En este mundo no sólo existe la basura material, sino también la basura moral.
Uno de los problemas que las grandes ciudades tienen es qué hacer con la basura. En ocasiones se puede convertir en un verdadero quebradero de cabeza, como se daba a conocer no hace mucho en la ciudad de Londres, donde ciertos residuos que se tiran al inodoro han provocado un gigantesco atasco en el alcantarillado, hasta el punto de convertirse en una masa más dura que el cemento. Lo que en principio sólo está constituido por celulosa y algún otro material aparentemente inocuo, se transforma en algo intratable que pone en peligro el correcto funcionamiento de las instalaciones.
También los plásticos que se arrojan a los mares son fuente de un sinnúmero de muertes en las especies marinas y de deterioro, que degrada el medio ambiente. Son precisamente los plásticos, una materia artificial, uno de los elementos que más tardan en degradarse de forma natural. Pero si hablamos de basura problemática, la palma se la lleva la radioactiva que nuestras centrales nucleares producen, existiendo esos gigantescos cementerios nucleares donde se sepultan unos residuos que tardarán en desintegrarse miles y hasta millones de años.
Esto significa que podemos dividir a la basura en dos categorías, la reciclable y la imposible de reciclar. La primera se aprovecha y se convierte en materia orgánica o inorgánica, útil para un sinfín de propósitos, de ahí que ahora haya distintos contenedores en casi todas las ciudades para depositarla. La segunda es inaprovechable y hasta su misma existencia es una amenaza.
Pero en este mundo no sólo existe la basura material, sino también la basura moral. Sus efectos son evidentes por doquier y de la misma manera que ocurre con la material, el artífice de la moral es el hombre. Es su artífice y también su víctima, porque los daños devastadores que produce es él mismo quien los sufre. A medida que este siglo XXI sigue su andadura, todo muestra que los niveles de basura moral irán aumentando, dado que los indicadores por los que se puede medir señalan un alarmante incremento en todas las naciones.
Pero a diferencia de lo que ocurre con la basura material, donde ser humano y basura se diferencian claramente, aunque el primero produce la segunda, con la basura moral se borra la raya de separación que hay entre agente y resultado, porque el mismo hombre se convierte en basura, en basura moral. De ahí que la produzca. Es el corazón humano el gran generador de la misma.
En algunas ocasiones de la historia ha sido tal la acumulación de basura moral, que sólo una sentencia aniquiladora ha sido la solución para acabar con los letales efectos que estaba produciendo. Así sucedió con la generación del diluvio, con la de Sodoma o con la de Canaán, por citar algunos ejemplos. Estos casos del pasado son un recordatorio retrospectivo de que llegará un momento en que cuando las cubas rebosen maldad, un juicio destructor vendrá sobre esta tierra, porque el hedor y la contaminación moral serán insoportables.
Sin embargo, a pesar de todo esto, la misma existencia de esa basura moral, fue lo que hizo que Dios diseñara un plan de recuperación de los causantes de ella. Podía habernos desechado, como casos sin remedio, pero en lugar de eso lo que hizo fue ir más allá de la estricta justicia con la que debíamos haber sido tratados, fraguando una salvación que nos librara de nuestra basura y de sus mortales consecuencias.
Para sacar adelante ese plan el precio era muy alto; tan alto que costó nada menos que el mismo Dios viniera a este planeta de basura, se hiciera hombre y muriera como un excremento de basura. Ahí es nada, la basura humana tratando como basura al que vino a librarnos de nuestra basura. Pero precisamente todo ello estaba ordenado en el perfecto y asombroso plan de Dios, consistente en que cuando nuestro pecado (basura) abundó, sobreabundó la gracia salvadora de Dios.
No había otra manera de acabar con nuestra basura moral. Las soluciones de los hombres no van a la raíz, ya sean políticas o religiosas, porque se trata del corazón, no de la conducta.
Pero se requiere por nuestra parte algo que hacer ante esa gracia salvadora de Dios. Es el reconocimiento de que la basura de la que acuso al otro, está en mí. Se precisa que yo, independientemente del otro, me vuelva a Dios, tal como soy, con toda mi basura interior, para que él me limpie de la misma, con el detergente más poderoso que existe, que es la sangre de Jesucristo. Entonces se producirá el milagro, por el que un ser de desecho se habrá convertido en un ser rehecho.
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