El valor social de la familia es innegable, constituye la célula básica de la sociedad y el primer marco relacional de todo ser humano.
Desde la Comisión de Familia de la Alianza Evangélica Española no queremos dejar pasar este día, 15 de mayo, pues desde hace ya 25 años se viene celebrando el Día Internacional de la familia. Tampoco queremos ser ajenos a la dura realidad que nos toca vivir en una sociedad donde el matrimonio, la familia y la paternidad, no sólo son aspiraciones desfasadas y anacrónicas, sino que son opciones que abiertamente se combaten desde las nuevas estructuras de pensamiento, como impedimentos para el nuevo “modelo social” a conseguir en el siglo XXI.
Atrás quedaron los tiempos de sanas tradiciones, donde la familia seguía siendo la institución que aglutinaba y daba sentido de dinastía e identidad generacional. Hoy vivimos tiempos complicados donde los pilares de la civilización Occidental están siendo removidos, las bases judeocristianas de Europa y Occidente en general están siendo negadas, mientras los nuevos conceptos de la modernidad líquida y de la ideología de género están siendo impuestos en las políticas de la mayoría de nuestros países. La decadencia de nuestra cultura se sucede a marchas forzadas, la familia en muchos casos es solo un residuo de épocas pasadas, y la maternidad es vista por una gran parte de las nuevas generaciones, como algo obsoleto que hay que superar para que la mujer no quede relegada “al papel opresor de simple reproductora”, usando el lenguaje de los detractores de la familia natural.
“Un padre y una madre unidos en matrimonio, tomados de la mano y paseando con sus hijos en brazos, van a ser el gesto más revolucionario e intrépido en este decadente siglo XXI”. Con esta inquietante afirmación, y ante su aplastante veracidad, hoy en el Día internacional de la familia, nos toca reivindicar el lugar que ocupa el matrimonio y la familia como garante de la sociedad, pues todas las involuciones defendidas por la ideología de género sobre la negación de la biología más elemental, todas sus imposiciones a la libertad de conciencia y de expresión, y todas sus restricciones a la plena potestad de los padres en la educación de sus hijos, acaban en un ataque frontal a este organigrama biológico básico, el que nos ha protegido física y emocionalmente como especie, y el que constituyendo el principal nido social de referencia, nos forma la personalidad y nos da sentido de identidad arraigo y pertenencia: la FAMILIA.
Como seres relacionales necesitamos formar parte de redes o sistemas donde poder desarrollar relaciones significativas que otorguen sentido a nuestras vidas. Por ello el valor social de la familia es innegable, constituye la célula básica de la sociedad y el primer marco relacional de todo ser humano. Su trascendencia es absoluta pues en ella las personas adquieren las claves formativas con las que tendrán que desarrollarse en sociedad. Todos los conceptos y pautas para que un ser humano se desarrolle emocionalmente equilibrado, tanto en su mundo interior como en su red social de relaciones, se aprenden en el contexto de la familia, hasta tal punto que podemos afirmar que la familia, como extensión natural del matrimonio, es el destino de la persona. La primera y principal imagen que los niños tienen sobre cómo funciona el universo es su hogar, su familia. Ese es el ámbito en el que se forman sus conceptos de realidad, amor, responsabilidad, pautas de comportamiento y libertad.
Sin embargo la desintegración de la familia y la nula valoración del concepto de matrimonio, son una triste evidencia de un modelo social que hace agua por todas partes. Ahora estamos recogiendo los frutos amargos y podridos de una siembra donde no se plantaron los conceptos troncales de la educación (valores, normas, afectividad, disciplina). Vivimos en una sociedad donde hemos “roto la baraja” en todos estos aspectos de una ética normativa, la apertura hacia los derechos del “individuo” ha restado valor al concepto de compromiso y entrega, como consecuencia, el matrimonio y la familia, son las primeras víctimas de esta sociedad líquida y mutante más preocupada en los derechos personales y aun en el adoctrinamiento de nuestros hijos, que en la búsqueda de relaciones estables y significativas. Hasta hace unas décadas, el enfoque de la sociedad era familiar, pero desde que los conceptos del marxismo cultural y la modernidad líquida entraron en escena, el enfoque es al individuo, desde el egoísmo, el hedonismo y la independencia.
Es evidente, frente a un ataque tan directo y frontal, que hay que defender y reivindicar nuestros valores y creencias, y debemos hacerlo con valentía. Hoy más que nunca nos toca reivindicar el papel de la FAMILIA, su valor innegable, la inmensa bendición de la maternidad, de los hijos, de nuestro rol de padres como formadores de hogar, de la herencia generacional y de seguir escribiendo nuestra propia historia en clave familiar. A esto nos obliga moralmente el Salmo 11 que en su verso 3 dice: “Si fueren destruidos los fundamentos, ¿qué ha de hacer el justo?”, asimismo Hebreos 12:12 dice: “Levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas y haced sendas derechas para vuestros pies”. Ya no podemos ser espectadores pasivos en una actitud conformista, “las manos caídas” nos habla de acción, y “las rodillas paralizadas” nos habla de oración.
No podemos seguir consintiendo en la colonización ideológica de nuestros hijos, de nuestros jóvenes, no podemos ni debemos ser simplemente observadores conformistas. Desde el movimiento Con Mis Hijos No te Metas, respaldado por la Alianza Evangélica Española, animamos a los padres, a los líderes eclesiales, a la iglesia en general, y aún a toda persona que independientemente de su credo, quiera defender la verdad, la educación libre, y las raíces de nuestra cultura judeocristiana, a que se involucren y apoyen iniciativas en defensa de la familia natural, pues los fundamentos de nuestra civilización están siendo destruidos. Sepamos defender lo que se constituye, parafraseando al propio Chesterton, en la principal célula de resistencia contra la tiranía, es decir LA FAMILIA.
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