Pero habría muchos otros casos en los que no puedo creer en la justicia de los hombres. No puedo creer en la justicia humana, cuando veo a tantos pueblos del mundo crucificados, quizás no en una cruz de madera como Jesús, pero crucificados por el egoísmo humano, los desequilibrios económicos, las acumulaciones desmedidas de bienes en manos de ladrones. ¡No! No siempre es fácil creer en la justicia de los hombres.
Tampoco puedo creer en la justicia de los hombres, cuando en recientes acontecimientos sociopolíticos, muchos gritan o escriben: “justicia, justicia, justicia”. Y por los contextos, no siempre puedo creer en muchos de esos gritos cuando parecen que son mordiscos y, en este contexto de Semana Santa, me parece que están diciendo: ¡Crucifícales, crucifícales, crucifícales! ¡No! No puedo creer en estas peticiones de justicia. Peticiones de justicia que se pueden mezclar con la venganza, con el odio reprimido y con la incapacidad de perdonar.
La justicia humana, depende de cómo se pida, puede ser inmisericorde e inhumana. Yo quiero creer, más en línea con el Maestro Jesús, en una justicia que también contempla, de alguna manera, la misericordia, la capacidad de perdonar y el amor. Mi sensibilidad cristiana me lleva ineludiblemente a ello. Y gracias a Dios que en el mundo también se dan estas justicias en las que creo.
La justicia aplicada sobre Jesús en la cruz, fue inmisericorde, de dientes rechinantes, de puños levantados, de espadas que abren costados y que, en vez de agua fresca para suavizar la angustia, la sed y el dolor, da una mezcla de vinagre con hiel. Yo no puedo creer en esa justicia humana. Yo creo en la justicia que es capaz de aplicar ciertos niveles de misericordia, de perdón y que se encamina hacia la paz, hacia la reinserción, la rehabilitación y la reestructuración de la persona. Esta justicia en la que creo, siguiendo al Maestro, no fue la justicia que se aplicó en el caso de la cruz de Jesús. Así, quizás los que gritaban: ¡Crucifícale, crucifícale, crucifícale!, se podía asemejar a muchos gritos que se han dado en el mundo en muchos contextos, incluidos nuestros contextos actuales españoles: ¡Justicia, justicia, justicia! Yo creo más en el amor que en la justicia. O mejor dicho: Creo en una justicia que está impregnada de misericordia y de amor a los proscritos, a los despreciados, a los malos, a los pecadores.
Creo en la justicia que hacen los que se han sentido perdonados. No creo en la justicia de la Parábola bíblica de los dos deudores, en la que un perdonado de deudas enormes, se encuentra con alguien que le debe una miseria y, en base a su concepto de justicia, le agarra del cuello queriéndole ahogar si no le paga. Era la práctica de una justicia ingrata. Una justicia que no debe practicar ningún cristiano. Por una razón: Todo cristiano se siente como un perdonado por una gran deuda. Una deuda de pena de muerte, de muerte eterna. Por eso ningún cristiano puede agarrarse a la justicia humana para gritar con violencia inmisericorde: ¡Justicia!, no sea que su grito pueda asimilarse al de ¡Crucifícale!
A los que pedían justicia contra la mujer adúltera para que fuera apedreada, Jesús hace volver el dedo de los acusadores sobre ellos mismos, les hace apuntar hacia su pecho con su propio dedo para decirles: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Así, Jesús desterró aquella justicia humana basada en leyes y costumbres contrarias al amor y a la misericordia. Aquellos que, con la piedra en la mano buscaban que Jesús sentenciase a muerte a aquella mujer, estaban de alguna manera gritando en expresión de Semana Santa: ¡Crucifícale!, pero quizás hubieran estado dispuestos a decir: ¡Justicia! Tristes ideas de justicia humana aunque estén sustentadas en miles de códigos perfectos desde el punto de vista jurídico, penal o legal, pero que son inmisericordes y no pueden amar ni perdonar. Son las justicias humanas.
Yo creeré en la justicia humana cuando no haya ricos y empobrecidos por el sistema que ellos han creado aunque lo consideren justo. Cuando las justicias que proclaman muchas leyes de extranjería, no sean discriminatorias y reductoras de los derechos civiles y humanos. Cuando las cárceles no estén llenas de pobres y marginados. Cuando, en todos los casos, la justicia tienda a ser rehabilitadora e integradora o se muestre incapaz de apoyar un proceso de paz en cualquier momento o circunstancia histórica.
Por tanto, muchas veces, cuando los integrados están lanzando su justicia contra los pobres inmisericordemente, están gritando: ¡Crucifícales! Creeré en la justicia humana cuando haya muchos que, cambiados por el poder de Dios, se consideren deudores perdonados que, a su vez tienen que perdonar. Fuera de estos contextos, cuando oiga a muchos que gritan: ¡Justicia, justicia!, en su lugar puede que siga oyendo los gritos de la pasión de Jesús: ¡Crucifícale, crucifícale!
Sin embargo tengo una petición a mi Dios y Maestro desde cuyas enseñanzas intento escribir estas líneas: ¡Señor, cambia el mundo y cambia a las personas! ¡Señor, derrumba la justicia humana inmisericorde e implanta algo de tu justicia! ¡Señor, destruye las estructuras injustas de poder, aunque estén fundamentadas en mil códigos avalados por mil jefes de gobierno, para que resplandezca en el mundo tu justicia y tu paz! ¡Señor, que la justicia y la paz se besen como dice tu palabra! Que poco a poco mi propia idea de justicia humana vaya cambiando por el hecho de que tú reinas en el mundo y la justicia se baña de amor misericorde.
Que el mundo cambie hasta el punto en que no vuelva a entender nunca más cuando alguien grita: ¡Justicia!, el grito de tu pasión: ¡Crucifícale! Que así sea, Señor. Así lo espero.
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