Esa es la clave de la modernidad, satisfacer nuestra ambición de tenerlo todo, o al menos tener más que los que nos rodean.
Hace algunos años, en uno de los viajes de nuesrtra familia a Alemania, conducíamos nuestro coche por una transitada autopista cuando de repente nuestros ojos se fijaron en algo que nunca antes habíamos visto. No tanto porque fuera imposible, porque a buen seguro que habrá sucedido en otras ocasiones, pero la verdad es que era la primera vez que ocurría delante de nuestros ojos: una grúa llevaba a un coche que se había estropeado; hasta aquí todo “normal” dentro de lo que cabe. Lo que nos sorprendió fue que el vehículo transportado era un coche fúnebre con el féretro dentro.
Durante varios segundos nadie pronunció una sola palabra. Lo que habíamos visto era algo extraordinario, aunque tan normal como la vida misma. Cualquier vehículo puede averiarse sea cual sea el “pasajero” que lleve adentro. De pronto alguien dijo: “Supongo que el que va en el coche fúnebre no tiene mucha prisa por llegar a su destino”. “Sí, no creo que se haya enfadado por eso”, dijo otra de nuestras hijas. Yo me quedé pensando largo tiempo. Es obvio que el muerto no tenía ninguna prisa, ni le preocupaba demasiado un pequeño “contratiempo” en su viaje, porque desgraciadamente no se daba cuenta de nada.
Aunque suene un poco macabro, a veces podemos llegar a vivir de esa manera: sin darnos cuenta de nada, o lo que es peor, darnos cuenta cuando ya es demasiado tarde. Desgraciadamente cuando comprendemos que la vida se nos va y que las prisas se terminan… es porque ya no nos queda casi ningún aliento. Cuando ya no hay remedio.
Vivimos demasiado rápido, queriendo llegar pronto a todos los lugares para tener más cosas y ganar más “competiciones”. Esa es la clave de la modernidad, satisfacer nuestra ambición de tenerlo todo, o al menos tener más que los que nos rodean. Queremos ser los primeros en todo ¡menos en el momento en el que la muerte aparece! Todos queremos llegar a nuestro destino, menos cuando la vida se nos va.
¡Salvo que estemos seguros de a dónde vamos! ¡Esa es la clave!
Porque la Biblia dice que cuando recibimos al Señor Jesús en nuestra vida, la muerte ya no existe para nosotros. Ese proceso es solamente un instante, un momento: Dios tiene en sus manos nuestra vida cundo nuestros días terminan aquí, de tal manera que estamos seguros de que seguiremos viviendo en un cuerpo transformado. “Pondré en vosotros mi aliento de vida y reviviréis” (Ezequiel 37:14). Dice el Señor por medio del profeta. No vivimos como los que no le conocen a Él, en un cuerpo débil, un alma desesperada y un espíritu muerto ¡No! Dios nos da un aliento de vida que es eterno.
No tenemos prisa por morir, pero tampoco nos preocupa cuando llegue ese día. El Espíritu que Dios ha puesto dentro de nosotros es eterno, no tenemos que esperar a que nuestra vida se termine aquí; porque Dios nos acompaña desde ahora…. Y para siempre.
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