Ante esto, muchos prefieren hablar de que los cristianos debemos volcarnos más en la búsqueda de una justicia redistributiva, de una denuncia de las estructuras de pecado injustas que oprimen y marginan a más de media humanidad, de un cambio de valores que produzca una revolución en las mentes y en los corazones y que después veremos cómo el mundo cambiará. Y unen a esto una crítica a las iglesias u ONGs, incluso pensando que el “entretenimiento” en la ayuda asistencial relantiza la búsqueda de la justicia redistributiva, la retrasa y estamos haciendo el juego a los gobiernos o estructuras socioeconómicas que así pueden seguir funcionando en su injusticia, mientras las ONGs, Iglesias y Asociaciones van paliando los efectos de la injusticia en el mundo... Y en parte tienen razón.
Yo he sido uno de los que han escrito, hablado y trabajado por la búsqueda de la justicia social. He estado poniendo de relieve muchos de los textos proféticos en torno a la denuncia de la injusticia y de los desequilibrios sociales. Con mis escritos y mi voz he llegado simplemente hasta donde he podido... pero, además, he estado haciendo asistencialismo desde los programas de Misión Urbana. Porque la voz de los cristianos es insuficiente para cambiar la sociedad a corto plazo, porque las actuaciones en el ámbito estructural, gubernamental, político, religioso, empresarial y económico, no muestran que, a corto plazo, sea posible la eliminación de la pobreza en el mundo.
Por tanto,
se requiere que los cristianos, junto a su lucha por las reformas estructurales, su trabajo a favor de la justicia social y su denuncia de las estructuras de maldad que marginan y empobrecen a las personas, se manchen las manos en la atención asistencial. El desequilibrio de nuestro trabajo social estará cuando no nos preocupamos por la lucha por la justicia y sólo hacemos programas paliativos asistenciales. Yo hago aquí un llamado a todas las obras sociales, ONGs y Asociaciones Evangélicas, así como a las Iglesias, para que, junto a sus labores paliativas asistenciales, no escondan su voz, su grito, su gestión y su acción a favor de la eliminación de la injusticia y de la opresión en el mundo.
Hay que llegar a un equilibrio entre la actuación a niveles estructurales, políticos y de denuncia, con la atención a la persona que hoy está tirada al lado del camino. Hay que combinar la voz de denuncia de los cristianos, la participación en la gestión política y económica con la mano tendida en la práctica del asistencialismo cristiano: es un deber de projimidad, de nuestra identificación con la parábola del Buen Samaritano. Hay que combinar la que podríamos llamar macro-acción tendente al cambio de estructuras injustas con la micro-acción, tendente a la liberación puntual y personal de la persona que se encuentra tirada al lado del camino.
Además, como ejemplo práctico, tenemos que complementar, tanto nuestra macro-acción, como nuestra micro-acción, así como nuestra voz de denuncia con
otros dos aspectos fundamentales: nuestros estilos austeros de vida y nuestro compartir con los que menos tienen, sea de forma directa o a través de las ONGs cristianas o de las Iglesias que se comprometen en la acción social.
Por tanto, la vivencia de la projimidad y de la solidaridad, debe estar estrictamente unida a estos dos factores: austeridad y compartir. Compartir y donar más cuanto más se tenga. No se trata de puro ascetismo o de que yo predique el compartir de los cristianos hasta la depauperación, sino de que la vivencia de la auténtica espiritualidad cristiana tiene que ponernos en línea con los estilos de vida de Jesús y con sus prioridades. Incluso la limosna es bíblica. Y hoy, en mundo en el que no ve aún salida a la puesta en práctica de una justicia distributiva e igualitaria entre los pueblos del mundo acercando el Reino de Dios a los hombres, se ha convertido en una necesidad. Sea limosna directa al que está tirado al lado del camino, sea compartir con las organizaciones cristianas comprometidas con los pobres.
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