Un pueblo es reprobable, sea el que sea, cuando el pecado prevalece en su vida pública, en sus leyes, en sus costumbres, en su manera de pensar, en sus relaciones con otros pueblos.
Las frases lapidarias que suelen estar colocadas en sitios bien visibles en las sedes de importantes instituciones y organismos, recogen una verdad palmaria que hay que retener por encima de todo, pues su olvido o abandono puede acarrear consecuencias desastrosas. Por eso están puestas en lugares destacados y esculpidas de modo que perduren en el tiempo, para que todos puedan leerlas y su mensaje no se borre. Esas frases proceden de algún personaje, que fue de gran significación para un país y del cual se enorgullece por la grandeza de su pensamiento y acción y la profunda huella que ha dejado. Se supone que la autoridad que respalda a dichas frases es lo suficientemente poderosa para apelar a la conciencia individual y colectiva, al estar amparada por toda una personalidad de categoría superior.
En muchos casos tienen que ver con los principios irrenunciables a los que un colectivo humano tiene que prestar atención, especialmente en el ámbito de las relaciones sociales, del sistema de convivencia y gobierno, de las metas comunes a seguir y de los medios para obtenerlas; en definitiva de todo lo que hace grande a una nación.
Pues bien, hay una frase lapidaria de Dios, lapidaria en el doble sentido del término de ser categórica y también de ser concisa, pues solamente consta de seis palabras en hebreo, que realmente merecería estar puesta en las salas de los tribunales, en los parlamentos de diputados, en las sedes de gobierno, en las corporaciones de ayuntamientos, en las juntas de distrito, en las Bolsas comerciales y en todos los lugares públicos donde se dirimen las cuestiones que tendrán repercusión notoria. Esa frase, ese tweet de Dios, es el que dice: ‘La justicia engrandece a la nación; mas el pecado es afrenta para los pueblos.’ (Proverbios 14:34).
Es una frase que debería estar también presente en las redacciones de los periódicos y de las televisiones, en los centros empresariales, en las aulas universitarias y en las sedes de los partidos políticos. En definitiva, la frase merece un sitio de honor en cualquier lugar de decisión, de deliberación, de transacción, de tratamiento, de formación, de iniciativa y de influencia.
Es importante constatar que este tweet, escrito hace tres mil años, no establece la grandeza de una nación en los parámetros que se está acostumbrado a pensar. Hace tres mil años Israel fue una gran nación, bajo David primero y Salomón después, como nunca lo fue antes ni lo volvería a ser después. Por extensión de territorio, por potencia militar, por riqueza económica, por influencia y fama sobre naciones distantes, por proyectos de construcción, por victorias en el campo de batalla, por prosperidad y estabilidad, por alianzas y acuerdos. Cualquiera diría que en todos esos factores, radicaba la grandeza de esa nación. Una nación admirada por sus amigos y temida por sus enemigos. Una nación cuyo peso se hacía sentir en todo su entorno y aún más allá.
Pero el tweet en cuestión, escrito en aquel preciso tiempo, no se fija en ninguno de tales elementos para encontrar la clave que hace grande a una nación. En primer lugar, hay que fijarse que la frase está puesta en forma indeterminada, que no es lo mismo que confusa. Habla no de tal o cual nación por nombre, sino que expone un principio universal, independientemente de cómo se llame la nación, y ese principio universal es la justicia, la cual es la piedra angular que hace posible la grandeza. La palabra para grande aquí no tiene un sentido cuantitativo sino cualitativo, es decir, se trata de una grandeza que es sinónimo de exaltación, elevación y enaltecimiento. Es destacable que la noción de grandeza no gira en torno a lo material sino a lo espiritual y moral, que es la justicia. Eso es lo que hace grande, en el verdadero sentido de la palabra, a una nación. Sea la que sea.
Pero el tweet tiene también una segunda parte, en la que enseña qué es lo que verdaderamente rebaja a un pueblo, qué es lo que constituye su vergüenza. Y ese ingrediente no es otro que el pecado. De nuevo estamos aquí ante una entidad de carácter espiritual y moral, opuesta a la justicia, que degrada al pueblo que la sustenta y alberga. Un pueblo no es miserable porque su PIB sea exiguo, porque su población sea escasa, porque su territorio sea menor o porque sus fuerzas armadas no tengan rango suficiente para amedrentar a sus adversarios. Un pueblo es reprobable, sea el que sea, cuando el pecado prevalece en su vida pública, en sus leyes, en sus costumbres, en su manera de pensar, en sus relaciones con otros pueblos. Hay muchos términos que la Biblia tiene para describir lo que es malo, pero el término que emplea este tweet es pecado, el cual es un vocablo que inequívocamente tiene resonancias no sólo morales sino también teológicas, es decir, tocantes a Dios.
Ciertamente este tweet de Dios merece estar colocado, con grandes e indelebles letras, ya no sólo en los lugares públicos importantes, sino en la tabla del corazón de cada uno de nosotros. Porque muestra en qué radica la grandeza y en qué se basa la bajeza.
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