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Simon Cozens
 

Derrotar el juego de la vergüenza

La iglesia misma tiene un papel clave a jugar en la solución de Dios para la vergüenza. Cristo da una vida flamante a la persona que sufre vergüenza. La iglesia le da un ámbito flamante donde vivir.

LAUSANA 11 DE OCTUBRE DE 2018 07:00 h
Los Eta, Burakumin y Hinin, los viejos parias sociales de Japón. / Okinawa Soba, Flickr CC

Su único defecto fue haber nacido en la parte incorrecta de la ciudad. Debido al distrito en Japón de donde provenía Kyoko (nombre ficticio), era considerada una “burakumin”, una “intocable”. Hace cientos de años, estos distritos eran el hogar de marroquineros, curtidores, sepultureros y otras profesiones consideradas como impuras por la sociedad japonesa. Aun hoy, las personas de las zonas marginadas pueden sufrir discriminación cuando buscan trabajo, vivienda y pareja matrimonial. No es infrecuente que los padres usen investigadores privados para verificar el trasfondo de las parejas previstas de sus hijos, y que se cancele una boda si se encuentra un vínculo buraku.



Kyoko aprendió a considerarse como inferior a quienes la rodeaban. Se hizo amiga de otros burakumin, pero siempre tenía cuidado cuando estaba con personas que no conocía. No sentía que encajaba realmente; dondequiera que fuera llevaba un sentido de vergüenza.



La primera vez que Kyoko oyó acerca de Dios, se preguntó por qué la había hecho una burakumin. Pero cuando aprendió cómo Jesús se había “vaciado” y se había “anonadado”, llegó a creer en un Dios que amaba a los japoneses buraku y no burakupor igual. Ha sido liberada de su vergüenza.



 



AVERGONZAMIENTO EN LÍNEA



La experiencia de Kyoko no es, por supuesto, exclusiva de Japón. Cuando me mudé de Japón a Australia, me di cuenta de que hay una dinámica similar de vergüenza, humillación y rechazo en todas partes. Jon Ronson, que escribió un libro titulado So You’ve Been Publicly Shamed [Así que ha sido avergonzado públicamente] acerca del fenómeno del avergonzamiento en línea, cree que estamos “al inicio de un gran renacimiento del avergonzamiento público”:[1]



 



Portada de So you've been publicly shamed, de Jon Ronson.

Ronson da los ejemplos de Justine Sacco, la ejecutiva de relaciones públicas estadounidense que fue ridiculizada públicamente en Internet después de una broma desacertada que “arruinó su vida”,[2] y Adria Richards, que enfrentó una violenta reacción pública después de avergonzar a dos desarrolladores de computadoras que se comportaron de manera inapropiada en una conferencia.



Aquí en Australia, un hombre de Melbourne encontró su “nombre manchado” luego de una falsa acusación contra él que fue compartido miles de veces en Facebook.



Las redes sociales han dado un megáfono a todo el mundo, y pueden destruirse reputaciones en segundos con un tweet que se vuelve viral. Como resultado, todos nos estamos volviendo más sensibles a la vergüenza y a su poder.[3]



 



REACCIONES TÍPICAS A LA VEGÜENZA



Roberto (también un nombre ficticio) se mudó a Australia desde Sudamérica hace doce años. Habla razonablemente bien en inglés, con un fuerte acento hispano, aunque sus hijos hablan tan bien como sus amigos australianos. Hace un tiempo sufrió abuso de colegas en la escuela donde trabajaba, y poco tiempo después de informarlo a la gerencia y pasar por un proceso de arbitraje, fue despedido. Ahora se encuentra desempleado. Se siente avergonzado de su idioma, de su incapacidad de mantener a su familia y del aislamiento que ha sufrido como extranjero.



Algunos amigos intentaron compartir el evangelio con él, pero la idea de que Dios quitó su pecado no resonaba en absoluto, porque no se ve como un pecador, ¡sino alguien que sufrió el pecado! ¿Qué es el evangelio para Roberto?




Escuchemos primero lo que dijeron Roberto y Kyoko acerca de sus situaciones. “Tenía ganas de desaparecer”. “Solo quería quedarme en casa y no salir nunca”. “Sentía que sería mejor no haber nacido”. Según el psicólogo Michael Lewis, estas son reacciones clásicas ante el sentimiento de vergüenza y humillación. Cuando nos sentimos avergonzados, queremos huir, escondernos, poner distancia entre nosotros y la situación o las personas que nos avergonzaron. No podemos quitar la vergüenza por nuestra cuenta, así que nos alejamos de la fuente de vergüenza. Si somos avergonzados por nuestra sociedad, nos alejamos de la sociedad.



 






Günter Seidler describe la experiencia de la vergüenza como el deseo de “permanecer invisible o, en casos extremos, extinguirse”.[4] Hablando figurativamente, llevamos a la persona vergonzante a la no existencia; ejecutamos a la persona que fue avergonzada. Ronson escribe acerca de cómo las víctimas del avergonzamiento por Internet hablan de sí mismas como personas que han sido “destruidas”, “aniquiladas” y “muertas”.[5]



En algunos países, esto es más que una simple metáfora. En Japón, una persona que ha sido avergonzada o humillada se alejará frecuentemente de la sociedad mediante un ostracismo autoimpuesto o aun el suicidio. Entre 20 y 30 mil japoneses escogen poner fin a su vida cada año. Las razones son, naturalmente, variadas, y la falta relativa de Japón de acceso a servicios de salud mental significa que la depresión clínica no es tratada de la misma forma que en Occidente. Sin embargo, entre la compleja red de razones para el suicidio, las preocupaciones financieras y relacionadas con el trabajo parecen ser las más comunes. Un fracaso financiero o la pérdida de un empleo, que producen una sensación de no poder mantener a su familia, traen un sentimiento de vergüenza que puede ser imposible de soportar.



En Oriente Próximo, también, la solución para la vergüenza se encuentra a veces en la muerte. El 16 de marzo de 2008, en Irak, Rand Abdel-Qader fue apuñalada hasta la muerte por su propio padre. Sus hermanos ayudaron a matarla y arrojarla a un pozo, mientras sus tíos se quedaron parados alrededor para escupir sobre su cadáver. Ella había traído vergüenza a su familia al hablar con un soldado británico, y la única forma de restaurar el honor de la familia era quitar su cuerpo vergonzoso de la sociedad.



 



EL BAUTISMO COMO MUERTE Y RENACIMIENTO



Cuando compartimos un evangelio del pecado perdonado y una relación restaurada, a menudo suponemos que la vida de una persona solo necesita ser remendada un poco. Jesús quita su pecado y usted sigue viviendo. Sin embargo, si consideramos el evangelio que predicaba Pablo, encontramos algo mucho más radical: usted ha muerto. Su vida hasta este punto ha terminado. Cuando descendió a las aguas del bautismo, fue unido con Cristo en su muerte. Cuando salió del agua se unió a Cristo en su resurrección y recibió una nueva vida y una nueva identidad. Cristo da a la persona avergonzada exactamente lo que anhela: el don de la muerte.



El bautismo como muerte y renacimiento es una poderosa imagen para las personas cuya vieja vida lleva la carga de la vergüenza. En realidad, siempre lo ha sido. Entre los siglos II y IV, los conversos al cristianismo eran bautizados desnudos. Cirilo de Jerusalén explica el vínculo entre la desnudez y la remoción de la vergüenza:



Apenas entró, usted se quitó la ropa. Esta era una imagen de quitarse el viejo hombre con sus obras. Habiéndose quitado la ropa, estuvo desnudo. Esto es, también, imitar a Cristo, que pendió de la cruz desnudo, y por su desnudez despojó a principados y potestades, y triunfó abiertamente sobre ellos en el madero. Usted estuvo desnudo a la vista de todos, y no tuvo vergüenza. Porque realmente llevó la semejanza del Adán que fue formado primero, que estuvo desnudo en el huerto y no sentía vergüenza.[6]



 



Los intocables de la India, Malabar, 1906.



LA IGLESIA COMO LA SOLUCIÓN DE DIOS



Pero, ¿cómo ayuda el hecho de morir y renacer espiritualmente a Roberto y Kyoko en la práctica? Roberto sigue estando desempleado, y Kyoko sigue perteneciendo a un grupo marginado.



La respuesta es que la vergüenza es un problema de la comunidad. Ocurre porque derivo mi identidad de las personas que me rodean, así como Adán y Eva, que quitaron sus ojos de su Hacedor y sus ojos fueron abiertos el uno hacia el otro. La vergüenza es solo un problema para mí por las opiniones de mis pares, mi grupo de pertenencia y las personas que me importan. Usted tal vez no pueda cambiar las opiniones, pero sin duda puede cambiar a las personas. Además de matar al viejo yo, el bautismo es, también, la entrada a una nueva comunidad, la comunidad del pueblo de Dios.



Norman Kraus, que fue misionero en Japón, escribió que, al tratar la vergüenza, “el patrón cambiado de relaciones es una parte esencial del evangelio de salvación mismo”.[7] El evangelio no cambia solo quiénes somos, sino que nos da una nueva sociedad, una nueva familia, y en nuestra nueva familia somos aceptados sin vergüenza.



Por eso es tan importante que el pueblo de Dios evite jugar el juego de la vergüenza, y que se relacione entre sí con las normas de Dios, no las del mundo. La primera carta de Pablo a los corintios está llena de advertencias acerca de los peligros de las facciones, los juicios y las comparaciones en la comunidad cristiana. En cambio, reemplaza estas cosas con la imagen de un cuerpo que trabaja en conjunto, donde los miembros más débiles son indispensables y los miembros más vergonzantes son tratados con una honra especial.



Podemos ver, a partir de esto, que la iglesia misma tiene un papel clave a jugar en la solución de Dios para la vergüenza. Cristo da una vida flamante a la persona que sufre vergüenza. La iglesia le da un ámbito flamante donde vivir. Cuando se unen estas dos cosas, la auténtica libertad es posible.



Kyoko se ha convertido ahora en misionera en India, donde ayuda a otro grupo de “intocables” a ver que Jesús no se avergüenza de ellos. Roberto aún no es un cristiano, pero ha encontrado un grupo de hombres cristianos que lo acompañan en su caminar y no ven su condición de empleo o su condición de inmigración, sino que lo ven como realmente es, un portador de la imagen de Dios.



 



Notas





  1. J. Ronson, So You’ve Been Publicly Shamed (London: Picador, 2015), 9. 

  2. Ibid., 69. 

  3. Nota del editor: Ver el artículo de Jayson Georges “La buena noticia para las culturas de honor-vergüenza”, en el número de marzo de 2017 del Análisis Mundial de Lausana, https://www.lausanne.org/es/contenido/aml/2017-03-es/la-buena-noticia-para-las-culturas-de-honor-vergueenza 

  4. G. H. Seidler, G H, In Other’s Eyes: An Analysis of Shame (Madison, CT: International Universities Press, 2000), 207. 

  5. Ronson, So You’ve Been Publicly Shamed, 175. 

  6. Cyril of Jerusalem, Mystagogical Cathecisis II – On the Rites of Baptism, 59-60. 

  7. C. N. Kraus, Jesus Christ Our Lord: Christology from a Disciple’s Perspective (Scottdale, PA: Herald Press, 1990), 241



 

 


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