y me contesto que sí.
Sobre el tema de la mujer en particular, porque lo vivo de cerca, puedo decir que hay lugares de culto en los que tantas y tantas mujeres son maltratadas por los propios hermanos y hermanas. Mujeres que están esperando que se les pida perdón por anular sus dones y que, incongruentemente, reciben el tan consabido "que Dios te bendiga, hermana", aunque a ellas no se les permite ningún tipo de bendición. A ellas se les ha prohibido desarrollarse como verdaderas hijas de Dios.
Hay que abrir el entendimiento y, antes de llegar al altar, pedir perdón por lo que no estoy haciendo bien por este mundo.
También pienso que entran aquí otros temas para perdonar y ser perdonados, a veces son motivos secretos en los que la otra parte, el ofendido, no se va a enterar nunca, aunque sí sufre esa especie de maldición por nuestra parte. Personas a las que no tragamos, no soportamos y que no conocen nuestro pensamiento. Pero nosotros sí los conocemos y tenemos que restaurar la situación.
La condición humana es terrible.
Voy a contar un anti-testimonio personal sobre mi terrible condición humana:
Conocí a una mujer, madre de dos niños, que pasaba por un mal momento. De vez en cuando le ayudaba con alguna cosa. Una mañana, volviendo a casa de llevar a mis hijos al colegio sentí que era necesario socorrerla de nuevo. Durante el camino pensaba en las cosas que podía darle de mi despensa. Llegué y, eufórica, empecé a sacar alimentos que fui colocando en bolsas junto a la puerta para que no se me olvidara llevarlas cuando fuera a recoger a los niños a la salida del cole. Y digo, de verdad, que llené varias bolsas, tantas como vi que podía cargar. Me sentía bien. Me sentía buena.
Cuando todo estaba preparado me puse con las tareas de casa, y ahí empezó la vergonzosa historia del runrún de mis pensamientos.
Se me vino a la cabeza la figura del marido. Le había visto varias veces ir a recoger a sus niños. No me gustaba. Me puse a pensar que si estaba en el paro ya podía empezar a buscar trabajo; que si parecía un vago; que si era la mujer, pobrecilla, la que estaba cansada de limpiar casas ajenas; que si esto y que si lo otro.
Por cada pensamiento negativo yo miraba las bolsas y me parecía que estaban demasiado llenas, así que iba y sacaba algo de lo que había metido. Y lo hacía con todo derecho. Mi cabeza no hacía más que despreciar y acusar a aquel hombre con el que al contrario de la esposa, yo no había cruzado ni una sola palabra ni sabía cómo era. Cuando pasó un rato apenas quedaban en la puerta alimentos que llevarles. Entonces sentí como si una roca grande y pesada me aplastara la cabeza y vi que, yo, la que acusaba a aquel padre de familia, estaba condenada. Todo lo que el Señor había puesto en mi corazón hacía un rato se había desvanecido y se había vuelto ira contra un desconocido. Mi comportamiento, de sublime pasó a mezquino, despreciable.
¿Cuáles fueron los primeros pensamientos de tu corazón? Creí oír. Avergonzada, poco a poco fui reuniendo todo lo que había elegido desde el principio.
Decidir no ayudarles por mis malos pensamientos, no sólo estaba dañando al padre sino a la mujer y los niños. Esta mala experiencia es algo que no he olvidado nunca y ya han pasado años.
Este mal testimonio, para mí, también entra en esta reflexión de hoy, a pesar de que no tenga nada que ver con el "no matarás", ni ese hombre tenía nada contra mí, ni nunca se enteró de mi trama, pero yo sí tenía algo contra él y tuve que poner paz en mi persona referente a la suya. El pensamiento es muy malo. Pasé de la compasión al desprecio en cuestión de segundos.
Así soy. Me vi mentalmente haciendo justicia ante el altar de Dios y con la cabeza agachada tuve que retroceder y arreglarlo. Primero arreglarme yo en mis pensamientos, volver atrás, regresar a mi primer sentimiento y reparar la injusticia que estaba cometiendo, y luego ya podía acercarme al altar verdadero. Lo hice libre de carga.
Con el tiempo me enteré de que era alguien que había sido asaltado por la desgracia de la enfermedad en el camino de la vida y no podía trabajar.
Si aquel hombre era culpable o no del estado de su familia en mí tenía que estar activa la actitud de perdón, aunque verdaderamente era yo quien tenía que ser perdonada.
Para el perdón, el tiempo siempre es importante. A veces hay que dejarlo pasar para reflexionar y otras no. En mi caso, según la condición fatal de mi persona, dejar pasar el tiempo me viene en contra. Tengo que agarrarme a Jesús y actuar con rapidez. Creo que el momento de hacer el bien siempre es AHORA.
Dice Dietrich Bonhoeffer en El precio de la gracia. El seguimiento: ¿Qué es el amor indiviso? El que no se vuelve interesadamente a los que le corresponden. Cuando amamos a los que nos aman, a nuestros hermanos, nuestro pueblo, nuestros amigos, incluso a nuestra comunidad cristiana, somos semejantes a los paganos y publicanos. Esto es lo espontáneo, natural y normal, pero de ningún modo cristiano.
Amigos y amigas, en ese trajín de ir al altar y volver atrás para arreglar nuestras relaciones tenemos que gastar el tiempo. Porque esto es dar testimonio de lo que realmente creemos.
Extender el evangelio del perdón es mostrar la cara de Jesús. Es dar paso al hermano, avanzar juntos.
"Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y al prójimo como a ti mismo" (Mc 12, 28-31; Mt 22, 34-40; Lc 10, 25-28). El amor a Dios no puede separarse del amor al prójimo.
En toda ofensa hay algo que se rompe. Ese algo hay que recomponerlo lo mejor posible. Lo que ha enfermado hay que procurar sanarlo. Hagamos lo posible para formar parte de esa sanidad. Cuando no hay reconciliación las dos partes sufren. Es necesario sentir el deseo de lograr harmonía.
Aclaro que esta reflexión, respecto a las relaciones personales, está basada en daños reales. Yo he hecho daño y lo sé, y si no lo sé, tú me dices que te he dañado y me abres los ojos a ese mal que te he hecho. No hablo de personas manipuladoras, maliciosas, tóxicas, maltratadoras, que las hay, que nos exigen lo que no podemos darles y que todos, en mayor o menor medida, conocemos; personas que hacen mal a otros sólo para sentirse bien y les reclaman una reparación. Repito, porque he oído predicar barbaridades, esta reflexión trata de daños reales, no de manipulaciones.
Pedir perdón y perdonar son los compromisos más difíciles en los que nos introduce la mano del Señor y, en ambos casos, llevarlo acabo con convencimiento es el alivio más grande que podemos experimentar. Pedir perdón es morirse a uno mismo, atar lo que soy, lo que veo, lo que creo, lo que pienso (aunque no deje de tener mi propia opinión), mi convencimiento, en aras de la hermandad y las buenas relaciones.
Puede pasar que el daño recibido pese y que el hermano/na necesite tiempo para perdonarnos, es algo que sabemos en carne propia y hay que concedérselo. El camino hacia el perdón puede ser lento aunque la distancia entre los ofendidos sea corta.
Mientras preparaba esta reflexión recordaba el contenido del libro Santos accidentales, de Nadia Bolz-Weber, donde ella cuenta cómo Dios se las ingenia para aparecérsele en la gente menos pensada, en personas que te posicionan en ese dejar tu ofrenda y volver a ellos para reconocerlos en el amor de Dios. Quizá no lo entendamos bien, a mí me cuesta, pero el que tiene algo contra nosotros está hecho como tú y como yo a imagen de Dios.
Como digo, dejar el altar, volver atrás y liberar el perdón es una de las actitudes más difíciles que nos enseña Jesús y, al mismo tiempo, la más gratificantes y en él tenemos el mejor ejemplo, pues perdonó hasta momentos antes de morir.
Alejandro Casona, dramaturgo español (1905-1965), dijo: Perdón es una palabra que no es nada, pero que lleva dentro semillas de milagros.
Dada mi propia condición, no soy digna de haber reflexionado sobre este tema y aprovecho, antes de terminar, para pedir perdón a todos vosotros/tras si en algún momento he podido haceros mal.
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