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José Hutter
 

La esperanza de dos mil años

Existe un gran desconocimiento en círculos cristianos de la historia de los judíos a partir del primer siglo.

TEOLOGíA AUTOR José Hutter 02 DE OCTUBRE DE 2019 08:51 h
Ruinas romanas, del siglo II, en Jerusalán. / Haley Black, Pexels

En las últimas semanas indagamos un poco en la base bíblica de nuestra relación con el pueblo judío. Nos dimos cuenta: las raíces de la fe cristiana indudablemente son isrealitas y aunque de momento el pueblo judío todavía no ha encontrado su Mesías, lo encontrará. Y esto tiene una consecuencia muy importante: no solamente nos debe interesar su pasado hasta la llegada de Jesucristo y la destrucción del templo. También deberíamos acompañar con mucho interés la historia del pueblo judío más allá de estos acontecimientos, de la misma manera como la historia de la Iglesia forma una parte importante del estudio de la teología. Sin embargo, ésta parte histórica suele ser la gran ausente en nuestros seminarios teológicos. Porque como vimos en Romanos 11, la historia de los judíos aún no ha terminado y será para siempre vinculada a la historia de la Iglesia. 



Por lo tanto hoy vamos a empezar una serie de artículos que hablan precisamente sobre esta historia de los judíos, desconocida para muchos cristianos y retorcida por siglos de un antisemitismo muy enraizado en nuestro continente europeo. Y los hechos históricos tienen más que ver con nuestra teología que nos podemos imaginar.



La verdad es que existe un gran desconocimiento en círculos cristianos (y tal vez aún más fuera del ámbito cristiano) de la historia de los judíos a partir del primer siglo, es decir: desde el momento en el que el evangelio se predicaba y quedaba claro que la fe cristiana no era simplemente una secta judía.



Por lo tanto, veo la necesidad de relatar esta historia por lo menos de una forma escueta. Soy consciente que es atrevido reducir 2000 años de historia a un par de artículos. Pero para muchos será un primer paso para aproximarse a una realidad histórica desconocida. Eso espero por lo menos.



En el año 6 dC, la provincia de Judea fue puesto bajo administración directa de Roma. El rey Arquelao, mencionado en el evangelio de Mateo en el capítulo 2, era completamente incapaz de gobernar de una forma aceptable para los romanos y fue destituido. Por cierto, esto cumplió con la promesa milenaria de que el “Dueño” (Shilo)  no iba a venir hasta los tiempos cuando el cetro iba a ser quitado de Judá.



En esta fecha se formó casi simultáneamente un movimiento de resistencia contra Roma: los famosos zelotes. En los siete años, desde el 66 hasta el 73 esta resistencia desembocó en una guerra a plena escala de los judíos contra Roma. Después de victorias iniciales, las fuerzas romanas se organizaron y en el año 70 empezó el sitio de Jerusalén, que iba a durar 134 días. Tomando en serio la profecía de Jesucristo (Mateo 24, Marcos 13 y Lucas 21) los cristianos ya habían abandonado la ciudad anteriormente para refugiarse en Pella, en el otro lado del río Jordán. El día 9 de ab, según el calendario judío (30 de agosto, según el nuestro), las tropas del general Tito entraron en la ciudad y el recinto del templo. En cuestión de horas causaron una destrucción total de la ciudad y del templo.



Es curioso que aquella fecha del 9 de ab se ha convertido en una fecha emblemática y triste para el pueblo judío hasta el día de hoy: era la fecha de la destrucción de ambos templos, la fecha de la expulsión de los judíos de Inglaterra en el siglo XIII, la fecha del final del ultimátum de los reyes católicos para la expulsión de los judíos de España y la fecha del comienzo de la primera guerra mundial, que desembocara finalmente en la segunda y que acabó con un tercio de los judíos en el mundo.



Pero volvemos al año 70.



Según el historiador judío, Flavio Josefo, aproximadamente un millón de judíos perdieron la vida en este levantamiento y la destrucción de la ciudad de Jerusalén. Pero unos mil judíos consiguieron hacerse con el control de la fortaleza de Masada, en las montañas de la zona del Mar Muerto, construido por Herodes el Grande. Durante tres años y medio resistieron a las fuerzas romanas. Cuando los romanos finalmente entraron en la fortaleza encontraron a todos los defensores muertos. Habían preferido matarse mutuamente antes de caer en manos de los romanos.



Por cierto, durante muchos años, reclutas del ejército israelí juraron bandera en Masada, pronunciando solemnemente la frase: “Masada jamás caerá de nuevo”. El que ha estado allí y conoce la historia empieza a entender algo de la razón de estado de la Israel moderna.



Después de la caída de Jerusalén, el sanhedrino judío primeramente solía reunirse en la ciudad de Yavneh (o Jamnia) y después en Tiberiades, en Galilea. Con el segundo templo hecho cenizas, este gremio tenía que decidir cómo interpretar y practicar la fe judía, sin templo y sin servicios sacerdotales. La pregunta era: ¿cómo se puede vivir la fe judía sin estos elementos fundamentales? Más adelante, lo sacerdotes fueron sustituidos por los rabinos y a falta de templo, las sinagogas, que ya se empezaban a formar en los tiempos del exilio de Babilonia, empezaron a ser el centro de la comunidad judía.



Las cosas para los judíos iban a empeorar aún más. Después de una nueva revuelta judía liderada por Simón Bar Kochba (“Hijo de la Estrella”) de 132 a 135, los romanos llevaron a cabo una auténtica carnicería entre los judíos. Después de aplastar el levantamiento, Jerusalén fue borrado del mapa y reconstruida por el emperador Adriano bajo el nombre “Aelia Capitolina”. Nada debería ya recordar a su pasado. Ningún judío podía entrar en la ciudad. Dando un paso más en la desconexión entre los judíos y su tierra, Adriano llamó a todo el territorio (Judea, Samaria y Galilea) “Siria Palestina” para fastidiar así aún más a los judíos, usando el nombre de uno de sus enemigos más férreos de tiempos pasados: los filisteos. Por supuesto, nada tienen que ver los filisteos (pueblo de origen europeo) con los palestinos  - aunque se mantiene esta leyenda urbana hasta el día de hoy. 



 En el año 312, el emperador Constantino se convirtió a la fe cristiana. Pero esto no significaba el final de la persecución de los judíos. En el año 324 el ejército de Roma Oriental estableció el poder bizantino sobre Jerusalén y los territorios alrededor. Dos años más tarde, la madre de Constantino - Elena - visitó los lugares sagrados de Jerusalén y empezó a construir iglesias cristianas en los lugares más emblemáticos, entre ellos la basílica del Santo Sepulcro y la Iglesia de la Natividad en Belén - la iglesia cristiana más antigua del mundo.



En el año 614 el imperio bizantino perdió Jerusalén a los persas para recuperar su dominio después de tan solo 15 años de nuevo. Pero sería por poco tiempo. En el año 638 llegaron las fuerzas musulmanas bajo el califa Omar ben Hatav y todo el país - incluida Jerusalén - estaba a partir de este momento bajo el control de los discípulos de Mahoma. 



Después de tres años de construcción se terminó el domo de la roca en la explanada del templo para proteger la cúspide del Monte Moria. De esta manera se convirtió en el edificio musulmán más antiguo que existe. Y en contra de lo que dicen muchos, no se trata de una mezquita. De hecho, nunca fue una mezquita, sino originalmente un regalo de Omar para la comunidad judía para proteger este lugar sagrado.



Sin embargo, los musulmanes convirtieron la iglesia bizantina al sur de la explanada en la mezquita al-Aksa (“la más alejada”) porque en este lugar Mahoma supuestamente cabalgaba al cielo. Sin embargo, lo curioso es que Jerusalén no se menciona en el Corán ni una sola vez. 



Durante 400 años se iba a prolongar la ocupación árabe de la ciudad bajo el dominio de los califas que gobernaban desde Damasco, Bagdad y El Cairo. Las tensiones entre musulmanes y la población cristiana y judía iban en aumento y en el año 1009 el califa Hakim mandó la destrucción de iglesias y sinagogas.



Llegó el emblemático año 1096 cuando los soldados de la primera cruzada entraron en la ciudad. Sin ningún tipo de ánimo para defender las cruzadas hay que constatar que se trata de la respuesta precisamente al vandalismo islámico y su persecución durante décadas de los cristianos y sus lugares sagrados. El dominio de los cruzados iba a durar hasta el año 1291 cuando se reconquistó el último baluarte de los cruzados, la ciudad portuaria de Acre. Para los judíos - y por supuesto los musulmanes - este período era muy difícil porque las tropas “cristianas” mataron a muchísima gente de ambas religiones - incluso a muchos cristianos locales porque por su forma de vestir creyeron que eran o musulmanes o judíos. Judíos que se habían refugiado en sus sinagogas fueron encerrados por los cruzados. Y mientras encendían las sinagogas solían cantar el himno “Cristo, te adoramos.” Aquellos que sobrevivieron fueron vendidos como esclavos. Este tipo de comportamiento sigue formando parte de la memoria colectiva de los judíos - no solamente de los musulmanes.



Finalmente, en el 1187 Saladin, un musulmán de origen kurdo, reconquistó Jerusalén. Hasta el año 1516 la ciudad se quedó bajo el dominio de los mamelucos – guerreros islámicos de Asia central -  y se convirtió en un territorio olvidado de una provincia gobernada desde Damasco. Las ciudades de Israel simplemente eran ruinas y los pocos judíos que aún vivían allí eran pobres y estaban siempre al borde de la muerte.



¿Habría alguna esperanza para los judíos? Iba a durar otro milenio hasta ver la luz al final del tunel.



La semana que viene veremos como siguió la historia.


 

 


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