Desde la comida al transporte, pasando por las vacaciones. Comportamientos que durante décadas no se habían cuestionado, ahora son vistos como antinaturales.
Si vives en una ciudad, probablemente te hayas dado cuenta de la aparición, por todos lados, de motos eléctricas. Se paran a tu lado cuando el semáforo se pone en rojo y están aparcadas en calzadas y aceras.
Tienen diseños diferentes (desde muy robustas a más ‘retro’), llevan incorporado uno o dos cascos, y, a menudo, navegación GPS.
Una decena de empresas compiten por un perfil de usuario que ya no quiere comprarse una moto sino usarla solo cuando la necesita. Pagan por minutos o con una suscripción mensual, todo a través de una aplicación móvil.
El ‘motosharing’ es una muestra más del cambio de fondo que se está dando en la movilidad de las grandes ciudades. Un enfoque que encaja con la estrategia más amplia de muchas urbes europeas que planifican a largo plazo para ir hacia un futuro sostenible. También en España nos estamos subiendo al carro.
LO ‘ECO’ YA ES RENTABLE
Al impresionante desarrollo urbano de los sistemas de transporte públicos entre finales de siglo XIX y el XX (tranvía, metro, autobuses…), le han seguido recientemente iniciativas como la extensión de carriles bici - cuyos usuarios, se ha visto, son ya en gran medida patinetes eléctricos.
Pero ahora también el sector privado empuja hacia el objetivo de eliminar los vehículos particulares en la ciudad, ayudando así a abordar el enorme problema de polución que sufren áreas metropolitanas como la de Madrid.
El cuidado del medio ambiente y la apuesta por lo ‘eco’ ya es rentable, y una nueva generación de emprendedores ha comprendido que las aplicaciones móviles –las ‘apps’– son un eje que puede mover la ciudad, especialmente cuando se trata de consumidores millennials (nacidos en los 80 y principios de los 90) y GenZ (nacidos a partir de 1995).
UNA CONCIENCIA QUE DESPIERTA EN LAS ESCUELAS
Fueron los millennials los que en la escuela desde niños aprendieron la regla de las tres ‘R’: reciclar, reducir y reutilizar.
Ellos fueron los que animaron a sus padres a separar en casa el plástico y el papel de otros residuos. En primaria tuvieron libros de texto que les informaban exhaustivamente sobre el impacto en el planeta de la contaminación de la industria, los transportes internacionales, la pesca indiscriminada y los carburantes. Se les quedó grabada la idea que el futuro del planeta estaba en peligro, y que las acciones del día a día podían ‘salvar la humanidad’.
Esta conciencia parece haber sedimentado en la siguiente generación, como demuestra ahora en el movimiento #FridaysForFuture, manifestaciones semanales que se han extendido en los últimos meses por Europa, lideradas a menudo por estudiantes de Secundaria. Lemas como “Cambio humano frente al cambio climático”, “No hay planeta B” o “Hay más plástico que sentido común”, se han repetido frente a los ayuntamientos. La portavoz de esta generación es la sueca Greta Thunberg, de 16 años.
Fridays for future. The school strike continues! #climatestrike #klimatstrejk #FridaysForFuture pic.twitter.com/5jej011Qtp
— Greta Thunberg (@GretaThunberg) 16 de setembre de 2018
UN CAMBIO DE MENTALIDAD QUE HA CALADO
La voz de alarma de los jóvenes y los cambios de hábitos son frutos tangibles de la concienciación que sembraron otros mucho antes. Los partidos verdes que las encuestas sitúan en la lucha por gobernar países clave como Alemania (Die Grüne) fueron fundados por activistas que ahora ya se están jubilando. Y lo mismo se podría decir de los científicos que han investigado las consecuencias del cambio climático y la extinción de especies, los educadores en ecología o los realizadores de los grandes documentales televisivos sobre naturaleza.
Comportamientos que durante décadas no se habían cuestionado, ahora son vistos como antinaturales. Como que no podemos seguir envolviendo todo en plástico. O que importar alimentos del otro lado del mundo debería ser una excepción. Que el transporte público debería funcionar con energías renovables. O que, como hemos visto, un solo vehículo puede ser usado por varias personas cada día.
“Todos abusamos un poco más o un poco menos de la tierra, pero cada día somos más los que intentamos protegerla”, escribía hace unos días en Instagram Andrea, una millenial de fe evangélica y madre de 3 niños que vive en Barcelona.
En su joven familia, explica, “llevamos nuestras bolsas de tela y nuestros envases a la compra, compramos muchos más a granel, usamos geles y champús sólidos, hacemos las galletas siempre que podemos. Siempre que queremos tomar nocilla la preparamos nosotros, y también las salsas de tomate. Más que ser una labor pesada, es algo agradable. Compramos menos ropa e intentamos que la que compramos dure más. Hemos probado a comprarla de segunda mano, y la experiencia ha sido buena. Nos hemos cambiado de compañía eléctrica a una que use fuentes sostenibles. También intentamos [con los niños] aprender más sobre árboles, flores y animales”. Y concluye: “No es nada especial, es lo que la gente hacía antes”.
RUTH VALERIO: LA MISIÓN HOLÍSTICA INCLUYE EL MEDIO AMBIENTE
Si estos cambios de hábitos se asientan definitivamente, entonces las grandes industrias no tendrán otro remedio de repensar sus propios modelos de producción a gran escala, cree Ruth Valerio, autora de “Una vida justa y sencilla” (2018, Andamio) y una de las voces cristianas más autorizadas en cuestiones de cuidado del medio ambiente.
“La misión holística es evangelización, justicia social, cuidar de las personas en pobreza y cuidar del medio ambiente, todo junto forma un solo paquete”, decía en una entrevista con Evangelical Focus.
“En nuestra familia hemos cambiado completamente nuestro acercamiento a la comida”, dice. Recomienda reducir el consumo de carne y hacer el esfuerzo por encontrar producción agrícola cercana. Propone “un cambio total de la dieta” que refleje una “alternativa ética”. Algo que no tiene por qué llevar consigo un coste económico más alto, asegura.
También habla de transportes. “Rétate y pregúntate cada vez que vayas a comprar un billete de avión si realmente necesitas hacer ese viaje”, añade. “Quizás puedes tomar el compromiso de no volar para ir de vacaciones más que una vez cada tres o cinco años”. “En Europa, en la medida de que sea posible, proponte no volar nunca, ve en coche o en transporte público [tren]”.
Valerio ha impulsado la iniciativa Eco Church, un plan para que las iglesias tengan en cuenta el cuidado de la creación de Dios desde su uso de los edificios hasta la enseñanza en las predicaciones del domingo. Pero añade: “Debemos hacer pasos en nuestras propias iglesias, aunque también debemos participar en concienciación, hablando claramente sobre las problemáticas, las políticas y las prácticas de las empresas y corporaciones”.
BIBLIA Y CREACIÓN
Un rastreo rápido en librerías evangélicas españolas muestra que hay aun pocos libros escritos sobre cuidado de la creación, y que faltan materiales dirigidos a un público no especializado.
Esto contrasta con el grado de reflexión que ya se ha hecho sobre el cuidado de la creación desde una perspectiva bíblica, especialmente en el centro y norte de Europa, y Latinoamérica. Organizaciones como A Rocha lideran iniciativas en el ámbito de la conservación de la especies. ONGS encabezadas por evangélicos, como Tearfund, han sido alabadas por la Primera Ministra británica Theresa May por su lucha contra la contaminación de los plásticos en Pakistán.
Los encuentros del esfuerzo unido del Movimiento Lausana y la Alianza Evangélica Mundial para el Cuidado de la Creación es ejemplo de la reflexión conjunta de científicos, teólogos, e influenciadores. Sus encuentros, como este en Francia, buscan catalizar un cambio de actitud dentro de la iglesia.
RESPONSABILIDAD Y ESPERANZA
El reto por delante es enorme, como recordaba este pasado lunes la ONU al publicar el informe más exhaustivo hasta la fecha sobre el ritmo de extinción de las especies.
Como cristianos encontramos en la Biblia motivos de sobra para asumir nuestra responsabilidad en el cuidado de la creación de Dios. Ante el interrogante de si estamos a tiempo de evitar la catástrofe, tenemos el mandato de amar al prójimo como a nosotros mismos, y la convicción de que el Creador ha prometido redimir “todas las cosas”, incluido nuestro planeta y lo que hay en él.
Quizás es tiempo de que repensemos el lugar que el cuidado de la creación de Dios ocupa en nuestras iglesias.
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