Dios también es el Señor de los que pierden; él es también nuestro consuelo cuando todo parece ir mal.
Escribí en varias ocasiones que uno de los peores enemigos de los deportistas son las lesiones. Cuando conocemos historias como las de Michelle Akers, campeona del mundo de fútbol (1991) y medalla de oro en los JJ.OO. de 1996 con la selección de EE.UU., deberíamos decir que la cuestión más bien es «cómo reaccionamos a las lesiones». Michelle ha sufrido 13 operaciones de rodilla y, como es obvio, en varias ocasiones pensó que su vida de jugadora profesional se terminaba. «He pasado muchísimas horas en muletas, con hielo, fortaleciendo la rodilla para volver a competir, pero he seguido confiando en Dios y él me mantuvo en pie». Ese era el secreto de la considerada mejor jugadora de la CONCACAF de toda la historia del fútbol
¿De qué estamos hablando cuando decimos que tenemos fe y confianza en Dios? ¿Es la fe una sensación, una emoción, una decisión...? Durante miles de años (literalmente) muchos han discutido sobre la fe, y han intentado llegar al fondo del corazón de las personas que dicen que su fe en Dios transformó sus vidas. Todavía siguen discutiendo. En demasiadas ocasiones, cuando queremos llegar a lo más profundo, lo sencillo se nos escapa de las manos.
No voy a hablar de definiciones, sencillamente te diré que fe y confianza en Dios se demuestra siguiendo adelante a pesar de todo. De lo que se trata es de mantenerse en pie en los momentos difíciles sabiendo que incluso cuando no tenemos fuerzas, Dios es capaz de luchar por nosotros. Fe significa amar a Dios cuando no entendemos lo que está pasando, y descansar en él por muy difícil que pueda parecernos la situación a la que nos estamos enfrentando. Fe es saber que hay una salida y que Dios va a ayudarnos a encontrarla.
Siempre me impresionaron los jugadores creyentes que después de una victoria levantan su camiseta y tienen otra por debajo con un mensaje de amor a Dios, o una frase que revela su dependencia del Señor Jesús. Los admiro y animo a todos a seguir haciéndolo en la medida de lo posible, y a honrar a Dios en todas las victorias. Pero también me encantaría ver, de vez en cuando, que alguno lleva el mismo mensaje cuando su equipo ha perdido. Dios también es el Señor de los que pierden; él es también nuestro consuelo cuando todo parece ir mal. Amamos a Dios de la misma manera cuando ganamos o cuando perdemos. Cuando somos la estrella del equipo, o cuando estamos en el banquillo o en la grada lesionados.
Porque cuando estamos lesionados, Dios sigue con nosotros. Sigue amándonos.
Es más, te diría que en ese momento su presencia es mucho más vívida, porque sabe que lo necesitamos. La Palabra de Dios nos enseña que él está siempre cerca de los que sufren, no porque quiera que suframos, sino todo lo contrario. ¡Él saboreó la derrota para salir Vencedor! Está con nosotros para que nunca nos sintamos solos. Para que no vivamos desanimados y siempre sigamos adelante confiando en él; aunque nos dé la impresión de que estamos viviendo en el desierto.
Porque ya sea que ganemos o perdamos, Dios nos ha hecho vencer en la copa más importante, ¡la copa de la vida! «Alzaré la copa de la salvación, e invocaré el nombre del Señor» (Salmo 116:13).
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