¿Quién dijo que el secularismo había acabado con la religión? En realidad lo que ha hecho es convertirse en otra religión.
Normalmente la palabra culto se asocia con un acto religioso, realizado por personas religiosas con un fin religioso. De ser así resultaría que los no religiosos no realizan ningún acto de culto, porque su vida y creencias se circunscriben a lo secular, donde no hay cabida para nada que tenga que ver con la religión. Pero si se considera que intrínsecamente el culto es un acto de adoración, entonces tanto religiosos como seculares dan culto a algo o a alguien.
En nuestro tiempo y ambiente, donde Dios ha sido desplazado, hay otros dioses que han venido a reemplazarlo, a los que se da culto. Y así encontramos que el culto al cuerpo está difundido por doquier, manifestándose en la obsesión por la alimentación correcta, la creencia en los superalimentos, el ajuste a unos cánones físicos y el encumbramiento de la salud por encima de todo. El cuerpo es el objeto sagrado al que se rinde culto, girando todo en torno a él. Pero desde hace unos años asistimos a la irrupción de otro dios, que es la tecnología. Si uno de los factores que sirven para medir el grado de culto que se profesa es el tiempo, entonces resulta que la diosa tecnología no tiene competidor, porque ninguno de los otros dioses seculares se acerca ni de lejos al tiempo que se le dedica. Es tal el grado de culto que muchos no saben qué hacer, aparte de rendir ese culto. Se trata de una consagración total, de tiempo y energía, porque la mente, la voluntad y las emociones, dependen enteramente de esa diosa. Hasta tal punto ha configurado el carácter de sus adoradores, que ha imprimido en su ADN una genética que los hace sus incondicionales acérrimos.
Aunque detrás de estas divinidades seculares se alza otra, a la que se podría considerar la divinidad suprema. De la misma manera que en el panteón romano o griego había dioses derivados y un dios primordial, que eran Júpiter y Zeus, respectivamente, así ocurre en el panteón secular, donde el culto a la personalidad es la raíz de los demás cultos. Pero el culto a la personalidad, que anteriormente fue la expresión usada para esa clase de culto dada a gobernantes totalitarios, se ha convertido en el culto al yo, por el que cada cual se adora a sí mismo. No es una casualidad que sea en nuestros días cuando se ha inventado una nueva forma de “matrimonio”, que es casarse con uno mismo. Y es que el amor a uno mismo, el culto a uno mismo, es santo y seña de nuestro tiempo, manifestado también en el campo de la jurisprudencia, donde los derechos personales son tan sagrados, que ni se consideran los del prójimo si suponen una mínima merma de los personales, dependiendo la interpretación de lo que es derecho del criterio de cada cual. El culto al yo es la religión secular. ¿Quién dijo que el secularismo había acabado con la religión? En realidad lo que ha hecho es convertirse en otra religión, con millones de adeptos. Una religión falsa con un culto falso.
¿Quedamos a expensas de tener que dar culto a dioses falsos, sean de una índole o de otra? Las siguientes palabras muestran el verdadero ejercicio del culto, su contenido y su objeto: ‘Que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.’ (Romanos 12:1).
En primer lugar, ahí se define a quién debe darse culto. Nadie es digno de recibirlo sino el único y verdadero Dios, convirtiéndose en idolatría todo culto que no va dirigido a él. Resulta llamativo que se afirme que es un culto racional, dado que esa palabra parece estar más acorde para otro tipo de funciones, como son el estudio y la reflexión. Pero en realidad el culto dado a Dios es enteramente racional, porque no hay nada más razonable que el que la criatura reconozca y adore al Creador. Lo irracional es que la criatura se adore a sí misma o adore lo que ella ha hecho. Si además esa criatura ha sido rescatada de un pozo sin fondo en el que había caído, gracias al plan y esfuerzo del Creador, que no escatimó ni a su propio Hijo para que el rescate fuera posible, ¿cómo no va a ser el acto más racional que pueda concebirse darle culto? Si hay alguien razonable en este mundo de locos que se adoran a sí mismos, ese alguien es el cristiano, que adora a quien le creó y le ha vuelto a crear.
Cuando en el pasaje se afirma que lo que ha de presentarse a Dios es el cuerpo, se está especificando que el culto no es un acto etéreo que se diluye en un misticismo subjetivo, sino que es un acto en el que se presenta a Dios nuestra parte material y todas las facultades inmateriales que contiene, que son las potencias que hay en nuestra alma y espíritu. Es decir, que es un culto integral, en el que el adorador no se reserva nada para sí mismo, ni le excluye ninguna parcela de sí mismo a Dios.
Por tanto, el culto es un acto de consagración, tal como enseña la palabra sacrificio que se usa en el pasaje. Hay un entendimiento popular torcido de la palabra sacrificio que la desvirtúa y es contemplar el sacrificio como sinónimo de privación y pérdida. Algo que resulta muy difícil y doloroso hacer, pero que no queda más remedio que hacer, aunque sería preferible no hacerlo. Pero cuando se sitúa en su debida perspectiva, el sacrificio es el acto de gratitud y entrega voluntaria y gozosa que el cristiano ofrece a Dios.
¡Qué diferente es el culto secular del culto verdadero! Tan diferente como la noche y el día. Como todos somos ejecutores de alguna clase de culto, la pregunta es a quién le estás dando el tuyo.
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