La Biblia nos habla más de la muerte y de lo que viene después de lo que nos imaginamos.
No cabe duda que es una frase provocadora. Pero nos recuerda: aparte de tener que pagar impuestos, nada es tan seguro como la muerte. En España mueren cada día 1.000 personas. Y cada uno de nosotros puede ser el siguiente. No hace falta estar enfermo. Basta con estar en el sitio equivocado en el momento equivocado.
La muerte asusta a la gente. Por esta razón se dice que es mejor no hablar de religión, de política y de la muerte. La gente lo tomaría mal. Por lo tanto, simplemente pretendemos que no existe. Fue Sigmund Freud quien escribió: “Nuestro subconsciente no cree en su propia muerte y se comporta como si fuera inmortal”.1Yo diría aún más: en el fondo nadie cree en su propia muerte. Siempre mueren los demás. En cierta manera, los creyentes tampoco son una excepción.
Hace casi 50 años salió en Alemania un libro de un profesor de instituto con el título: “Si me quedara solo un día de vida.”2530 jóvenes entre 14 y 18 años escribieron sobre este tema. El libro se lee como un resumen de la vida real. Porque es la vida real. ¿Qué importa que nos queden 24 horas como si nos quedan 24 años? En el libro podemos leer de forma resumida que los que no tienen esperanza en una vida eterna simplemente no saben qué hacer con las horas que le quedan. Se distraen, se drogan, se emborrachan, gritan y caen en una depresión. Como en la vida real. Llama la atención la pequeña minoría de personas que son creyentes. El resumen de su testimonio: viviría mi último día como hubiera vivido el resto de mi vida. Intentaría salir de esta vida en paz con Dios y con los hombres.
Infelizmente, me da la sensación de que incluso muchos creyentes no están preparados para morir, y eso que deberíamos ser expertos en el tema. Eso sí: conocemos algunos versículos bíblicos que nos hablan de la resurrección, creemos en la vida eterna y en el cielo. Pero ¿exactamente de qué estamos hablando? A partir de ahí, todo se vuelve nebuloso.
¿Nos reconoceremos? ¿Recordaremos cosas de esta vida? ¿Qué vamos a hacer durante toda la eternidad? Y una pregunta que casi nadie se atreve a plantear en público: y todo esto ¿no será muy aburrido?
De hecho, la Biblia nos habla más de la muerte y de lo que viene después de lo que comúnmente nos imaginamos. Sin ir más lejos, el libro de Apocalipsis nos revela que sí, que tendremos recuerdos, que hablaremos los unos con los otros (y por supuesto con el Señor), que nos reconoceremos perfectamente, que cantaremos y en resumidas cuentas: que estaremos más vivos que nunca. Incluso mucho mejor: no conoceremos dolor, ni tristeza ni habrá ya malos recuerdos. Hasta nuestros traumas más profundos habrán desaparecido.
Pero también es cierto que esta bendita esperanza no se refleja en el día a día de los cristianos con mucha frecuencia.
Se cuenta que un creyente invitó un día a Juan Wesley. Era un hombre pudiente y le mostró su finca de tamaño considerable y su mansión en medio de esta parcela inmensa.
“¿Qué te parece?”, le preguntó a Wesley. Este le respondió: “A mí me parece que vas a tener problemas en dejar todo esto atrás algún día”.
Efectivamente, allí está el problema, también para el creyente. A veces nos hemos acomodado tanto en este mundo que nos costará dejarlo todo atrás algún día. Aunque sea de forma subconsciente, también el creyente muchas veces no cree en su propia muerte y en el hecho de que todo lo que nos rodea aquí algún día lo vamos a tener que dejar atrás. Desnudos vinimos a este mundo. Y desnudos partiremos de aquí.
Sin embargo, pensar en el cielo y en la vida eterna, en los tiempos que corren, no está tan bien visto en el mundo evangélico con su activismo y sus programas. El tema del cielo se ha borrado casi por completo de nuestros cánticos contemporáneos (porque himnos apenas ya se entonan). Con frecuencia en el pasado se nos ha echado en cara: “Piensa tanto en el cielo que no sirve para la vida aquí”. Es falso. Tanto teológicamente como históricamente. Lo contrario es la verdad: los que más piensan en la eternidad son más útiles para esta tierra. Es la enseñanza de Colosenses 3:1.2.Si tenemos el enfoque correcto servimos tanto para el cielo como para la tierra. Y esto era así para apóstoles, reformadores y los que consiguieron la abolición del comercio de esclavos. Y debería ser así también para nosotros.
Es precisamente aquella persona que es consciente de que su tiempo es limitado y que va a un sitio glorioso, la que sirve para cambiar cosas en este lado de la realidad, sin temor y sin importarle la posible pérdida de sus bienes. Y esto siempre ha caracterizado a los creyentes que cambiaron el mundo.
En los tiempos que corren, nos damos cuenta de que el materialismo nos afecta como Iglesia y como creyentes individuales. El mundo nos contagia. Nuestras mentes están metidas en el aquí. Y es muy necesario recuperar la vista que ve más allá de este mundo. Nuestra muerte no es pérdida, como el mundo lo entiende. Es ganancia. Quien no entiende este principio básico de la economía divina siempre va a invertir mal.
Centrarse en el otro mundo -en el cielo- es precisamente lo que da a la fe cristiana y al cristiano su poder y su fuerza. No somos de este mundo. Ya no. Y no nos debería avergonzar confesarlo. No vamos a pedir disculpas por ello. Ni nos vamos a acomplejar. No somos de este mundo. En esto radica precisamente nuestro poder.
Pero tampoco significa que este mundo nos da igual. Esto siempre ha sido y siempre será el gran error de todas las corrientes quietistas, aislamentistas y pietistas del mundo evangélico.
Eclesiastés 3:11 nos dice que Dios ha puesto eternidad en nuestros corazones. Sin embargo, no somos capaces de entenderlo plenamente. Pero tenemos esta noción, indudablemente. ¿Alguna vez has sentido que Dios no te ha hecho para este mundo, sino para otro? Dios ha puesto eternidad en nuestros corazones.
Dios nos hizo para la eternidad. No para este mundo. Somos hijos de la eternidad, no del ahora. Por eso en este mundo quedan tantas cosas sin ser terminadas, quedan cosas que nos dejan, incluso en los momentos más felices, con la sensación de que esto no es todo y que hay algo mucho más bonito que nos espera.
Dios ha puesto eternidad en nuestros corazones. Por eso los niños no tienen problemas en creer en Dios. Sin embargo, nuestra sociedad se dedica sistemáticamente a erradicar la noción de lo eterno. En esto realmente se reduce la quintaesenciade todos los -ismos, todas las ideologías y filosofías de este mundo.
Pero si tenemos vista para la eternidad, hacemos las cosas de forma distinta. No solo predicamos. Precisamente porque vamos a algo mejor queremos que este mundo que nos espera se refleje en nuestras vidas ahora. En la forma como conducimos, reparamos una puerta o cuidamos de un paciente. Cualquier actividad honesta se convierte en inversión para la eternidad y refleja la eternidad.
De esta cosmovisión –de la vida y de la muerte- hablaremos en este espacio en las próximas semanas. Y como pequeña aplicación práctica -para aquellos que lo desean- nos podemos hacer esta pregunta del inicio: Y ¿si me quedaran solo 24 horas? ¿Cómo viviría mi último día? Porque podría ser hoy.
1#Sigmund Freud: Kleine Schriften I,38,I)
2#Günther Klempnauer, Kreuz Verlag, 1990
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