La comparación con otros es una de esas maneras de racionalizar, al exagerar las faltas ajenas y minimizar las propias.
Una manera definitivamente falsa de emitir un juicio es el que alguien hace sobre sí mismo, porque es evidente que la parcialidad y los puntos ciegos que tenemos sobre nosotros mismos son tan abundantes que nos impiden ser objetivos y equilibrados. Precisamente en eso consiste el gran impedimento que tienen todos aquellos que se aferran a su propio criterio, cuando se trata de sopesar su verdadero estado moral, ya que dicho criterio les lleva a concluir que salen aprobados. Como el corazón humano es engañoso, más que todas las cosas, el veredicto siempre será el de la absolución propia.
Las maneras en las que se racionaliza esa auto-indulgencia son casi infinitas, pero el común denominador de todas ellas es la ceguera para ver lo que hay en el interior, una ceguera a la que, presuntuosamente, se le llama visión. La comparación con otros es una de esas maneras de racionalizar, al exagerar las faltas ajenas y minimizar las propias, lo que desemboca en que el juicio hacia uno mismo siempre es favorable, saliendo condenados aquellos con quienes se efectuó la comparación.
Sin embargo, es precisamente esa auto-alabanza complaciente la señal evidente de que algo anda mal, de que por mucho que se quiera razonar y argumentar, el hecho de hacer alarde de justicia propia ya es indicio claro de que no hay tal justicia propia.
Hay un tweet de Dios que constata este estado de cosas y es el que afirma: ‘Muchos hombres proclaman cada uno su propia bondad, pero hombre de verdad, ¿quién lo hallará?’ (Proverbios 20:6).
Lo primero de todo es percibir que la propensión a auto-ensalzarse no es minoritaria sino mayoritaria, porque dice que hay muchos que lo hacen. Las cosas no han cambiado en estos tres mil años que han pasado, desde que ese tweet fue escrito. No hace falta más que asomarse al exterior a través de los medios de comunicación, para comprobar que los discursos de tantos, en los distintos foros, son prueba evidente de ello. Cualquier personaje público que se estime se predica a sí mismo, es decir, se auto-promociona y se presenta como referencia y centro de atención para los demás, declarando implícitamente que su valía y competencia personal es aval suficiente para ser creído y seguido. Si se hiciera caso simplemente de lo que cada uno afirma de sí mismo, se llegaría a la conclusión de que la excelencia abunda por doquier y de que lo valioso está universalmente extendido.
Pero el tweet de Dios contradice tal idea, al expresar la dificultad que hay para encontrar a alguien que verdaderamente sea hombre de verdad. En realidad, la pregunta está puesta en unos términos que prácticamente hacen no difícil sino imposible hallar a tal persona. No es pesimismo sino realismo lo que este tweet declara, porque una cosa son las palabras y otra la realidad. Las palabras son fáciles de pronunciar y de manejar, por eso hay tantos que se mueven como pez en el agua en ellas, pero la realidad es de otra magnitud.
Es decir, este tweet de Dios muestra un escepticismo absoluto hacia la idea humanista de la bondad y veracidad intrínseca del hombre; incluso más que escepticismo, la palabra que mejor definiría la actitud sería la de negación, porque no existe tal hombre (ni tal mujer). Frente al escepticismo del pensamiento humano que está en boga y que afirma su desconfianza o duda respecto a Dios, este tweet de Dios publica su desconfianza o duda respecto al hombre. Y frente al ateísmo que abiertamente niega a Dios, este tweet de Dios abiertamente niega la bondad moral del hombre. Porque la contestación a la pregunta del tweet: ¿quién lo hallará?, es nadie.
Por todo ello, lo primero que es preciso reconocer es la propia incapacidad para juzgarnos debidamente a nosotros mismos, pues nadie puede ser juez y parte. Y lo segundo es que necesitamos un juez imparcial que nos conozca en profundidad y dictamine de acuerdo a justicia, lo cual supone asumir lo que no querríamos ni escuchar. Para ambas cosas se precisa la humildad, que es lo contrario a ir por la vida haciendo alarde de uno mismo.
Pero hay un Hombre de verdad, al cual le replicaron que como daba testimonio de sí mismo su testimonio no era verdadero. Ese argumento es válido en todos los casos, menos en el suyo, por la razón que ese Hombre expuso a continuación: ‘Mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he venido y a dónde voy.’ (Juan 8:14). Es decir, él está diciendo que sabe quién es y por tanto lo que confiesa sobre sí mismo (su testimonio) es verdadero. No es una fantasía pretenciosa, como la de los que proclaman su propia bondad, porque no se conocen verdaderamente.
Lo maravilloso es que este Hombre ha venido a favor de los que, reconociendo que lo que hay en ellos es merecedor de condenación, acuden a él para encontrar al único que es digno de ser creído y seguido.
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