La del evangelio es una luz increada y creadora, la cual puede ser llamada la Luz por excelencia.
La búsqueda de la ciencia para definir qué es la luz es una historia todavía inacabada, a pesar de que se han planteado en el tiempo diversas teorías. Durante muchos siglos se afirmó que la luz era un flujo de minúsculas partículas materiales. Bajo esa creencia el científico Robert Boyle (1627-1691) trató de ‘pesar la luz.’ Pero la teoría de la materialidad de la luz fue desplazada posteriormente por la enseñanza de que se trata de una radiación electromagnética y durante mucho tiempo ésta parecía ser la noción adecuada, si bien luego se descubrió que con tal noción no se explicaban ciertos fenómenos lumínicos. De ahí que fuera necesario elaborar una tercera suposición, basada en una síntesis de las dos teorías citadas, en el sentido de que la luz es onda y es partícula. Cuánto tiempo durará esta tercera teoría no lo sabemos; lo que sí sabemos es que el debate sigue abierto y que hay algo en la naturaleza de la luz que se nos escapa, algo misterioso que no hemos logrado captar exactamente.
El evangelio de Juan comienza en su prólogo inicial hablando de la luz, al igual que lo hace el Antiguo Testamento. Pero la diferencia entre una y otra luz es que la de Génesis es una luz creada, mientras que la del evangelio es una luz increada y creadora, la cual puede ser llamada la Luz por excelencia. Y es gracias a ese evangelio que podemos tener certezas, no teorías especulativas y cambiantes, sobre esa Luz.
La primera certeza es su existencia. La Luz, con mayúscula, existe. De la misma manera que existe la luz con minúscula, así existe la Luz que creó esa otra luz, siendo eterna y, por tanto, existente cuando no existía el tiempo, a diferencia de la otra luz, que aunque fue lo primero que fue creado, con todo no deja de ser una criatura con principio en el tiempo.
La segunda certeza es su singularidad, en el sentido de ser única. Aunque en el mundo físico hay multitud de luces y fuentes de luz, como son las naturales y las artificiales, existiendo, por tanto, una pluralidad innumerable de ellas, la Luz con mayúscula es una, no teniendo semejante ni igual.
La tercera certeza es su unidad entre ser y hacer. Lo que es, eso hace. Al ser Luz, va indisolublemente unido a su naturaleza alumbrar. Es imposible que sea Luz y no alumbre, porque en el hecho de ser Luz va aparejada la función de alumbrar. Mientras que en las criaturas es posible que se produzca una disyunción entre el ser y el hacer, siendo una cosa y haciendo otra, en esta Luz no cabe tal posibilidad, habiendo una perfecta unión entre lo que es y lo que hace. La Luz alumbra.
La cuarta certeza es la oposición frontal que esa Luz tiene con su contraria, las tinieblas. Las tinieblas son la negación de la Luz, o mejor dicho, el intento de negación de la Luz, porque en ese conflicto siempre la Luz prevalece sobre las tinieblas, que no pueden apagarla ni extinguirla.
La quinta certeza es que esta Luz es verdadera. Frente a las luces que pretenden ser Luz y se hacen pasar por Luz, cuando en realidad son tinieblas, esta Luz permanece como la única auténtica. El príncipe de las tinieblas procura por todos los medios disfrazarse como ángel de luz, teniendo también emisarios que hacen lo mismo, para cegar el entendimiento de los seres humanos y que de esta manera no les resplandezca la Luz.
La sexta certeza es el alcance universal de esta Luz. Mientras que las luces naturales decrecen en intensidad, a medida que se distancian en el espacio, esta Luz alumbra a todo hombre. No es potente para alumbrar a unos y tan débil que no llega a otros, sino que su alcance es suficiente para todos.
La séptima certeza es el acercamiento a nosotros de esta Luz. No sólo es que nos llega su resplandor, sino que ella misma ha venido a este mundo de tinieblas, no pasando como un meteoro fugaz, sino quedándose entre nosotros, lo cual muestra la buena voluntad de esta Luz, al venir a alumbrar a los que deliberadamente escogieron andar en tinieblas.
La octava certeza es que el mundo prefirió seguir en las tinieblas cuando esta Luz llegó, lo cual significa que aunque la Luz alumbra a todo hombre, no todo hombre quiere que la Luz le alumbre. La razón de esta reacción de rechazo es que el mundo ama las tinieblas y aborrece la Luz, porque la Luz expone su pecado.
La novena certeza es que hay quienes reciben la Luz y, al hacerlo, son alumbrados por ella y por tanto reciben todos sus beneficios. El primero es la expulsión de las tinieblas, porque tinieblas y Luz son incompatibles; el segundo es la recepción de la vida, porque esa Luz es portadora de vida, así como las tinieblas son portadoras de muerte.
La décima certeza es que los que reciben la Luz, reciben un estatus especial, al ser hechos hijos de Dios, esto es, hijos de la Luz, porque Dios es Luz. Antes eran hijos de las tinieblas, pero ahora, gracias a Jesucristo, la Luz verdadera, reciben la facultad de ser hechos hijos de Dios.
Diez certezas sobre la Luz. De la luz con minúscula tenemos pocas certezas y muchas preguntas y conjeturas. Pero eso no importa tanto, porque, después de todo, esa luz no es trascendente. La Luz con mayúscula sí lo es, de ahí la necesidad de creer en ella y recibirla. De eso depende todo.
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