Gran parte del temor que rodea la crisis de los refugiados está basada en información errónea. Cuando las iglesias son informadas, tienen una oportunidad para disipar temores y empoderar a sus comunidades para la participación.
Mi amiga Abeer es una ex refugiada de Irak. Abeer, una cristiana ortodoxa, huyó del Estado Islámico, temiendo por su seguridad personal, mientras iglesias en su barrio eran quemadas. La familia de Abeer fue reasentada en Estados Unidos, donde nos conocimos a través de un programa de amistad para refugiados. Los hijos de ellos y los nuestros se hicieron amigos de inmediato.
En Irak, Abeer era científica y su esposo era ingeniero, pero aquí, en Houston, Texas, se han conformado con trabajos de salario por horas que pueden encontrar para mantener a sus hijos y darles una vida a la que ellos ya no pueden aspirar. Se unen a las decenas de millones de personas como ellos que han dejado atrás su hogar, su sustento y la vida como la conocían con la esperanza de un nuevo comienzo. La historia de Abeer es más frecuente de lo que nos gustaría imaginar.
UN PROBLEMA MUNDIAL SIN PRECEDENTES
Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), vivimos en un tiempo en que más de 28.000 personas son desplazadas por la fuerza cada día. Más de 65 millones de personas —aproximadamente la población del Reino Unido— han huido de sus hogares. De ellas, una tercera parte (22 millones) entran en la clasificación de ‘refugiado’, una persona fuera de su país de origen que ‘debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera de su propio país y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de su país; o que careciendo de nacionalidad y hallándose, a consecuencia de tales acontecimientos, fuera del país donde antes tuviera su residencia habitual, no pueda o, a causa de dichos temores no quiera regresar a él’.[1] La crisis de refugiados actual es la peor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial, superando lo que fue en aquel entonces el mayor desplazamiento humano en masa de la historia.
La mayoría de los refugiados son mujeres y niños, y la mitad de ellos no llegan a los 18 años de edad. Millones de refugiados han vivido en situaciones prolongadas, a la espera de una resolución durante décadas. Una cuarta parte de todos los refugiados actuales son sirios, un país donde la mitad de la población anterior a la guerra fue muerta, o forzada a dejar sus hogares, solo en los últimos seis años.[2]
Muchos se han preguntado por las causas de este repentino incremento de la migración forzada. Las guerras y los conflictos —especialmente las guerras de larga duración— son las causas principales, pero existen otros factores:
Al vernos enfrentados con este fenómeno global, ¿cómo podemos responder los cristianos?
CARIDAD Y HOSPITALIDAD
La Biblia ordena proveer caridad y hospitalidad a los extranjeros y forasteros, además de cuidar a los angustiados y oprimidos. Por lo tanto, las personas que siguen a Jesús y toman su Palabra en serio tienen un mandato especial para encarar la crisis de los refugiados. Sin embargo, las complejidades del sistema de refugiados y las preocupaciones por la seguridad nacional eclipsan a menudo el llamado a la justicia y a la misericordia. De hecho, entre los que piden a sus países que cierren sus puertas a los inmigrantes, a veces también hay cristianos.
En ningún lugar resulta esto más irónico que en Estados Unidos, que por mucho tiempo se ha enorgullecido de su identidad como una tierra fundada por refugiados que buscaban libertad religiosa. Como la ‘tierra de los libres y hogar de los valientes’, nosotros reasentamos más refugiados cada año que cualquier otro país. Nuestro ícono nacional, la Estatua de la Libertad, tiene esta inscripción de bienvenida sobre su pedestal:
¡Dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres
Vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad
El desamparado desecho de vuestras rebosantes playas
Enviadme a estos, los desamparados, sacudidos por las tempestades a mí
¡Yo elevo mi faro detrás de la puerta dorada!
No obstante, el debate sobre la inmigración en EE.UU. se da con fuerza sobre inmigrantes indocumentados, refugiados y musulmanes, mientras nuestro presidente impone prohibiciones de viajes y fija un cupo de admisiones de refugiados, históricamente bajo, para el año fiscal 2018. En medio de esta tormenta, los cristianos estadounidenses se encuentran divididos, política y éticamente, sobre este tema controversial.
No importa cuál postura tenga uno sobre la inmigración, los cristianos deben reconocer que tienen un papel a jugar en lo que es el principal problema humanitario de nuestro tiempo. ¿Por dónde comenzamos? Sugiero que comencemos por nuestra imaginación.
FORMAR NUESTRA IMAGINACIÓN DEL EXTRANJERO
Cuando usted escucha ‘refugiado’, ¿qué imágenes o palabras vienen a su mente? ¿Es una mujer harapienta con hiyab pasando hacia la orilla? ¿Un niño cubierto de tierra sentado en una dilapidada carpa para el desierto? ¿Es un científico que desarrolló la teoría de la relatividad? ¿Un artista premiado? ¿Un filántropo?
La imagen mental que tengamos de quiénes son los refugiados afecta nuestras actitudes hacia ellos. Desde el primer esfuerzo internacional para abordar la crisis de refugiados a principios del siglo pasado, los ciudadanos han expresado su preocupación por el impacto de los inmigrantes sobre la cultura y la economía locales. Los refugiados son extranjeros que frecuentemente no hablan el idioma del lugar y no conocen las costumbres o las formas locales. En años recientes, la seguridad nacional ha estado a la palestra en el momento de sopesar la compasión por las personas más vulnerables del mundo y la protección de los nuestros, lo cual hace que el reasentamiento parezca riesgoso, aun necio, para algunos. La aceleración de las tecnologías de destrucción masiva y la infiltración de la información hace que la situación sea aún más amenazadora.
INFORMAR BÍBLICAMENTE NUESTRA IMAGINACIÓN DEL EXTRANJERO
Aun cuando nuestra naturaleza humana nos haga recelosos de los extranjeros, hay veces en que Dios nos llama, en cambio, a abrazar al extranjero. Para hacer esto, debemos permitir que Dios moldee nuestra imaginación en cuanto a quién es el extranjero, especialmente porque ‘recibe al extranjero’ es uno de los mandatos más frecuentemente repetidos en las Escrituras hebreas.
Los extranjeros entre los israelitas debían ser tratados con equidad, como nativos de la tierra (Nm 15:15-16). Israel fue anfitriona de huéspedes extranjeros, y se esperaba que los protegiera, sirviera, amara y sustentara (Lv 19:34, Dt 26:12, Ez 7: 21-23). Dios decretó que los extranjeros tenían derecho a su amor y preocupación, de modo que cuidar de los refugiados hoy no es meramente un asunto de compasión o de lástima, sino de justicia.
Muchos refugiados son cristianos perseguidos por su fe, lo cual los hace nuestros hermanos y hermanas en el Señor y, por lo tanto, miembros de la familia. Cuando estos refugiados llegan, cambian el paisaje, no solo de nuestros países, sino también de nuestras iglesias. De maneras significativas las iglesias están siendo revitalizadas por los refugiados.[3]
Todo cristiano, además de pertenecer a la familia cristiana mundial, también pertenece a otra familia: la familia humana mundial.[4] Hay más de 7000 millones de personas en el planeta hoy, y debemos recordar que todos pertenecemos a la misma familia humana. Esta perspectiva humaniza a los refugiados, recordándonos que son más que estadísticas; son personas hechas a la imagen de Dios que merecen nuestra compasión y protección.
VOSOTROS FUISTEIS EXTRANJEROS UNA VEZ
Finalmente, tal vez el argumento más contundente para cuidar a los refugiados es que, como ellos, somos forasteros. Desde el patriarca Abraham a Jesús y de sus discípulos a la iglesia mundial, la metáfora del forastero está profundamente incorporada en nuestra historia y teología y, por lo tanto, nuestra identidad misma:
El tema del extranjero describe también nuestra relación con nuestro hogar celestial. Como refugiados, todos los que estamos en Cristo somos considerados forasteros, extranjeros y peregrinos en la tierra (1Cr 29:15, Heb 11, 1P 1:17). Sin embargo, como extranjeros y exiliados no andamos sin rumbo; solo estamos a la espera de una patria mejor, una patria celestial (Heb 11:16). Así que fijamos nuestros ojos en el cielo, donde está nuestra verdadera ciudadanía: ‘Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde anhelamos recibir al Salvador, el Señor Jesucristo’ (Fil 3:20). Podemos identificarnos de algunas formas con los refugiados, porque nosotros tampoco tenemos un hogar permanente en esta vida. Estamos en un viaje compartido, iguales a los ojos del Señor, todos dependientes de su gracia.
LA RESPUESTA DE LA IGLESIA CON MENTALIDAD MUNDIAL
A la luz de la magnitud de la crisis de refugiados, las iglesias de todo el mundo deberán saber cómo tratar los traumas y la identidad en una sociedad cada vez más globalizada. Los cristianos con mentalidad mundial harían bien en abrazar una identidad mundial combinada con una doctrina de la hospitalidad. Esta perspectiva debería informar la forma en que vemos las políticas de inmigración del gobierno, especialmente con relación a los refugiados.
El término ‘refugiado’ ha sido aplicado genéricamente a diferentes tipos de migrantes afectados por cualquier factor impulsor, ya sea económico o ambiental. Sin embargo, al discutir el fenómeno mundial de la migración, el término tiene que ver específicamente con los que huyen de la guerra o la persecución, y que pueden probar el peligro de volver a su hogar o permanecer en su hogar, como vimos arriba.
Los refugiados son especialmente vulnerables porque no parten por elección propia. Una vez que se encuentran fuera de las fronteras de su país, pierden todas las protecciones de la ciudadanía que tenían y quedan a la merced (y tienen derecho a la ayuda) del régimen de protección internacional. Si bien la hospitalidad bíblica no necesita distinguir entre personas, los refugiados constituyen un caso especialmente convincente a favor de la hospitalidad y la misericordia.
Cuando podemos usar nuestra imaginación bíblica para ver a los refugiados, nos damos cuenta de que a menudo hemos dejado que el patriotismo y el temor se antepongan a la fe y a la acción, y llegamos a creer que experimentamos a Dios a través de la hospitalidad ofrecida a los extranjeros. Esta realidad espiritual nos desafía a ver a los refugiados no como una carga sino como un capital para nuestras comunidades, y a ver los problemas de inmigración como problemas morales, y no solo económicos y políticos. La profesora de seminario Christine Pohl escribe:
La recepción de refugiados es uno de los pocos lugares en la política moderna donde todavía se usa el lenguaje explícito de la hospitalidad. Las personas siguen conectando los conceptos teológicos de santuario, ciudades de refugio y cuidado de extranjeros con las necesidades de las personas desplazadas de hoy. Los cristianos tienen un papel vital en asegurarse de que las necesidades de los refugiados sean tomadas en serio por los gobiernos nacionales. Pero nuestra respuesta debe extenderse más allá de la política pública a un involucramiento más personal en agencias de voluntarios, comunidades, iglesias y hogares, donde las acciones de acogida ofrecen refugio y una nueva vida a algunas de las personas más vulnerables del mundo.[5]
Podemos extender esta bienvenida a través de la hospitalidad típica de las comidas y la comunión, pero también a través de la defensoría y la educación. Gran parte del temor que rodea la crisis de los refugiados está basada en información errónea. Cuando las iglesias son informadas, tienen una oportunidad para disipar temores y empoderar a sus comunidades para la participación.
Los refugiados son perseguidos por su raza, religión, nacionalidad y afiliación social o política. Que nosotros, que seguimos a Cristo, abracemos a los refugiados sin considerar esas categorías. Tenemos una oportunidad tremenda para compartir el amor de Dios y la luz de Cristo con personas de tierras muy lejanas que no recibirían este ministerio de otro modo. El sobreviviente del Holocausto Elie Wiesel elogió a los ‘gentiles justos’ que arriesgaron sus vidas para proteger a refugiados judíos. Para los cristianos, caminar con personas desarraigadas a través del proceso de restaurar sus vidas es un acto vicario de gracia, porque nosotros también fuimos extranjeros una vez.
Notas
La conmemoración de la Reforma, las tensiones en torno a la interpretación bíblica de la sexualidad o el crecimiento de las iglesias en Asia o África son algunos de los temas de la década que analizamos.
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