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El “fenómeno Cartago”

O la Iglesia empieza a vivir de una forma más gloriosa que nunca, o Dios mismo se encargará de quitar de en medio un cristianismo adaptado a las modas y hueco de contenido.

TEOLOGíA AUTOR 875/Jose_Hutter 22 DE ENERO DE 2020 12:46 h
Ruinas de Cartago. / [link]jaycjayc2003[/link], Pixabay

Llegaremos ahora a una conclusión. Lo que voy a escribir es provocador, como algunas otras cosas que escribo. Pero son pensamientos que llevo en mi corazón desde hace más de 35 años. Y en más que tres décadas mis ideas en este sentido se han visto reforzadas.



Me he hecho una y otra vez la pregunta: ¿cómo se presentará este continente en 50 años, esta Europa que en su inmensa mayoría ha dejado atrás la fe cristiana para volverse del Dios vivo a los ídolos? Y pido a mis lectores -por lo menos a algunos- de no responder con rápidez con el típico “para entonces el Señor ya estará de vuelta.”



¿Y si no está de vuelta? ¿Si tarda aún más tiempo? ¿Si solamente prescinde de nuestra arrogancia y soberbia europea y norteamericana? Parece que no nos entra en la cabeza que el Señor no solamente edifica su iglesia, sino que Él mismo también se encarga de quitarla de en medio en la medida que le traiciona y abandona. O ¿cómo vamos a entender las palabras a las iglesias de Éfeso y Pérgamo en Apocalipsis 2:5 y 16?



[destacate]Pidamos a Dios que nos conceda de nuevo, una vez más, la gracia de ver a esta Europa cambiada.[/destacate]Este escenario -sin ninguna intención de basarme en esta conclusión sobre una exégesis histórica y lingüística- me recuerda aquel que el Señor le enseñó al profeta Ezequiel cuando le mostró en una visión el valle de los huesos secos. El cristianismo en Europa efectivamente tiene toda la pinta de huesos secos. Y la pregunta surge: “Hijo de hombre ¿vivirán estos huesos? Y dije: Señor Jehová, tú lo sabes” (Ezequiel 37:3).



Entiendo perfectamente que este pasaje obviamente no habla del cristianismo petrificado y seco de Europa sino del renacimiento del pueblo de Dios en otro contexto. Pero aun así quiero sacar esta sencilla conclusión: Dios es un Dios de lo imposible y personalmente no veo ninguna razón para que Él no fuera capaz de reavivar algo que hoy por hoy podemos darlo casi por muerto, por lo menos en cuanto al impacto sociológico que tiene la fe cristiana en el viejo continente.



Estaríamos equivocados si pensáramos que es la primera vez que la teología -y por ende el cristianismo- pasa en Europa por una grave crisis. Basta con una mirada a cualquier libro histórico que trata los tiempos de la Reforma. En el siglo XV, la mayor parte de Europa fue dominada por una iglesia católica romana corrupta hasta la médula. Los papas del Renacimiento, los Borgia y otros clanes mafiosos habían convertido al papado en una farsa y a la “santa” ciudad de Roma en un burdel. El conocimiento bíblico en Europa brillaba por su ausencia. La gente no tenía ni la más mínima idea de las doctrinas bíblicas, ni del evangelio.



Y sin embargo, en contra de todas las probabilidades, Dios usó a un monje completamente desconocido en Roma para reformar esta iglesia muerta, por lo menos en parte. Falta el espacio ahora para entrar en los pormenores de este tema, pero literalmente se levantó un monje avivado por su lectura de las Sagradas Escrituras en contra de todo un Imperio. Y ganó el monje. Posiblemente no fue tanto el emblemático acto de la publicación de las 95 tesis lo que fue el punto detonante de la Reforma, sino la traducción de Martin Lutero del Nuevo y del Antiguo Testamento al alemán lo que ganó una buena parte de Europa en cuestión de pocos años de nuevo para el evangelio.



Podríamos también hablar del Reino Unido en los tiempos de Juan Wesley. El país se caracterizaba precisamente por una Iglesia petrificada y con ninguna apertura para la fe vibrante de los hermanos Wesley y de su compañero en el ministerio, Whitfield. Y sin embargo, Dios cambió la situación en el Reino Unido bajo la predicación de estos hombres de Dios de tal manera que a diferencia de Francia, su vecina en el otro lado del canal de la Mancha, no sufrió ninguna revolución atea al estilo francés.



Podríamos dar muchos más ejemplos como los avivamientos pietistas en Alemania, los grandes avivamientos en Gales, etc.



Tiene que ser la oración y el ferviente deseo de cada creyente de pedir a Dios que nos conceda de nuevo, una vez más, la gracia de ver a esta Europa cambiada.



Los desafíos son de tal magnitud que solamente -en mi humilde opinión- caben dos posibilidades a lo largo de los próximos 50 o 100 años: o bien la fe cristiana en Europa remonta el vuelo de una forma tan espectacular como ha ocurrido en el pasado, o el cristianismo en Europa está condenado a morir. Y con el cristianismo morirá el continente. Saludan las ruinas de Cartago, cristiana en su momento, o los restos de Bizancio. 



Porque si alguien piensa que esto es imposible, de nuevo una mirada a los libros de texto nos puede sacar de dudas: el norte de África fue una de las zonas más vibrantes de la fe cristiana en los primeros siglos después de la resurrección de Cristo. Algunos de los teólogos más importantes vinieron de esta zona, como los bereberes Agustín y Tertuliano. Pero sin embargo, el cristianismo se debilitó de tal manera que debilitó también al imperio que había mantenido con vida. Finalmente llegó el islam y borro del mapa el cristianismo en el norte de África hasta el día de hoy.



Lo mismo podríamos decir del hundimiento de una de las culturas más importantes de rasgos decididamente cristianos: el imperio de Bizancio con su capital Constantinopla. Durante casi 1000 años era el centro de un gran Reino donde la fe cristiana no solamente marcaba la vida pública sino que también fue capaz de hacer grandes hazañas misioneras como la conquista pacífica de Europa del Este para la fe cristiana.



Sin embrago, por el creciente formalismo de la fe, se debilitaba también el estado que la protegía y finalmente el islam acabó con el imperio y con su capital Constantinopla, que hoy se llama Estambul. Símbolo de aquello es el cambio del monumento más impresionante de aquellos tiempos, la Iglesia de la Santa Sabiduría, la Hagia Sofía, en una mezquita. La historia no se repite, pero rima a veces.



[destacate]El secularismo y su ideología atea no podrán hacer sombra al Islam en Europa.[/destacate]Es posible que el islam se convierta de nuevo en el látigo de Dios para desheredar una cristiandad desobediente y sin fuerzas. De momento todo indica que la religión del futuro en el viejo continente será la religión de Mahoma, a menos que la Iglesia experimente uno de los mayores avivamientos de toda la historia. Porque los discípulos del secularismo y su ideología atea no le podrán hacer sombra.



O la Iglesia vivirá de una forma más gloriosa que nunca, o Dios mismo se encargará de quitar de en medio un cristianismo adaptado a las modas y hueco de contenido.



Voy a seguir en 15 días con el tema, porque me espera un viaje a Cuba, país donde por cierto la Iglesia está más viva que nunca. Me voy a dejar de inspirar por mis hermanos cubanos que siempre me han enseñado lo que es resistir a los vientos e imposiciones del tiempo y vivir un cristianismo auténtico, real y sacrificial. En este sentido me preocupo más por Europa que por Cuba.


 

 


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COMENTARIOS

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EZEQUIEL JOB EZEQUIEL
25/01/2020
13:39 h
2
 
La culpa la tienen los que enseñan doctrinas extrañas en las iglesias, no enseñan al pueblo a vivir como manda el evangelio: "Tit 2:11-12 Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente,".Enseñan ritualismos de cuatro paredes, y no a vivir en integridad, honestidad, piedad, por Ej:"Flp 4:5 Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. .."
 

Ignatius (de Loyola) Juan
24/01/2020
19:22 h
1
 
Yo tengo una opinión más “secular” del asunto. Lutero triunfó porque le apoyaron los Príncipes alemanes. Y ya lo de Inglaterra es un tanto cómico: un rey rijoso malamente es un instrumento de nada. El cristianismo está en declive por múltiples causas: no ha sabido adaptarse a la modernidad y la ciencia contradice más de uno de sus principios. El catolicismo es una sombra de lo que fue y el protestantismo sólo está unido en su odio a Roma. Nadie conoce el futuro pero no creo que sea del Islam.
 



 
 
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