Lo que hace del mundo de Gotham algo tan parecido al nuestro, es la realidad oscura de sombra y corrupción, que hace que nadie esté libre de pecado.
Batman nace en 1939, cuando todavía se sufrían los efectos de la Gran Depresión y el mundo se apresuraba a la Segunda Guerra Mundial. El Caballero Oscuro no es en realidad un superhéroe, sino un detective, como se llama la revista que ha publicado este cómic durante 80 años, Detective Comics (DC). Lo que hace del mundo de Gotham -tal y como llama Washington Irving a la ciudad de Nueva York en su Historia de 1809-, algo tan parecido al nuestro, es la realidad oscura de sombra y corrupción, que hace que nadie esté libre de pecado.
La obra del dibujante Bob Kane (1916-1998) y el guionista Bill Finger (1914-1974), tiene algunos puntos en común con su antecesor Superman –nacido el año anterior en la misma editorial, DC–. Ambos llevan una doble vida, pero hacen de justicieros uniformados en su lucha contra el mal. La diferencia es que Batman carece de poderes sobrehumanos. Lo que le hace el competidor perfecto para los superhéroes vulnerables de Marvel en los años 60.
El Nueva York de los años 70, golpeado por el crimen y la inseguridad, tiene poco que ver con el colorido mundo pop de la serie infantil de televisión que populariza a Batman en los años 60. Su panoplia de gadgets –Batmóvil, Batcóptero–, acompañando con onomatopeyas el sonido de peleas a mamporros en bocadillos sobreimpresos, tiene poco que ver con la oscuridad de los cómics en los 70 del británico Neal Adams. Su estilo tenebroso y nocturno nos recuerda a los que llaman en inglés con la palabra española “vigilantes” desde esa época –ciudadanos que toman la justicia por su mano en medio de “la jungla urbana” –.
LA OSCURIDAD DEL CABALLERO
La cultura americana nos presenta a individuos que, habiendo sufrido los efectos del crimen en un ser querido, no sólo buscan venganza, sino hacer justicia por su cuenta –frente a la incompetencia de esa policía corrupta, que vemos en las películas de los años 70–. El “vigilante” en los 80 toma como Justiciero Enmascarado un carácter más sórdido y torturado, en las novelas gráficas de Frank Miller y Alan Moore, que inspiran la trilogía en el cine de Nolan.
Aunque el cineasta no sigue ningún cómic en concreto, la iconografía de la ciudad o la fisonomía de personajes como el teniente Gordon, reproducen fielmente la obra de Miller en El regreso del señor de la noche (1986) o Batman: año uno (1988), mientras que el tema del reverso de los personajes antagónicos, lo elabora Moore en el Joker de La broma asesina (1988). Batman se convierte así en un personaje sombrío e inquietante, como el laberinto oscuro e inhóspito de los títulos de crédito, que resultan ser el símbolo del superhéroe en el pecho de la película de Tim Burton (1989).
La psique torturada y retorcida del negro personaje que interpreta Michael Keaton, contrasta con el colorido del Joker que hace Jack Nicholson. La diferencia entre el bien y el mal parece estar invertida en la distancia que sentimos hacia el héroe y la simpatía que produce un villano que no podemos tomar en serio. La tristeza y el nihilismo de sus estrafalarios personajes, se toma con sentido del humor en la aparente ligereza con la que Batman vuelve (1992) en la extraña y personal secuela de Burton.
VUELTA A LOS ORÍGENES
La trivialidad del resto de las cintas dirigidas por Schumacher en los años 90, no hacía prever la densidad dramática con la que Nolan vuelve a los orígenes en Batman Begins (2005). La historia fundacional del mito es repetida una y otra vez en el cómic, pero nunca se había visto con tal fuerza en la pantalla como en el momento en que los padres de Bruce Wayne son asesinados cuando él es un niño, al ser robados –al salir de un cine, en las historietas, pero en la película, una ópera–.
Los Wayne fueron unos de los principales artífices de la grandeza y prosperidad de Gotham. Bruce tenía todo lo que quería en la mansión de sus padres. Contaba con un futuro asegurado, al frente del emporio empresarial de su padre, pero se ve privado de su amor y su afecto –aunque cuente con el servicio fiel del mayordomo Alfred, característicamente interpretado por Michael Caine–. Ansiando venganza, se prepara para enfrentarse, en su alter ego, a una ciudad dominada por el crimen, una justicia corrupta y un público ambivalente.
Hay una contradicción irresoluble entre la recia superficie de aspecto imponente de Batman y el fondo frágil e inestable de Wayne, atormentado siempre por terrores infantiles. Es esto lo que convierte al Caballero Oscuro en un personaje fascinante, que intenta exorcizar sus propios males, enfrentándose a los fantasmas que lo atormentan, proyectados en los criminales que persigue –como observa Víctor de la Torre en Miradas de cine–. Prisionero de sí mismo, Batman nos enfrenta al lado oscuro de la vida, que todos ocultamos.
UN MUNDO ROTO
El caballero oscuro (2008) desmiente la conocida frase de que nunca segundas partes han sido buenas. La espléndida obra de Nolan se aparta deliberadamente de las convenciones del cine de superhéroes, para desde la base de un thriller policiaco al estilo de los 70, hacer una profunda radiografía moral del ser humano. Al apostar por un público inteligente, esta extraordinaria película, compleja y revulsiva, confiere una nueva dimensión a un subgénero que en su mayoría no ha dado sino productos de desecho, para usar y tirar.
El Joker que compone Heath Ledger, antes de su aparente suicidio, es todo un demiurgo del caos. El criminal demente y burlón de los cómics, se convierte en un adalid de la anarquía de enorme fuerza antisocial y subversiva. Manipula a la mafia a su beneficio, asesinando cuando le apetece, a sus compinches. Es un monstruo, que corrompe a todos los que le rodean, sean policías, o el honrado fiscal Harvey Dent, que convierte en otro monstruo. Tal cuadro de maldad desarma completamente al espectador, que ve a su héroe atribulado, dudando que haya una posible victoria frente al mal.
EL HÉROE CAÍDO SE LEVANTA
Al comienzo de La leyenda renace (2012), Batman ha desaparecido. Wayne sobrevive herido y magullado, recluido en su mansión, donde no puede andar sin la ayuda de un bastón. Como en el relato gráfico de Miller, El regreso del señor de la noche, estamos ante un héroe en decadencia, prematuramente envejecido, que vuelve a ponerse la máscara de murciélago. Al regresar a la lucha contra el crimen, cae en un pozo literal, antes de la batalla final contra Bane.
El villano está lejos de ser la amenaza que supone el Joker. Su plan diabólico es más aparatoso, pero más simple. Su reinado de terror muestra la paranoia actual de la sociedad norteamericana ante el terrorismo islámico. El interesante personaje del joven policía plantea la imposibilidad de defender la ley en un sistema que permite la perversión de la justicia, con mayores garantías que la legalidad. Su gesto de lanzar la placa al río es uno de los clímax de la película.
Paradójicamente, su estreno se acompañó de la noticia de la matanza de una docena de personas en Denver, por alguien que estaba haciendo un doctorado de neurología. Desde el año 54 con el libro del psicólogo Fredric Wertham, La seducción del inocente, la pregunta es si estas historias inducen a la corrupción, o son un reflejo de ella. Para el moralista de entonces, como el de ahora, la violencia produce violencia. Wertham decía que un niño que tuviera 8 años en 1938 habría visto dieciocho mil actos de violencia en los cómics. Esa era para él, la explicación de la delincuencia juvenil en los cincuenta. El problema es mucho más complejo...
Jesús dice que “lo que contamina a una persona no es lo que entra, sino lo que sale de ella” (Mateo 15:11). Esa es la diferencia entre el moralismo y el evangelio. Gotham no necesita lecciones éticas, sino un Salvador. El sacrificio de Batman es una de las más sorprendentes conclusiones de una trilogía que nos muestra la necesidad de encontrar una esperanza fuera de nosotros mismos.
¿SALVADOR O VILLANO?
En la dolorosa carta que le escribe su amiga de infancia a Wayne, le dice que está ahora segura de que no llegará el día cuando no necesite a Batman. Su antiguo amor ha descubierto que el héroe no puede luchar contra el mal, sin ser absorbido por él. El defensor de la justicia es perseguido por la injusticia de la culpa que ha asumido, sufriendo la deshonra de una ofensa que no ha cometido, en sacrificio propiciatorio.
Como dice Paul Asay en su libro, Dios en las calles de Gotham, Batman es tanto una figura mesiánica como alguien dominado por el mal. Es un improbable Cristo, por su imperfecta humanidad, aunque tenga una misión que domine su conciencia. Traumatizado, vive torturado por sus propios demonios, a la vez que sacrifica su vida por otros. “O mueres como un héroe, o vives lo suficiente, para convertirte en un villano”, dice El caballero oscuro.
El Salvador de la buena noticia que es Jesucristo, es tanto Dios como verdaderamente hombre. Hay una inconsistencia en Él, que hace que para algunos sea un Salvador y para otros, un villano. ¿Cómo se puede ser bueno y amigo de gente mala? (Mateo 11:19), ¿vencedor y perdedor, al mismo tiempo? Jesús muere como un criminal, a los ojos del mundo, pero también del Juez supremo. Sin embargo, no hizo mal alguno.
Es por nosotros, que “Dios lo trató como si hubiera pecado, para declararnos inocentes por medio de Cristo” (2 Corintios 5:21). Es porque Él llevó nuestra maldad, que hay redención para nosotros. “Él es el sacrificio por el perdón de nuestros pecados” (1 Juan 2:2). La buena noticia es que Él no sólo murió, sino que se levantó de los muertos, “resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25). La justicia tiene, por lo tanto, la última palabra. El Héroe caído se levantó. Su regreso trae esperanza para Gotham y para nosotros. El Salvador reinará para siempre.
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