Se ha convertido en un problema, siendo su resultado más patente que las estrellas que podemos ver en el firmamento se cuentan con los dedos de una mano.
De niño recuerdo que la impresión que recibí la primera vez cuando vi la Puerta del Sol de Madrid por la noche fue de asombro, ante aquella profusión de rótulos de diversos colores iluminados que hacían de ese céntrico lugar un sitio espectacular. En la mente de un niño que acababa de llegar de un pueblo, los letreros de Tío Pepe, Osram y Anís del Mono, entre otros, parecían cosa de otro mundo. ¡Qué ostentación de luz y color! ¡Qué despliegue de brillo y esplendor!
Hoy no queda ninguno de aquellos letreros, salvo el de Tío Pepe, que estuvo a punto de ser deshauciado por causa de la contaminación lumínica. Incluso las farolas, que no hay más remedio que utilizar, están diseñadas para que proyecten su luz hacia abajo únicamente, también para evitar la contaminación lumínica. Y es que la contaminación lumínica se ha convertido en un problema, siendo su resultado más patente que las estrellas que podemos ver en el firmamento se cuentan con los dedos de una mano. Si Abraham hubiese vivido ahora en una ciudad moderna, la conclusión que habría sacado cuando Dios le prometió que su descendencia sería tan numerosa como las estrellas del cielo, es que esa descendencia estaría constituida por tres o cuatro individuos en total.
Resulta aleccionador que las luces que nosotros hemos fabricado se hayan convertido en un obstáculo para ver las luces que Dios fabricó y que nuestras propias luces artificiales no nos dejen contemplar la maravilla de un cielo estrellado. De modo que la frase contaminación lumínica es portadora de un mensaje que muestra la condición humana, que con su hacer niega el hacer de Dios.
También es revelador en esa frase que dos palabras tan opuestas entre sí, como son contaminación y luz, estén unidas entre sí. Si la luz es esplendor y claridad, ¿cómo puede contaminar? Y si la contaminación es suciedad y basura, ¿cómo puede ser lumínica? Pero he aquí que en la obra humana lo elevado está mezclado con lo vil, siendo el resultado que lo elevado queda corrompido por lo vil, no que lo vil sale rescatado por lo elevado. De ahí que la expresión luz contaminante sea todo un compendio de nuestro estado natural. Y es llamativo que el concepto de contaminación lumínica se haya forjado en nuestro tiempo y en nuestras ciudades, que se supone son la vanguardia de la civilización y la modernidad, con lo cual no salen muy bien paradas dicha civilización y modernidad.
Hay una similitud entre el comienzo del evangelio de Juan y el comienzo del Génesis, en el sentido de que en ambos se menciona la luz. En Génesis, la luz es lo primero que Dios creó. Llama la atención que la creara el primer día y que los astros los creara el día cuarto. Si el relato del capítulo 1 de Génesis fuera la elaboración de un pueblo antiguo necesitado de dar una explicación sobre cómo se formó todo, si fuera el resultado de un individuo que a base de sus deducciones fabricó un legendario relato, es evidente que nunca habría separado la creación de la luz de la creación de los astros, ya que lo que nuestros sentidos nos dicen es que la luz viene de los astros y los astros son la fuente única de la luz. Pero he aquí que el autor de Génesis no identifica de forma absoluta la luz con los astros, aunque toda la evidencia va en esa dirección, sino que afirma que una cosa es la luz y otra los astros. ¿Cómo pudo llegar a esa conclusión? Si su intención era hacer fácilmente creíble su mensaje sobre la creación ¿cómo es que introdujo este elemento discordante con la experiencia? Si Génesis 1 es únicamente una narración humana, ¿qué hace ahí la disociación de luz y astros?
También el capítulo 1 del evangelio de Juan comienza con una luz; pero a diferencia de la luz del Génesis, que es creación de Dios, la luz de la que habla Juan no es una creación sino más bien es creadora. Y a diferencia de la luz del Génesis que era algo, la luz de Juan es alguien, es una persona. Y mientras que la luz del Génesis tuvo un principio en el tiempo, la luz del evangelio de Juan no tiene principio en el tiempo, sino que es el principio de todo, también de la luz del Génesis. La luz del Génesis era una luz material, pero la del evangelio de Juan es una luz espiritual.
Esa Luz con mayúscula es Jesús, que vino a este mundo en tinieblas para alumbrarlo con la luz de la vida. Si tinieblas y muerte son sinónimos, también lo son luz y vida. Y la condición en la que este mundo quedó, tras la entrada del pecado, fue de tinieblas, aunque hubiera luces artificiales que pretendían iluminarlo.
Hoy hay muchas luces artificiales, aparte de las que producen las farolas, como son las ideas de los hombres, con sus razonamientos, filosofías, creencias y sabiduría. Pero estas luces artificiales ideológicas provocan una contaminación lumínica mucho peor que la que producen las luces artificiales físicas, porque mientras éstas simplemente impiden ver las luces naturales, las primeras impiden ver la Luz espiritual, quien afirmó: ‘Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.’ (Juan 8:12). No dejes que la contaminación lumínica de este mundo te ciegue para que no veas la Luz verdadera.
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