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José Hutter
 

Leyendas urbanas sobre la muerte y el porvenir

La falta de pasión por las almas necesitadas de salvación es un escándalo que clama al cielo.

TEOLOGíA AUTOR José Hutter 12 DE JUNIO DE 2019 08:59 h

El tema de la muerte y el después da para muchas especulaciones. Así que tampoco nos extraña que a lo largo de la historia de la Iglesia no han faltado ideas y enseñanzas que hoy simplemente llamaríamos “leyendas urbanas”. “Leyendas” más bien porque no tienen base en la Escritura y son simplemente fruto de un deseo humano de mitigar lo que parece difícil de asumir. Los quiero mencionar brevemente en este artículo sin poder ahondar en los temas.



La primera leyenda es el aniquilacionismo. Es la idea de que los que no son creyentes al final no sufrirán una eternidad en el infierno, sino que serán aniquilados después de la muerte. Es decir: su estado será como antes de nacer. Simplemente no existen. No es una doctrina nueva. El primero que la formuló de una manera clara fue el teólogo norteafricano Arnobio de Sicca que murió en el año 330.



Hasta el día de hoy es una doctrina muy atractiva para ciertas sectas (Testigos de Jehová) y en una medida creciente para muchos cristianos porque suaviza el pensamiento de la perdición eterna. El problema es simplemente que no tiene base en la Biblia, sino el el humanismo filosófico.



Nos guste o no nos guste es evidente que la Biblia habla de una resurrección de los muertos - pero no solamente de los salvos, sino de todos. Ningún versículo nos habla de una destrucción. También aquellos que se pierden al final van a tener una existencia eterna (Apocalipsis 20:13 y Hechos 24:15). Así lo han enseñado todas las iglesias a lo largo de la historia. La resurrección significa que nuestro destino será eterno.



Y es precisamente el concepto de “eternidad” que los seguidores de esta doctrina no acaban de entender. Es cierto que la palabra aionion en griego no siempre significa “eterno”. A veces -incluso en la Biblia- se refiere a una época. Pero no siempre. Y allí está el problema para los seguidores de esta doctrina: en la lingüística, el significado de una palabra se define por su contexto. Y en la gran mayoría de los contextos -sobre todo cuando la Biblia habla de la vida eterna- el significado es “sin fin”. El texto más conocido y más evidente es Mateo 25:46: E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.” A menos que queramos proponer que la vida eterna también es sujeta a un tiempo limitado -y no conozco a nadie que lo proponga- hay que decir que lingüísticamente y por lo tanto exegéticamente no podemos escoger. Eterno es eterno lo cual significa en este contexto: sin fin. Fin del debate.



En cuanto a nuestros pecados cabe mencionar que tienen consecuencias eternas porque ofenden a un Dios. Y este Dios es eterno. David lo dice claramente en su famoso salmo 51: Contra ti, y contra ti solo he pecado. Nosotros podemos olvidar. Dios no olvida. Pero tampoco olvida que el pago de su Hijo en la cruz también tiene consecuencias eternas en nuestro favor. La redención de Cristo es completa, eterna y suficiente. Y por lo tanto no deberíamos defender una teología que en estas últimas décadas infelizmente entre los evangélicos está ganando muchos adeptos.



Otra leyenda urbana que se mantiene en la órbita de la fe cristiana por lo menos desde los tiempos de Orígenes es el universalismo. Es la creencia de que finalmente todos serán salvos, no importa si en esta vida éran creyentes en el evangelio o no. Esta creencia es simplemente fruto de un deseo -humanamente entendible- pero nada más. No tiene en la Biblia ni el más mínimo apoyo. Es simplemente el hermano gemelo del aniquilacionismo. Por lo tanto, prácticamente se aplican los mismos argumentos.



Es curioso que esta doctrina hasta el día de hoy tiene una fuerte implementación entre los segmentos conservadores del pietismo luterano, prácticamente desde el siglo XVIII. Versículos como Mateo 25:46, Marcos 9:44 y Hechos 4:12 son tan claros y evidentes que uno se asombra de cómo esta doctrina ha encontrado siempre su público y sus parroquias. Pensar que algún día Hitler, Stalin, Mao y Pol Pot están delante del trono de Dios, alabándole aunque nunca se han arrepentido en esta vida de sus pecados desafía a la imaginación de cualquiera. Nunca debemos de olvidar que es Jesucristo mismo quien con más vehemencia se opuso a este tipo de ideas, por ejemplo en su manera de entender el destino eterno de Judas.



Una tercera leyenda urbana -en este caso no tanto entre los evangélicos- tiene que ver con las oraciones por los muertos. Y de nuevo hay que decir: no es un concepto bíblico. Nuestras oraciones no tienen efecto alguno sobre las personas difuntas. En el momento de nuestra muerte, nuestro destino eterno queda evidente y esto es para siempre.



Hay una historia muy ilustrativa que nos enseña sobre este tema. Es la historia de Lázaro y el hombre rico. Y digo “historia” porque no hay nada que indique que Jesucristo aquí estaba contando una parábola. Jesucristo se sirvió de este acontecimiento para dejar claro de una vez y para siempre  que después de la muerte los incrédulos serán separados de la gloria divina y con plena conciencia recuerdan que han rechazado la oferta del evangelio y por lo tanto están sufriendo y este sufrimiento ya no tiene remedio (Lucas 16:19-31). La fuerza de la incredulidad es tan grande que ni siquiera una persona resucitada les convencería a estas personas. Ni siquiera el Hijo de Dios resucitado, como vemos.



El autor de Hebreos dice claramente que el hombre está destinado a morir en cierto momento y después viene el juicio (Hebreos 9:27). Ya no se puede hacer nada. Hacemos bien en tomar esta historia en serio. Pocos sermones se predican sobre este texto. Y esto me llama realmente la atención. Hacemos bien en avisar a los vivos a tiempo en vez de darles falsas esperanzas cuando ya es tarde.



Incluso para la teología romano-católica es tan evidente que el purgatorio y las oraciones por los muertos no existen en el NT que tuvieron que recurrir a la inclusión de los libros apócrifos al canon en el concilio de Trento en el siglo XVI. Apelando a 2 Macabeos 12:45, la tradición eclesiástica y la autoridad de los concilios se saltaban a la torera la clara evidencia de la Escritura. Ni purgatorio ni oraciones por los muertos estaban en la agenda de los apóstoles y desde luego tampoco de nuestro Señor Jesucristo. De lo contrario, la historia de Lázaro hubiera sido una ocasión de oro para explicar este concepto.



Entonces ¿tampoco habrá una segunda oportunidad después de la muerte? La respuesta es no. Ni predicó Jesús a los muertos, como algunos quieren leer en 1 Pedro 3 18-21 o 1 Pedro 4:6. Ni hay el más mínimo indicio en la Biblia de que nadie después de morir haya podido cambiar su destino eterno.



Si mantenemos estas enseñanzas claras de las Escrituras, tal vez se entienda el por qué un evangélico debería tener más interés que nadie en que se proclamase el evangelio por los cuatro costados. La pasividad ante la predicación del evangelio para salvar a los que están perdidos y la falta de pasión por las almas necesitadas de salvación es un escándalo que clama al cielo.



Sí, hay algo peor que el calentamiento global, las armas nucleares, y todos los males de este mundo: conocer el evangelio y no compartirlo con aquel que no lo conoce.



Avisar de los peligros de este mundo lo pueden hacer los expertos de este mundo. Avisar de los peligros del infierno solo pueden los cristianos. Y si no llega el evangelio, la responsabilidad es de aquellos que lo conocen pero que tienen otra agenda.


 

 


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