En este concepto, se necesita de nuevas sensibilidades éticas y humanas, nuevos valores o, si se quiere, auténticos valores no consumistas ni expoliadores, nuevos respetos tanto al hombre como a la tierra, nuevas estrategias y nuevos parámetros a los cuales los cristianos no deben volver la espalda. Sería una irresponsabilidad y el quedarnos al margen de las inquietudes de los hombres del mundo hoy.
El hombre, desde que se nos muestra en el paraíso en los inicios de la humanidad, ya era colaborador de Dios en los cuidados de la naturaleza. El cristiano no es sólo una persona que se preocupa de las realidades celestiales y de ser un puritano que se aísla insolidariamente de la marcha de la humanidad.
El hombre, fundamentalmente el hombre cristiano, debe tener una preocupación y una inquietud por el destino de la humanidad. Debemos amar, respetar y cuidar la obra de Dios; debemos amar al prójimo, preocuparnos de él y de que se reintegre la dignidad a aquellos a quienes se ha despojado de ella. De lo contrario, si eres un creyente que miras solamente hacia arriba, te puedes encontrar con la pregunta: ¿Dónde está tu hermano? También puede ocurrir que cuando entres al templo, se te pueda decir la frase de Jesús: “Reconcíliate primero con tu hermano”... y la tierra y el hombre marchan juntos.
La tentación insolidaria del hombre, va a ser siempre tender a considerar los recursos disponibles como ilimitados. Si puede, gasta y consume... sin límites. Hoy, a pesar de los diferentes esfuerzos de concienciación que se están haciendo desde diferentes foros, hay países e individuos que consumen sin pensar en la idea de sostenibilidad ni en el hecho de que hay recursos no renovables. Esto es consecuencia de un egoísmo que no piensa, por ejemplo, en la generaciones futuras. Y aquí es donde se necesita la voz profética de denuncia que no se deja entrever mucho hoy entre los cristianos. Nos gozamos más en recluirnos que en salir al mundo a denunciar la maldad, la injusticia y el consumo desmedido. Pensamos que esto son realidades mundanas que no afectan al creyente. Sin embargo, estos temas del desarrollo, de la injusticia, de la necedad del consumo y el enriquecimiento desmedido, el grito de la tierra y el clamor de los pobres, son realidades a las que el creyente debe atender si no quiere escuchar solamente el silencio de Dios, porque Dios no escucha las alabanzas de los insolidarios ni acepta sus rituales. Esto es un tema profético de primera línea.
La Biblia, desde el libro de Génesis, nos lleva hacia una conciencia ecológica. Y, así, los cristianos deberían ser como la luz roja que se enciende ante las agresiones a la naturaleza que suelen coincidir con el despojo de los pobres, pueblos sumidos en la miseria por superexplotación y agresiones al medio ambiente. El desarrollo no es algo que se da asépticamente en medio de un ambiente determinado, sino que el desarrollo auténtico, debe ser el desarrollo de ese mismo ambiente, cuidando la calidad del mismo y los aspectos cuantitativos que le afectan buscando la sostenibilidad. Para esto hay que cambiar el modelo de desarrollo y, para cambiar este modelo, se necesitan nuevos valores que los cristianos los tenemos en la propia Biblia. Sólo habría que fijarse en las enseñanzas de Jesús, sus parábolas del Reino, sus estilos de vida y sus prioridades, sin dejar de lado todas las enseñanzas del Antiguo Testamento, incluyendo los tiempos de descanso de la tierra, los jubileos y toda la legislación en torno a la posesión de la tierra.
Habría aún otro aspecto imprescindible en un desarrollo humano sostenible. Es el de la búsqueda de la justicia, la justicia social, la justicia redistributiva y todos los aspectos éticos que afectan al hecho de buscar un desarrollo sostenible. Las riquezas del planeta tierra, pertenecen por igual a todos sus habitantes. Mientras esto no se cumpla, estarán fallando los aspectos más humanos y antropológicos. Seguiremos en un desarrollo economicista burdo que llena los graneros de los ricos insensatos. Para que haya justicia, tiene que haber una redistribución equitativa de los bienes del planeta y hay que poner en marcha la solidaridad. Porque sin justicia y solidaridad no puede haber paz en el mundo y, sin paz, no puede haber respeto hacia nada ni hacia nadie. Todo será odio y violencia. El respeto al hombre y a su dignidad, debe caminar paralelo al respeto a la tierra, a no violentarla ni depredarla.
Así, pues, todo es una cuestión de responsabilidad humana, de nuevos valores, de diferentes estilos de vida y prioridades, de implicaciones éticas y de nuevos compromisos: con la tierra y con el hombre. ¿Qué tienen que decir los cristianos sobre esto?
Quizás, si nosotros callamos, serán las piedras las que tendrán que gritar para vergüenza de tantos cristianos no comprometidos.
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