La autenticidad de nuestra fe se demuestra precisamente en nuestras obras, no en nuestras palabras.
“Pero, ¿no acabó Lutero con el tema de las buenas obras?”, fue la pregunta de una persona que asistió a una de mis conferencias. No era complicado explicarle que lo que Lutero realmente hizo era corregir la errónea doctrina de la justificación por las obras. Y no es exactamente lo mismo.
Las buenas obras juegan un papel muy importante en el Nuevo Testamento y particularmente en las enseñanzas del Señor Jesucristo. Y como estamos tratando en esta serie la vida después de la muerte nos interesa: ¿nuestras buenas obras tendrán efectos más allá de esta vida? Y la respuesta es: sí. No en nuestra salvación y no como mérito propio. Pero tienen efectos eternos.
Apocalipsis 14:13 nos enseña -independientemente de nuestra escatología- que a los santos (es decir: a los que fueron justificados por Jesucristo) sus obras les siguen. Es un versículo realmente notable: nuestras buenas obras tienen efectos no solamente en esta vida, sino también en la otra vida. De hecho, en el mismo libro, en el capítulo 19:8 leemos que el lino fino que llevaremos es precisamente las buenas obras.
El problema nuestro es que nos cuesta horrores tener una visión equilibrada de este tema. Porque con mucha facilidad podemos ver ahora cantidad de literatura que automáticamente relaciona el tema de las buenas obras con el tema de la santificación. Y parece que lo de la santificación es algo bastante cansino y estresante, por lo menos juzgando por este tipo de literatura.
Unos versículos que nos ayudan mucho a mantener un equilibrio en este sentido es Efesios 2:8-10. Porque los que seguimos en la tradición de la reforma, a veces parece que incluso la misma expresión “buenas obras” nos suena mal, casi ofensivo. Y es así si las juntamos con el tema de la justificación. Pero debería ser igual de ofensivo relacionarlas con el tema de la santificación. De este pasaje se suele citar los versículos 8 y 9, pero raras veces el versículos 10:
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.
No es el momento de hacer una exposición exhaustiva de estos versículos pero parece evidente para cualquier persona que de la misma manera que la salvación es por gracia, las buenas obras también lo son, porque no son nuestras, sino Dios las preparó de antemano. Esta sencilla verdad nos debería bajar bastante el nivel de estrés para vivir la vida cristiana: nos queda simplemente andar por el camino que Dios ya ha preparado.
Esta simple verdad lo cambia todo. En este camino nos equivocaremos, por supuesto. Caeremos y nos levantaremos. A veces nos perderemos en caminos equivocados y volveremos. Pero Dios ya ha trazado una ruta por donde andar. Y esto es tranquilizante.
Porque ahora podemos afirmar de todo corazón y sin complejos: Sí, las buenas obras son importantes porque forman parte del paquete de la salvación. De la misma manera que Dios es glorificado en nuestra salvación, él también es glorificado en lo que hacemos, también para su gloria. Y ambas cosas –justificación y santificación– son un regalo de Dios.
De hecho, es por esta razón que las buenas obras no se pueden separar de la justificación. Son como uña y carne, los dos lados de la misma moneda. Es inconcebible una vida cristiana que no produzca buenas obras, lo que a veces la Biblia llama “fruto” (Mateo 7, Santiago 2:17.18 y Gálatas 5:22.23). Cristo recibirá algún día a los suyos con las palabras: “Bien hecho”, y no “bien dicho”.
El actuar como Cristo actuaría es uno de los privilegios del creyente. Pero en esto el creyente no actúa de forma pasiva. Es precisamente esta tensión entre la soberanía divina y la responsabilidad humana que desde hace siglos mantiene ocupado a ejércitos de teólogos. Sin que se sepa que nadie haya conseguido casar ambos conceptos totalmente verídicos y bíblicos de una forma lógica.
Esto quiere decir que la salvación depende de Dios y se aplica de nuestra parte por la fe que es un don divino, de lo contrario no oraríamos por la conversión de otros. De la misma manera dependen nuestras buenas obras de la gracia divina y se aplican a nuestras vidas simplemente actuando según la voluntad de Dios. Lo cual también es un don divino.
Y al mismo tiempo, nuestra recompensa y posición en el Reino de Dios depende de nuestras obras (Mateo 5). Negar esta verdad es simplemente ignorar una parte importante de las enseñanzas de Jesucristo y sus apóstoles.
Por lo tanto, el hacer bien debería ser el mejor reclamo del creyente. Si la iglesia cristiana fuera una empresa, uno de sus lemas podría ser: “Somos expertos en buenas obras.” O como dice el refrán: “Haz el bien y no mires a quien.”. Y a Agustín de Hipona es atribuida la palabra: “Predica el evangelio, a más no poder. Y si es necesario, usa palabras.”
Y esto nos lleva a un punto muy importante que mencionamos antes de paso: la autenticidad de nuestra fe se demuestra precisamente en nuestras obras, no en nuestras palabras. Es la supuesta contradicción entre Santiago 2 y la justificación por la fe. En realidad, no es ninguna contradicción. Pablo y Santiago usan las mismas palabras (“fe” y “justificarse”) pero cada uno en un sentido diferente, lo cual es evidente si consideramos el contexto. Mientras que Pablo habla de una fe auténtica y del haber sido declarado justo de parte de Dios, Santiago usa los mismos términos para hablar de una fe estéril y de no dar señal ninguna de justificación.
Ha sido nuestro tiempo superficial que también en la teología ha producido el “easy believism”, la fe facilona. Levantar una mano, hacer una oración o rellenar una tarjeta con la dirección de email y el número de móvil ya se contabiliza por conversión y no sé cuántas cartas de “oración” triunfalistas he leído donde, si vamos sumando, la población entera de España debería haber sido ya convertida al evangelio por lo menos una vez. Aunque muchos de los levantamanos nunca han entendido para qué han levantado la mano. De hecho, con suficiente pericia del predicador la levantarían en cualquier culto. Y luego su vida sigue como antes. Sin cambios.
Esto no son conversiones. Es una burla pública de Dios. Es vender un producto a precio de ganga.
Queda para la eternidad la frase que todos los reformadores firmaban con mucho gusto: Sola fides justificat, sed fides non est sola: Solo la fe justifica, pero no una fe que está sola. El asunto que hoy se ha convertido de nuevo en un debate, realmente los reformadores lo tenían muy claro con todo su énfasis sobre la justificación por la fe: si no hay fruto en la vida del creyente existe una seria duda si esta fe que profesa realmente es auténtica.
Y esto nos da bastante para pensar y meditar.
Notas
N.d.E. Artículos anteriores de esta serie:
1. Hoy es un día perfecto para morir
3. El infiero es real... y es peor
4. Leyendas urbanas sobre la muerte y el porvenir
5. ¿Habrá juicio para el cristiano?
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