Los creyentes ejemplares de siglos pasados eran auténticos campeones en el arte de meditar en la Palabra de Dios y sus grandes verdades.
Meditar la Palabra de Dios es un ejercicio que tenemos que aprender de nuevo en nuestro tiempo lleno de prisas y agobios. La semana pasada escribí de forma general sobre el tema. Hoy quiero ser un poco más concreto. Lo que voy a poner no es muy original. Lo confieso. De hecho lo aprendí de la teología puritana que tanto énfasis puso sobre la buena teología bíblica por un lado y la importancia de la experiencia cristiana en todas las facetas de nuestra vida.
Es precisamente el afán de nadar en las corrientes de las últimas modas y tendencias que nos está sentenciando a una vida cada vez más agobiada. Y las prisas son el enemigo de la meditación cristiana.
Esos creyentes ejemplares de siglos pasados eran auténticos campeones en el arte de meditar en la Palabra de Dios y las grandes verdades que en ella se expresan.
Los puritanos conocieron siete temas que eran centrales en sus meditaciones. El primer tema era, como no puede ser de otra manera:
1. La majestad de Dios. Se trata de pensar en la infinita majestad de Dios y a la vez en su misericordia que tiene hacia el pecador. En este tema se incluyen reflexiones sobre los atributos divinos y sus obras de gracia hacia nosotros. Conocemos a Dios a través de sus atributos revelados en la Biblia, pero no en plan de estudio simplemente. Se trata de pensar en las consecuencias de estas verdades en nuestras vidas. Por ejemplo: la omnipresencia de Dios -que Él está en todos los sitios- es una doctrina reconocida por todo el mundo que toma en serio la Biblia. Pero ¿qué exactamente significa esto para nosotros en el día a día?
2. La seriedad del pecado. Para los puritanos el conocimiento del pecado y el conocimiento de Dios estaban estrechamente relacionados. El hombre nunca llega a conocerse a si mismo hasta que no llegue a un conocimiento correcto de quién es Dios. El “conócete a ti mismo”, escrito en el portal del templo dedicado a Apolo en Delfos para el cristiano no es posible sin un conocimiento previo de quién es Dios. Y si miramos a Dios nos damos cuenta de nuestra propia insuficiencia en todos los sentidos. Somos pecadores miserables, siempre dispuestos a blanquear y embellecer las manchas negras de nuestra vida. Es la cruda verdad. La grandeza del ser de Dios nos hace parecer pequeños. Y de hecho, lo somos. Cada uno de nosotros es un abismo de maldad.
3. La belleza de Cristo. Este tercer punto solamente se entiende ante el trasfondo de la majestad de Dios y de la seriedad del pecado. A menos que una persona se dé cuenta de su completa insuficiencia y necesidad de Cristo, no llega el punto de entender la belleza del amor de Cristo como puente entre el Dios tres veces santo y el hombre pecador. Uno de los puritanos nos recomienda bañar nuestra alma en la meditación frecuente del amor de Cristo1. Y este baño es puro bálsamo para nuestras heridas.
4. La seguridad de la muerte. Según los puritanos, la meditación sobre nuestra propia muerte nos ayuda a aspirar a una vida que agrada a Dios. Esta simple reflexión está en consonancia con el salmo 90:12: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría”. Todos los placeres de esta vida encontrarán su final en el momento de nuestra muerte. No cabe duda de que este tema es uno de los grandes temas abandonados de la Iglesia del Señor al inicio del siglo XXI. De la muerte no se habla mucho y a veces hasta los creyentes cerramos los ojos ante su realidad. Pero la muerte no es otra cosa que la puerta fea que da acceso a un mundo de gloria.
5. El juicio de Dios. Y este era un tema igual que los demás, muy importante para los puritanos. Para ellos la indiferencia de los hombres -y también de muchos que se llaman cristianos- ante el juicio tiene que ver o bien con el hecho de que no creen en este juicio o que más bien no lo tienen en cuenta. Cierto, el creyente descansa en los méritos de Cristo para la vida eterna. Somos de Cristo y pasamos de la muerte a la vida. Pero esto no quita que nuestras obras se evaluarán delante de Dios. No da igual como vivimos siendo creyentes. Y no todo vale en la vida cristiana. De esto ya escribí en un artículo anterior.
6. El infierno. Es, por cierto, otro de los grandes temas silenciados hoy en día en las predicaciones evangélicas. Los puritanos dedicaron a este tema mucho espacio y también mucho tiempo en sus meditaciones privadas. Por supuesto, los horrores del infierno ya no son algo con lo cual el creyente tiene que contar personalmente. Sin embargo le sirve para entender de que ha sido salvado y que peligro corría. Y la idea era avisar de los horrores de la segunda muerte en sus mensajes formales e informales. Es precisamente la ausencia de un concepto claro de lo que significa el infierno y la perdición eterna lo que quita de los mensajes, campañas y predicaciones la urgencia que les corresponde y los rebaja a simples festivales de amor, fraternidad y entendimiento - o sea: de puro marketing evangélico.
7. El esplendor del cielo. Y como ya hemos tratado ese tema la última vez, no voy a profundizarlo en este contexto aunque no me cansaré de enfatizar: es la joya de la corona. Pensar en las glorias venideras, del tiempo cuando hayamos dejado atrás este mundo de sombras y tinieblas levanta nuestro espíritu continuamente.
Entonces, ¿qué es lo que debería ser el resultado de la meditación cristiana? Según los puritanos al contemplar y ponderar estos temas, el alma siente la importancia de esos temas. Un entendimiento sentido de la majestad y gloria de Dios produce a su vez amor y temor. Lo mismo ocurre con un entendimiento sentido del pecado. Esto produce en el cristiano rechazo y tristeza hacia el pecado.
[destacate]La meditación cristiana era de una importancia absolutamente esencial para la práctica de la fe de los puritanos.[/destacate]Si nos acercamos experimentalmente a la belleza de Cristo eso produce en nosotros gozo y deseo de estar con él. Y las últimas cuatro cosas de las siete que son objeto de la meditación puritana, sirven para aumentar en el creyente lo que ellos llaman el “sentido del cielo” o si queremos el “peso de la eternidad”. Una persona que piensa y medita frecuentemente en estas cosas se aleja te las atracciones que este mundo puede ofrecer y le ayuda a fijarse en lo esencial, lo cual quiere decir, en los celestial y esto convierte a una persona en un creyente que cree con más ardor y actúa con más valentía, precisamente cosas que hoy por lo largo y por lo ancho son cualidades que se echan en falta en el mundo evangélico.
Mi sugerencia es tomarse un tiempo cada día para meditar en uno de esos puntos. Tal vez en esta secuencia, empezando el lunes. Así llegaremos finalmente al cielo el domingo.
Para los puritanos la meditación cristiana era de una importancia absolutamente esencial para la práctica de su fe. Richard Baxter lo formula de esa manera:
El espíritu hace uso de nuestro entendimiento para agudizar nuestra voluntad y nuestros deseos.2
Esto implica que la meditación es una de las herramientas principales a través de la cual el espíritu santo santifica al cristiano. Por esta razón incluso los mismos puritanos en su momento lamentaron el descuido de la meditación en sus iglesias y entre los creyentes de su época.
Y si esto fue así en aquellos tiempos, ¿qué dirían de nosotros?
Notas
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