Es triste conocer a personas que se sienten cuidadores, responsables, maestros, líderes, pastores que, sin prepararse antes, creen estar cuidando bien a personas enjauladas.
Más por aburrimiento que por otra cosa, Braulio pensó que lo mejor que podía hacer era distraerse criando pájaros, a un conocido le iba bien con la afición y se propuso probar. Compró una pareja tropical, una jaula adecuada a su tamaño, un nido colgante y una bolsa de comida. La acomodó tan bien como le aconsejó el experto que le atendió en la tienda. Todo le salió barato.
La pareja se había vuelto su entretenimiento. Se levantaba por la mañana y lo primero que hacía era acercarse a la jaula para ver si estaban bien. Y lo estaban. Con los primeros rayos de sol el macho comenzaba a cantar y la hembra le bailaba al son con alegría.
Braulio se sentía feliz, como si se posicionase en el lugar de Dios, aunque en vez de cuidar a seres libres, lo hacía de seres vivos enjaulados. Procuraba que el habitáculo estuviese limpio, el agua clara y el casillero lleno de alimento. Se dio cuenta de que verdaderamente la crianza de los pájaros no le estaba ocasionando demasiado esfuerzo ni demasiados gastos, pues apenas comían y tenía el resto del día para entretenerse con otro tipo de actividades aún pendientes de descubrir.
Una mañana, al acercarse para echarles un vistazo y quitarles el manto que cubría la jaula cada noche para facilitarles intimidad y un sueño sin sobresaltos, vio que estaban muertos. No se lo podía creer. Los sacó de la jaula y los sostuvo en la palma de su mano. Hacía horas que había sucedido la tragedia pues sus cuerpecillos se encontraban fríos. Braulio no sabía qué les había podido pasar, pues no les había faltado el cuidado.
Se sentó junto a la ventana del salón sin parar de darle vueltas al pensamiento, lloriqueando, mirándolos. Ahora se hallaban sobre un paño blanco inmaculado. Convencido del todo de que se había preocupado por ellos, seguía sin entenderlo.
Al caer la tarde, le pareció oportuno depositarlos en una cajita pequeña de cartón y llevarlos a la parcela que había detrás de su bloque para enterrarlos. Nunca había podido comprender cómo la gente tiraba a la basura sus mascotas muertas. Hacer algo así era demasiado cruel para sus queridísimos animales.
Para no maltratarse con la culpa demasiado tiempo, al día siguiente se dispuso a limpiar la jaula antes de guardarla en el trastero. Fue entonces cuando se dio cuenta de que, aunque el casillero contenía comida, las semillas estaban huecas. Huecas porque si el primer día les había puesto suficiente alimento, los pájaros, al comer, dejaban la envoltura vacía dentro y, a simple, vista parecía que todo iba correctamente. Habían estado sin comer, por eso murieron. Ahí se había fraguado toda la confusión y su falta de experiencia.
Es triste conocer a personas que se sienten cuidadores, responsables, maestros, líderes, pastores que, sin prepararse antes, creen estar cuidando bien a personas enjauladas, privadas de libertad. Sin embargo, no tienen conocimiento de cómo deben hacerlo, de cuáles son sus necesidades. Se posicionan por encima de ellas, en el distanciamiento que les da el púlpito, convencidos de que a través de sus manos reciben a diario el alimento que necesitan; y si bien alguna que otra vez lo logran, al no tener el don necesario, ni el conocimiento, ni la continuidad precisa, sus fieles acaban muriendo espiritualmente.
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