Suponiendo que hubiera un cambio de mentalidad de una economía para consumir a una economía para vivir, a todo lo más que se llegaría es a paliar los efectos nocivos que hemos desencadenado sobre nuestro entorno.
El acuciante problema que hemos creado con el clima nos obliga a realizar, como si de una enfermedad se tratara, un buen diagnóstico, para encontrar una buena solución. Un falso diagnóstico inevitablemente desembocará en una mala solución. Si el diagnóstico consiste en que el problema procede de la emisión de humos y de la abundancia de plásticos y la solución consiste en presionar en la calle para que los grandes mandatarios cambien sus políticas ecológicas y económicas, no se habrá ido a la raíz del asunto ni se alcanzará una solución duradera. Además, hace falta saber si cada uno de nosotros estamos dispuestos a renunciar a un sistema de vida que tiene por contraseña el crecimiento sostenido de la prosperidad material. La modestia, sobriedad y sencillez no parece que sean la divisa que los habitantes de las naciones ricas estén dispuestos a hacer suya. Es fácil salir con una pancarta a protestar, pero no es tan fácil efectuar recortes drásticos en la manera de vivir a la que nos hemos acostumbrado. La mejor protesta es la que comienza con uno mismo, al hacernos la pregunta: ¿Qué estoy yo dispuesto a dejar, para que mi esfuerzo sea un grano de arena que ayude a frenar el desastre que se acerca?
En realidad y suponiendo, lo cual es mucho suponer, que hubiera un cambio de mentalidad de una economía para consumir a una economía para vivir, a todo lo más que se llegaría es a paliar los efectos nocivos que hemos desencadenado sobre nuestro entorno, los cuales son mucho más profundos y de mayor alcance de lo que pensamos.
La Biblia explica claramente las raíces últimas del problema que nos envuelve, nos da directrices para que vivamos sabiamente con el mismo y nos muestra cuál será la solución verdadera. Y el contraste con las explicaciones, directrices y soluciones que ahora se proponen es total.
Cuando el apóstol Pablo escribió que ‘la creación fue sujetada a vanidad’ (Romanos 8:20) hace dos mil años, en un momento en el que nadie podía sospechar que un día el clima se rebelaría contra nosotros, estaba yendo al fondo de la cuestión, al declarar que no una parte, como el clima, está trastocada, sino que es toda la creación lo que está perturbado. Esa profunda perturbación se resume con la palabra ‘vanidad’, que enseña el estado de inconsistencia y decaimiento al que todas las cosas creadas han quedado sometidas. Ese estado de fragilidad tiene un origen, que es el pecado del hombre, del primer hombre. Una de las consecuencias del mismo fue la maldición que cayó sobre la tierra (Génesis 3:17); una maldición que tuvo una causa directa, tal como el texto indica: ‘Maldita será la tierra por tu causa.’ A partir de ahí, esa maldición, pronunciada por el Creador, no ha sido levantada, empeorando nosotros, descendientes del primer hombre, la situación, al ser réplicas morales de nuestro primer padre, por andar en los mismos caminos de transgresión que él.
Hay un abismo de diferencia entre esta enseñanza y la enseñanza secular, para explicar de dónde procede el desorden que padecemos en nuestro entorno.
La mentalidad, en cuanto a las cosas materiales, que la Biblia enseña está recogida en la petición que un tal Agur le hizo a Dios: ‘No me des pobreza ni riqueza; mantenme del pan necesario.’ (Proverbios 30:8). Esta moderación, que se sitúa entre dos extremos igualmente peligrosos, como son la pobreza y la riqueza, y que reconoce a Dios como el proveedor de nuestro sustento básico, es la misma actitud que Jesús enseñó, cuando aleccionó a los suyos a pedir a Dios el pan de cada día. Es también la misma actitud que el apóstol de los gentiles tuvo: ‘Teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto.’ (1 Timoteo 6:8). El contentamiento reside no en la satisfacción de nuestros deseos, que siempre querrán más, sino en la satisfacción de nuestras necesidades básicas.
Hay un abismo de diferencia entre esta enseñanza y la enseñanza secular, para afrontar el problema de recursos que tenemos a nuestra disposición.
Finalmente, el mismo apóstol Pablo proporciona la solución para el deplorable estado de cosas de nuestro entorno. Pero esa solución está más allá de nuestro alcance, pues es una solución que sólo puede proceder del Hacedor de todas las cosas. ‘La creación gime a una y a una está con dolores de parto hasta ahora’ (Romanos 8:22) indica el sufrimiento que desde la Caída, todas las criaturas, incluidas las inanimadas, están experimentando. Pero esa creación, que ahora está bajo ese férreo yugo de vanidad, ‘será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.’ (Romanos 8:21). Aunque nosotros somos nuestros propios destructores y también de nuestro entorno, Dios ha diseñado un plan de rescate, mediante Jesucristo, en el que no ha pasado por alto a su creación, lo cual muestra que verdaderamente tiene interés y poder hacia su obra, como es natural en todo autor que se precie. La creación ‘anhela ardientemente’ (Romanos 8:19) ese día. Los hijos de Dios también lo anhelamos.
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